​Electo Silva: la mano que hizo vibrar un siglo

Reinaldo Cedeño Pineda
9/6/2017

Todavía el eco de los aplausos inunda la sala, cuando una señora se acerca. Sube al escenario, peldaño a peldaño. Despacio, saca de su abrigo una gruesa medalla y la pone en manos del director: “Señor, esta medalla perteneció a mi esposo que murió dirigiendo en escena. Por favor, tómela. Es suya”.

foto del intelectual cubano Electo Silva
Electo Silva. Líder del Orfeón Santiago y Premio Nacional de la Música. Foto: Internet

Estamos en Budapest. Es el último año de los de los difíciles 70. El Orfeón Santiago, de manos de Electo Silva Gaínza, abre paso a la música coral cubana por toda Europa del Este. Una escena con muchos testigos… pero el destino me reserva otra para mis propios ojos, en primera fila, en el teatro Heredia, durante el Festival del Caribe. Santiago de Cuba, 1996.

El tiplecito que toco

tiene lengua y sabe hablar

solo le faltan los ojos

para ponerse a llorar 

La copla rinde homenaje a Colombia, que de esa tierra llega. Se expande en las voces del Orfeón Santiago. Entre los invitados especiales de la Fiesta del Fuego, figuran la célebre folclorista Totó La Momposina y el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez.  El concierto acaba.  El escritor de Cien años de soledad saluda al director. Electo hace una reverencia: “¡Poeta… me alegra conocerle!”. “Perdone… ¡poetas son ustedes!…”, responde El Gabo.

Pero… ¿quién es este señor que provoca un tributo semejante en la patria de Bela Bartok  y las palabras elogiosas de un Nobel? ¿Cómo empezó todo? ¿De qué hablamos exactamente cuando nos referimos a un director que sabe armonizar la voz humana?

 

Cantar es un espíritu

La primera vez que Electo se puso al frente de una agrupación fue en sus años de estudios en Haití, adonde su padre ―fundidor y marinero― había llevado a su familia. Ensayaban cantos gregorianos en una escuela religiosa y como también formaba parte de una banda, se necesitó su ayuda para organizarlo todo. “Cosas de adolescente”, cuenta. El tiempo vendrá a moldear los deseos. Vendrá la vuelta a su natal Santiago de Cuba y la matrícula de Pedagogía en la Universidad de Oriente, casa de altos estudios de estreno en 1947. 

La influencia de los profesores emigrados de España será notable. Habrá mucho verso en su camino con Juan Chabás y Herminio Almendros. ¡Nada menos! Ganará una beca para estudiar francés en París a principios de los 50. Toma estudios de psicología. Desenfunda el violín. Conoce a Lam, Guillén, Titón, Servando Cabrera…

Al regreso es nombrado decano de la Facultad de Educación e imparte clases de psicología. Integra como cantante la Coral Universitaria… hasta que un día el director no puede asistir y le pide que ensaye a los muchachos. Eso fue por el año 1954. “Fue la primera vez que sentí en serio que podía dirigir”, afirma.

Su primera agrupación, el coro masculino Los Cantores Polifónicos, surgió en 1955. Ellos cantarán su primera composición, “Yo pienso cuando me alegro”, basada en los versos de José Martí; pero eran tiempos duros. La lucha clandestina en Santiago se hacía cada vez más recia y tuvieron que disolverse en 1958.

Hay imágenes en las que Electo Silva se parece al Benny, saltando aquí y allá. No tenía esquemas, no los tuvo nunca. Recibió clases de un director de la Ópera de Berlín que trajo el exigente método alemán de dirección. Recibió el aliento de muchos, mas su formación fue esencialmente autodidacta: de mucha búsqueda, de mucha lectura, de mucho aprender haciendo. Y de mucho éxito.


Coro Orfeón Santiago.  Foto: Internet

El 17 de diciembre de 1960 queda marcado como el debut público del Orfeón Santiago. Electo lo convirtió en una institución de referencia, lo hizo flamear. Durante años bruñó un verdadero regalo para la cultura cubana. Lo entrevisté varias veces. Una tarde le provoqué, le convoqué a que evaluara su propio coro, sobre la base de cien puntos. Era como si lo esperara:

“El canto exige tres cosas: cuerpo, mente y espíritu. Es decir, cuerdas vocales sanas, un alto grado de concentración y una voluntad, un deseo, una necesidad de cantar….

“Si aceptas esos parámetros, tal vez daría noventa al cuerpo y tal vez vez un tanto menos a la mente, a lo que concierne al conocimiento musical pleno; pero al espíritu, a eso que cataliza todo lo demás, a eso que hace que una voz sencilla suene maravillosa, ahí sobrepasaría los cien puntos. 

“Un coro es un juego de espejos. Ellos, los cantores, me exigen que brille para que a su vez los  haga brillar. Un director de coros tiene la posibilidad de hacer que vibre un siglo a través de la música”.

 

El perpetuo homenaje

En el albor de los 70, Roberto Valera envía una carta a Electo Silva. De manos de otro maestro (José Ardévol) llega su versión coral de Iré a Santiago, con versos de Federico García Lorca.

“Tómate con él las mismas libertades que si se tratara de música tuya: lo importante es que suene ‘sabroso′ y eso, tratándose de música cubana para coro, nadie mejor que tú para lograrla”, escribe. Unos años después, Valera no tiene a menos confesar: “Lo dediqué al Orfeón porque Electo es obsesivo con su trabajo, es un mago y tenía una joya. No creo que, entonces, ningún otro coro lo hubiera podido hacer”.

Pasó lo que todos sabían: el destinatario no dejó reposar la obra un instante: “Cuando leí la partitura, como se dice: ‘matando y salando′, la monté y la estrené en el Festival de Coros. Le puse unas inexactitudes, un contratiempo al principio. La parte central la hago lenta, porque el poema lo pide. Allí hay que detener el son para hacer una declaración: ¡Oh cintura caliente, gota de madera!”.

Electo fue durante años el gozne y la llama del Festival de Coros de Santiago de Cuba, convite que comenzó en 1962 con carácter nacional y que en los años 90 traspasó nuestras fronteras.

El Festival de Coros debería tomar el nombre de Electo Silva Gaínza, como perpetuo homenaje. Es una propuesta que respetuosamente nos permitimos hacer desde La Jiribilla al Ministerio de Cultura y a los organizadores del próximo convite de las voces. Sería un acto de justicia, de elemental congruencia a un legado de excepción.

En los Festivales de Coros se escucharon algunas de sus composiciones corales, ya antológicas. Temas como “El Castigador” (Ignacio Piñeiro), “Juramento y Olvido” (Miguel Matamoros), “El negro bembón” (versos de Guillén) y otras versiones con letras de José Martí, Fayad Jamís, Rafaela Chacón Nardi, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Pablo Milanés…

Autor de volúmenes como 30 canciones corales cubanas y Premio Nacional de Música (2001), Electo era casi siempre el de más baja estatura entre los integrantes de las sucesivas generaciones del Orfeón. Sin embargo, cuando su mano subía al cielo y bajaba, se tornaba gigante. Lo sigue siendo, aunque se nos haya ido este 30 de mayo, a los 89 años.

Él supo demostrar que en este universo tecnológico que habitamos, que en esta isla musical, los coros tienen su lugar:  

“La voz humana organizada colectivamente tiene un imán capaz de capturar al  público de manera especial. Nada es capaz de borrarlo. Un coro es la divina medianía. Es como el sol, que hasta cuando se pone, es capaz de entregar una llama. Y todo eso está diciendo una sola cosa: la vida es cantar”.