Ciertamente la cultura, nuestra cultura, existe. Está ahí y nos alimenta, solo que dedicamos más tiempo a mirar su monumentalidad que sus pequeños detalles cotidianos; esos que van complementando cada uno de sus eslabones.

Ser un hombre de cultura es fácil, al menos en estos tiempos. Al alcance de un clic están disponibles miles de libros, visitas virtuales a museos, y una parte importante de la música de los compositores fundamentales de cada período.

“Ser un hombre de cultura es fácil, al menos en estos tiempos”. Imagen: Internet

Un hombre de cultura en estos tiempos, los digitales, no necesita de un espacio donde hacerse notar ni de un coro de personas a su alrededor que murmuren su desacuerdo o simplemente callen ante la grandeza o futilidad de la propuesta a que se enfrentan, sea esta literaria o no. Simplemente abre otra pantalla o se enajena en el laberinto de obras y páginas sobre otro tema.

El homo cultural de estos tiempos no es propenso a los debates cara a cara en los que esgrimir frases y palabras tomadas en préstamo de quienes le precedieron o de contemporáneos era todo un arte. El de estos tiempos lanza su andanada de criterios a fuerza de emoción —la razón ha muerto, diría alguien— y en algún lugar una persona que no lo conoce, ni sabe el origen de la diatriba o la polémica, dará su apoyo incondicional y se sumará al coro de ángeles o demonios que definirá el fin o extensión del tema. Tema que se perderá en los vericuetos de las ofensas personales, las marcas emocionales y en un sistema de burlas que para nada tienen que ver —al menos no siempre— con el buen gusto o la inteligencia.

“Este hombre de cultura de los tiempos actuales es democráticamente inculto y tiránicamente informado”, le oí decir hace algunos años a un amigo que desconfiaba de las redes sociales, internet y los llamados influencers. Este amigo mío, lo mismo que yo (de alguna manera), es un dinosaurio cultural. Ama los libros y el olor infinito de la tinta aferrada al papel. Conserva una libreta de apuntes en la que garabatea nombres y teléfonos, aunque se sirve de una computadora; usa WhatsApp para comunicarse con sus editores y vende su trabajo por vía online; necesita de ese espacio para fraternizar y mirar al rostro de quienes lo escuchan o de quienes discrepan. Y lo más importante, sabe que un apretón de manos tiene una capacidad curativa envidiable. Lo mismo que la blasfemia.

Con semejante panorama, el de un mundo caótico en muchos enunciados, lo más natural o previsible es que los paradigmas culturales cambien. Solo que esos paradigmas sujetos a cambio inciden en toda la sociedad, en todos nosotros, e incluso en la visión que tenemos de nuestro lugar en el universo creativo. En fin, que hay una nueva arquitectura social o, como sabiamente se diría en los comienzos del siglo XX: “Al carajo, albañiles, que se acabó la mezcla”. Sin embargo, hay cosas que hasta el presente han logrado sobrevivir, y son esas columnas que sostienen el templo de la inteligencia y la vida en sociedad.

“La solución, al menos para nosotros los dinosaurios, como algunos nos consideran, es aferrarnos a esas pequeñas cosas que nos fueron alimentando: decencia, respeto, y ante todo tolerancia”.

Hoy, palabras y definiciones como principios, conceptos y valores se asumen como variables y no como dogmas sociales y culturales. La relatividad es consustancial a la dirección de los vientos, por lo que ser un hombre culto, para muchos, pasa por el estar a tono con la dirección y velocidad de los mismos.

La solución, al menos para nosotros los dinosaurios, como algunos nos consideran, es aferrarnos a esas pequeñas cosas que nos fueron alimentando: decencia, respeto, y ante todo tolerancia. Sí, porque como diría Ramón y Cajal, “la tolerancia es cultura”.

Con esas pequeñas partículas, átomos que conforman el tejido social, podemos comenzar a andar por el mundo de la cultura en estos tiempos. Es como si nos reinventáramos; algo que debemos hacer constantemente. Si logramos, mínimamente, respirar una breve porción de ellos, podremos entonces pensar que un día, no importan las circunstancias, podremos ser hombres cultos.