Todavía me parece escuchar a la profe Daneilys Mena llamarlo desde el pasillo: Yordi Maddiel Figueredo (en la imagen, el de la izquierda). Era como si diciendo los dos nombres y el primer apellido, el regaño fuera más atendido; como si por decirle Yordi Maddiel Figueredo él empezara a hacer las tareas y a estudiar un poco, para no suspender pregunta escrita tras pregunta escrita en la secundaria básica.

Yordi era callado, dentro del aula nunca lo vi exaltarse con otro muchacho o vociferar una protesta. Tal vez porque él, con su tamaño y su fuerza física, se sentía muy mayor a todos nosotros. Aunque realmente solo nos llevaba un año, y estaba en nuestra aula porque repitió el noveno grado, algunas tristezas debieron avejentar a aquel niño grande.

A duras penas se graduó con nosotros. Muchas veces nos sentamos e intenté explicarle cómo analizar una oración sintácticamente. Ese era mi aporte. Ya en los números alguien más debió ayudarle. Desde que terminamos la secundaria empezó a trabajar por aquí y por allá. Siempre me saludó con su parquedad característica. Nunca hizo las tareas, ni aunque después le tocara aquel: Yordi Maddiel Figueredo, en la voz de una profesora que lo quería tanto como lo regañaba.

“Ahora volvieron convertidos en hombres buenos, narradores de una hazaña grande, protagonistas de un momento difícil”.

En onceno grado llegó a mi aula otro muchacho un año mayor, por el mismo motivo. Julio Miguel, Julito… Julio (el de la derecha). Un niño atractivo, chévere, codiciado por muchas. Hay que decirlo. Un auténtico bromista, fiestero, ocurrente, bailador.

Siempre más preocupado por pasar bien el día que por pasar con buenas notas el año, pero excelente compañero, protector con su aula, con su gente. Altísimo. Una persona que imprimía alegría por donde pasaba, y que eso hizo en nuestra aula del pre. Llenarla de historias, bachatas y jodederas, un jovencito respetado y querido. Un niño lindo de 18 años en aquel entonces.

Me ha sorprendido verlos juntos en esta foto. Ambos fueron parte de mi vida en momentos muy distintos y no sé si se conocían de antes. Ni siquiera viven en el mismo pueblo. Pero Yordi y Julio se encontraron en Matanzas, vestidos de bomberos, con el mismo objetivo y la misma valentía. Ninguno de los dos fue el estudiante puntualito, como solemos llamar a los más aplicados; ninguno pasó por la secundaria o el pre lleno de diplomas, tal vez lo suyo no son las matemáticas o la historia.

Pero ahora volvieron convertidos en hombres buenos, narradores de una hazaña grande, protagonistas de un momento difícil. Yo no pude predecirlo, qué pena, pero estudié con dos héroes.

Tomado del perfil de Facebook de la autora

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