A la espera de Alberto Tosca

Emir García Meralla
27/8/2018

Hace unos cuarenta años Pablo Milanés lo definió: “La vida no vale nada”. Ese fue mi primer pensamiento una vez que la voz del otro lado del teléfono me dio la mala nueva: “El negro Tosca se nos fue”. Consulté la hora, y el mediodía de este 14 de agosto campeaba por su respeto. Yo por mi parte estaba a más de cien kilómetros de la ciudad y solamente podía acompañar el dolor de amigos y conocidos apelando a los recuerdos y las vivencias. Dos argumentos que pueden esconder la tristeza y la rabia que genera la muerte de los amigos, pero no mitigan la tristeza.

Necesitaba tiempo para escribir esta nota. Debía asumir la noticia con toda la entereza posible. Viajo en ómnibus hacia el centro de la isla y vuelco toda mi atención en la sucesión de tonos verdes que define a Cuba en la autopista, en el variopinto cardumen de autos, camiones y buses que cruzaban ante mis ojos mientras mi mente se sumergía en las letras de aquellas canciones suyas que se nos metieron en la sangre a comienzos de los años 80.

Alberto Tosca
Fotos: Internet

 

Alberto Tosca. Así se llamó. Le conocimos como parte de la Nueva Trova. Curiosamente Tosca no pertenecía a la segunda generación del movimiento, pero tampoco era parte de la primera, la de los fundadores; él —lo mismo que Augusto Blanca— era el eslabón que unía estos dos polos musicales. A su diestra Pablo, Silvio, Noel y los demás; a su izquierda se fomentó la leyenda y el mito de Santiago, Donato, Gerardo, Frank y Carlos Varela (este último también es un comodín generacional como lo fue Alberto).

El sol calienta los cristales del ómnibus en que viajo. Corro las cortinas y observo al mayor de mis hijos concentrado en las aplicaciones del teléfono. Le comentó brevemente la noticia, y su primera reacción es consultar la Ecured y la Wikipedia, descubro los errores de estas dos fuentes de información en cuanto a la magnitud de su obra musical. Sin embargo, no recuerda haber escuchado sus canciones. No lo culpo, me culpo a mí mismo por la torpeza; por la pifia cultural. Estoy a tiempo de rectificar. Y la primera reacción es recordarle físicamente quién y cómo era.

Los presenté una tarde en la UNEAC. Era el lanzamiento de la Gaceta de Cuba y en sus páginas se destacaba una entrevista que le habían hecho meses antes, en las que contaba sus verdades sin temores; se quejaba de dolores en los pies pero ello no impedía su sonrisa afable y el derroche de cariño hacia los presentes. Contra todo consejo religioso contaba sus próximos proyectos, sobre todo ese disco en que reuniría a amigos para recrear sus canciones, de otros sueños tal vez irrealizables y del orgullo de ser padre de un músico virtuoso.

Como si tuviéramos una conexión paranormal el chofer pone a toda voz a Gilberto Santa Rosa. Canta primero el tema de los hermanos Ríos —“Que manera de quererte”—, y los viajeros se sienten satisfechos. Ahora canta “Sembrando para ti”. Observo a mi alrededor y muchos mueven sus bocas, murmullan la canción.

Alberto Tosca no está en la cima de su popularidad, tampoco le ponen en la radio, pero sus canciones se han anclado en la memoria colectiva. Incluso creo y pienso que muchos de los nuevos trovadores desconocen su obra y hasta su hidalguía. Honestamente bastaron dos canciones y la voz de Xiomara Laugart para que su nombre fuera incluido entre los necesarios de la trova cubana en los 80: “Fe” y “Sembrando para ti”. El uno de un lirismo muy cercano a aquellas canciones de los trovadores de los años 20, muy a lo Corona, que era su mayor influencia; el otro influenciado por los aires de la bossa nova y el feeling; algo que años antes había propuesto Pablo Milanés con Mis 22 años; solo que Pablito apelo a la guajira.


 

Llego a mi destino y busco la manera de actualizarme sobre el acontecimiento; de informarme y de enviar a mi editor una nota adecuada. El Negro era mi hermano por muchas cosas: las experiencias vividas; los amigos comunes y sobre todo por el vínculo fraternal que nos unía desde el año 96.

Maldigo el silencio digital por vez primera en mi vida. Maldigo a la tecnología por no estar cuando se necesita. Solo me queda meditar y repasar sus canciones; esas que canté y cantamos, las que acompañaron a más de una generación.

Alberto Tosca junto a Jesús Blanco estuvieron cerca de mí la noche en que mi vida cambió. El primero pospuso su salida hacía México un par de días. El segundo contra la voluntad de los médicos abandonó su reposo y llegó desde Alamar hasta la calle Jovellar para darme la buena nueva y un largo abrazo.

Lamentablemente hoy ninguno de los dos está cerca, al menos físicamente. De Blanco leo sus libros y ensayos para enriquecer mi trabajo. Al negro Tosca, al negro Tosca le debo una entrevista y tal vez ese largo trago de ron mientras nos proponemos la vida a futuro y pasamos revista por lo vivido. A los dos espero encontrarlos allá en el Oriente.

Esta tarde, que no se pone gris, que carga todos sus collares, tal vez nos crucemos cerca del río Almendares; allí donde se funde con el mar. Es día de hacer ebbo, de rogarnos la cabeza. En la noche quizás tus hermanos esperen tranquilamente tu llegada a la logia. Es día de júbilo; estarán los familiares y tú vendrás con la guitarra, deleitarás a todos los presentes y al final te irás tan silencioso como llegaste.

Regreso a la ciudad que habito. Al fin podré hablar con mi editor; él entenderá la demora y será indulgente, por mi parte he de encontrar amigos comunes y escribir estas líneas. ¡Negro, carajo, yo creo en ti, y aunque ya no estás sé qué no te irás!