Más que una revista, La Jiribilla funciona como termómetro y termostato de la cultura cubana: mide temperaturas, pero también regula debates. Como aquel ángel de Lezama que encarnaba la resistencia criolla, La Jiribilla sigue siendo arca y ventana: preserva lo mejor de la tradición mientras dialoga sin complejos con el presente. A sus 24 años —edad de plena madurez para cualquier proyecto editorial— encarna como ninguna otra publicación la premisa de que el periodismo cultural puede ser a la vez riguroso y vital, crítico y entrañable.