Yo solo quería escucharlos

Laidi Fernández de Juan
3/6/2019

A pesar de no practicar ningún deporte, ya que el dominó no entra en tal categoría, disfruto mucho observando las destrezas de los buenos atletas, como la mayoría de los públicos de todas partes del mundo. Tuve la suerte de contemplar (siempre a través de la televisión, obviamente) a Nadia Comaneci, deslumbrante en aquellas Olimpiadas de 1976, en Montreal, cuando era una pequeña niña con lacitos en el pelo, y una destreza increíble para la gimnástica. Y en el mismo certamen, a nuestro refulgente Alberto Juantorena, barriendo en todas las modalidades de carreras, con ese garbo que le ganó el apodo de “El elegante de las pistas”. Desde entonces, muchas han sido las competencias que gracias a nuestra televisión, hemos podido disfrutar sobre todo en los tórridos veranos cubanos. Imposible olvidar las proezas internacionales de Ana Fidelia Quirós, de Teófilo Stevenson, de Las Morenas del Caribe, de Javier Sotomayor y, en general, de nuestros atletas. No es objetivo de esta estampa hablar del deporte en sí, sino de los comentaristas. Habitualmente, no reparamos en ellos. Vienen a ser como los anestesistas de la Medicina: casi nadie les reconoce el esfuerzo. Me apunto a quienes opinan que nuestros reporteros deportivos son excelentes. Eddy Martin, por solo citar un ejemplo, marcó con un estilo muy personal, la forma de narrar las competencias.

 “¿Qué tendrá que ver la forma en que las mujeres decidimos ir al trabajo con el deporte?
¿Quién dice que somos de ellos, de alguno, de cualquiera, más que de nosotras mismas?”.
Foto: Internet

 

En el verano del 2018, tocó presenciar los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en los cuales Cuba obtuvo segundo lugar, para desánimo nuestro, acostumbrados a ser los primeros. La labor de los narradores fue extraordinaria, y se les notaba en la voz los deseos de transmitirnos hasta el más mínimo detalle de cada encuentro, de forma que nos contagiaban su entusiasmo. Hasta graciosos fueron algunos (no sé ningún nombre de ellos, porque son los anestesistas de la operación), diciendo “Toma…Toma…Tomate” en el juego de balonmano entre Cuba y Puerto Rico, cada vez que nuestro equipo anotaba un gol, por mencionar un caso de efectividad en la narración de un tope.

Hace pocos días acudieron ellos, los comentaristas deportivos, a un programa televisivo dedicado a los pormenores de ese tipo de periodismo. Como es natural, contaron muchas anécdotas recientes, de varios hechos que sucedieron en los Centroamericanos. Me resultó muy grato escucharlos, hasta un punto que diré más adelante. Contaron que en muchas ocasiones les costaba trabajo narrar varios certámenes simultáneos; que descansaban por turnos, que siempre debía permanecer alguno de ellos en la cabina desde donde transmitían las señales, por si sucedía alguna premiación donde hubiera un cubano. Con alto sentido de responsabilidad, no querían dejar ningún espacio vacío, nada importante podía escapárseles. Admirable tarea, sin dudas. Yo los escuchaba embelesada, admirándolos como siempre, aunque siguiera en el hábito de no fijar el nombre de ninguno de ellos. Al no estar forzados a describir ninguna competencia, estaban relajados frente a las cámaras, distendidos, alegres. “Somos una gran familia”, llegó a decir uno de ellos. Muy bonito todo.

Casi al despedirse de la teleaudiencia, el que había llevado la voz cantante dijo algo que, a mi juicio, demuestra el arraigo del machismo en nosotros, casi parejo con la afición al béisbol. Precisamente refiriéndose a este deporte, comentó a su colega más próximo: “Por cierto, no me gusta la costumbre reciente de presentar los jugadores al público, uno a uno, antes de iniciar el juego”. “Es verdad, a mí tampoco me gusta, no me parece bien”, dijo el otro. “Porque eso debe reservarse para los juegos finales, como siempre, para que cause emoción”, “De acuerdo contigo”, añadió el colega. “Porque… (siguió argumentando su disgusto, como si alguien dudara) eso es igual a que la mujer de uno se arregle siempre para ir al trabajo, y entonces, cuando vaya a salir con nosotros… tal parece que va al trabajo y no a salir con nosotros.” Ja, ja, ja (pequeña risa del colega, quien no se atrevió a decir nada más).

Yo tuve ganas de lanzar una pelota de volibol a la pantalla del televisor, lo confieso. No entiendo nada: ¿Qué tendrá que ver la forma en que las mujeres decidimos ir al trabajo con el deporte? ¿Quién dice que somos de ellos, de alguno, de cualquiera, más que de nosotras mismas?… pero, sobre todo, ¿se ha puesto un hombre a pensar que nos arreglamos para nosotras, por el puro placer de vernos en el espejo como deseamos?

Escribo estas líneas finales exponiéndome a ser tildada de extremista, pero no soy capaz de ocultar mi malestar frente a expresiones de este tipo. Hablando en plata: ¡Basta ya de tanto mito alrededor de nosotras! No somos animalitos de feria, ni ratonas de laboratorio, cuya conducta se analiza para predecirla después. En fin, yo, que  solo quería escuchar a los comentaristas deportivos, terminé disgustada. Como si yo hubiera perdido una carrera, fallado un salto, resbalado en la pista; aunque en realidad el comentarista, esta vez, erró el tiro, resultó noqueado, lanzó bola mala, dio base por bola, y cayó de bruces sobre el tatami. Una goleada, en fin.