A solas con Alicia

Yuris Nórido
8/5/2020
 

UNO

Alicia Alonso soñaba que bailaba.

O que tenía que bailar.

O que ya había bailado.

A veces estaba en el camerino, escuchaba la música de Giselle, pero no estaba lista; se desesperaba porque corría y corría; y ya sonaban los acordes de su entrada, y ella corriendo por pasillos que se alargaban… y no llegaba.

Una auténtica pesadilla.

Otras veces recibía el homenaje de su público en un teatro. Una ovación cerrada. Ella hacía una delicada reverencia. Y era como si los aplausos la envolvieran, como si fueran algo palpable, algo sobre lo que uno pudiera sentarse y subir…

Pero el sueño que más le gustaba era el recurrente: ella bailaba.

Bailar, bailar, bailar…

Como si bailar fuera la vida.

Como si no hubiera mañana.

Solo la danza.

“Yo hubiera vivido eternamente en ese sueño” —le confesó a este cronista el 18 de diciembre de 2010, dos días antes de cumplir 90 años.

DOS

¿Cuántas entrevistas habrá concedido Alicia Alonso en su larga vida profesional? Difícil será establecer una cifra; se diría que imposible.

Para cualquier periodista cultural en Cuba entrevistar a Alicia era una aspiración, incluso un sueño.

Y no una entrevista rápida, o un par de preguntas en una conferencia de prensa.

Yo quería una conversación distendida, un diálogo sin prisas ni presiones.

Pedro Simón, su esposo, lo organizó todo.

Fue un caballero Pedro Simón. Él tenía que asistir a la presentación de un libro, así que nos dejó a mí y a mi fotógrafo (Lester Vila) solos con Alicia.

En su propia casa. En su sala. Alicia en su espacio.

Ni siquiera preguntó qué iba a preguntarle.

Yo solo quería que me hablara de ballet.

TRES

—¿De qué vamos a hablar usted y yo? —me dijo la bailarina cuando estuvo sentada en su butaca.

—Alicia, hablaremos de danza.

—O sea, que no me va a preguntar de política, ni de temas generales, ni de cosas personales… Mire que estoy dispuesta a hablar de cualquier tema.

—Se lo agradezco infinitamente, pero si tengo delante a una de las bailarinas más grandes de todos los tiempos, quiero que me hable sobre todo de su arte.

—Más se lo agradezco yo. De ballet siempre quiero hablar. Y siempre tengo cosas que decir.

CUATRO

Transcribí la grabación de punta a cabo. Ni le puse ni le quité. Mi editor en el periódico Trabajadores se asombró por la concisión de las respuestas.

—¿Tuviste que editar mucho?

—Nada, casi nada. Cuando habla de ballet, ella es muy directa. Siempre tiene una opinión y la expresa sin regodeos. Y todo lo que dice es muy interesante.

—Bueno, es que esa es su vida: bailar.

CINCO

Esa mañana, Alicia apoyaba sus palabras con suaves gestos. Ligeros movimientos con las manos.

Las manos como si danzaran.

Yo estaba maravillado con esas manos.

Cuando me estaba hablando de las características de la escuela cubana de ballet, de la singular relación en la pareja, hizo con su brazo derecho un ademán rápido, un dibujo rapidísimo en el aire, una voluta.

No me pude contener:

—¡Qué hermoso movimiento! ¡Qué elegante!

—Es natural, eso no me lo enseñó nadie. Eso nace, no se hace. Pero si te empeñas, puedes refinar el movimiento. No es llegar a la exageración, es buscar la belleza. De eso se trata el ballet: de buscar la belleza del movimiento sin caer en la falsedad o la caricatura.

SEIS

Hice bien en transcribir la entrevista, incluyendo ciertas impresiones que agregué después a la grabación.

El registro se perdió unos meses después, cuando se rompió la computadora donde lo archivaba.

Todos los días me decía que tenía que sacar varias copias.

No lo hice. El pecado de la abulia.

Me hubiera encantado escuchar otra vez a Alicia esa mañana, plena en su capacidad intelectual.

SIETE

Alicia me dijo, cuando había terminado la entrevista:

—Mire, ahorita le dije que yo soñaba que bailaba, pero la verdad es que yo no necesito dormirme para bailar. Yo estoy aquí con usted y estoy bailando. Yo me siento en el teatro, escucho la música, y bailo con mis brazos, con mi cabeza. Yo escucho cualquier grabación y ya me estoy imaginando la manera en que la bailo. Es más, así han nacido muchas de mis coreografías. Y cuando comienza la música, se lo aseguro, ya estoy bailando.

OCHO Y FINAL

Alguien me dijo una vez que Alicia Alonso era una mujer fría y distante.

Me lo dijo porque alguien se lo había dicho.

“Es que las grandes artistas tienen que ser así. De lo contrario, no tienen la fuerza de voluntad para llegar a su grandeza”.

Me pareció una tontería.

Obviamente, Alicia Alonso era una mujer con carácter.

Pero al mismo tiempo era simpática, jovial, educada…

Eso: educada.

Antes de despedirnos, nos advirtió:

“La buena educación abre todas las puertas. Se lo he dicho a los bailarines. Digan buenos días, buenas tardes, buenas noches, gracias y adiós. Si eres un excelente bailarín y eres un mal educado, no eres un buen bailarín. Ser bailarín es saber decir gracias con el movimiento. Así…”.

Y se llevó una mano al pecho e inclinó la cabeza.