eres un simple hombre alucinado
 entre calles, talleres y recuerdos.
Fayad Jamís.

Nada de lo que suceda en el Mejunje sorprende, porque de allí todo se puede esperar; sin embargo, siempre nos deja con la boca abierta y el corazón en el aire. Yo, que conozco a Ramón Silverio desde antes de que empezara con esa limpia aventura en 1984, doy fe de que conoce la fórmula de los milagros.

Ramón Silverio, nunca nos faltes. Fotos: Pedrito, María y Lisandra

Nacido en lo más campo del campo villareño, en una sabana del entorno de la presa Minerva, al triunfar la Revolución, andaba Ramón retrasado con la escolaridad para sus diez años cumplidos. Ello no le impidió, tras superar los grados que arrastraba como deuda, hacerse maestro rural.

En ese magisterio estaba cuando en los años setenta formó, con residentes en La Movida —otro barrio rural— el Conjunto Artístico Eduardo Saborit. Con él llevó obras de teatro, coreografías y música campesina por avenidas y guardarrayas de los más insospechados rincones. Algunos buenos reconocimientos recibió. Desde entonces es un loco que jamás se cansa. Nunca pide permiso para hacer, tal como le aseguró a Alexis Castañeda en una de las entrevistas que le concedió.

Del espíritu inclusivo del Mejunje se ha hablado mucho, porque en esa filosofía se define su plural identidad. Fue allí donde el travestismo tuvo por primera vez un espacio para expresarse; entre esas paredes la comunidad sexodiversa tiene su Zona Rosa para demostrar que ellos son, también, parte viva y activa de los sueños que se sueñan para engrandecer al país; en muchas de las mágicas noches mejunjeras las personas de eso que llaman “tercera edad” tienen su día y su escena; los niños, su instante sagrado; los rockeros, raperos, boleristas y soneros, su público. Allí tantos, en apariencia sin destino, tienen su casa y su familia. En ese patio encantado se siente cómo nace un mundo nuevo.

Una contagiosa voluntad de participación se aprecia en el proyecto Santa Clara por la Vida.

Un gran proyecto llamado Santa Clara por la Vida constituye la nueva batalla que el Mejunje libra. Idea concebida por Lisandra Martín y Déborah García para apoyar al enfrentamiento a la COVID-19, rápidamente halló en ese ámbito su templo de realización. Comenzaron convocando a la donación de medicamentos, para distribuirlos gratuitamente —y para combatir de alguna manera el tráfico ilegal—. La acogida fue inmediata y desbordante entre la población, que no deja de acudir a la sede con sus contribuciones. Muchos son los beneficiados y los involucrados en la aventura; se aprecia una contagiosa voluntad de participación. Y sobresale el número considerable de jóvenes incorporados a los más disímiles quehaceres del proyecto.

Esta intervención profunda en los barrios pudiera marcar una experiencia modelo sobre cómo las instituciones de nuestro Estado socialista son capaces de llevar a cabo reivindicaciones de fenómenos culposamente desatendidos.

De los medicamentos pasaron al apoyo alimentario a los más necesitados, y para ello se dieron a la tarea de adquirir, elaborar y distribuir raciones los fines de semana a un grupo de ancianos seminternos de las casas de abuelos, pues ese beneficio, desde la institución de salud, solo les estaba llegando, de manera regular, de lunes a viernes. Luego la cruzada mejunjera amplió el diapasón a otras personas vulnerables; tanto han crecido las contribuciones que en días recientes pudieron salir por toda la ciudad y sus periferias en un camión para tocar con su vara mágica a cuanta persona vulnerable conocen, que bien identificadas las tienen. Nadie lo dude: estos reyes magos posmodernos son seres reales que sí saben amar con todo el pecho.

Muchos son los beneficiados y los involucrados en la aventura.

Transportistas privados y estatales, trabajadores por cuenta propia, intelectuales y artistas, empleados de cualquier sector, activistas de la comunidad LGBTIQ, parroquianos del Mejunje, junto a personas de las más diversas procedencias y filiaciones, acuden diariamente al lugar con sus ofertas y su disposición a involucrarse. Las donaciones emanadas de diversos sitios y habitantes de la ciudad, y de cubanos residentes en el exterior, han hecho posible el crecimiento en progresión geométrica de la oferta, al extremo de que ya es un movimiento filantrópico de magnitud atendible, gestado desde una institución cultural del Estado donde toda una ciudad solidaria, compartiendo lo que tiene y no lo que le sobra, alivia de tanto frío y tanto miedo a cuanto desvalido se le ponga por delante.

“Un gran proyecto llamado Santa Clara por la Vida constituye la nueva batalla que el Mejunje libra. Idea concebida por Lisandra Martín y Déborah García para apoyar al enfrentamiento a la COVID-19, rápidamente halló en ese ámbito su templo de realización”.

Como las posibilidades iniciales se rebasaron sobradamente, al extremo de que se hizo insuficiente la capacidad de procesamiento, varias casas se ofrecen para elaborar las raciones; el número de voluntarios y de vehículos para la distribución crecen, y el avituallamiento y disponibilidad financiera en aumento hacen que esta humanísima y revolucionaria idea sea vista por todos como un proceder no solo sostenible sino también expandible.

Todo lo tienen puntillosamente registrado, para curarse en salud de suspicacias e (im)posibles desviaciones. El Mejunje es un arca de costados transparentes donde la única ganancia que importa es la de haberle regalado bienestar a todo el que lo necesite.

“Nadie lo dude: estos reyes magos posmodernos son seres reales que sí saben amar con todo el pecho.

La tradición del Mejunje de dignificar a quienes padecen desventajas, una vez más sintoniza perfectamente con lo mejor del espíritu revolucionario cubano. Aceptan donaciones de cualquier sitio de mundo, siempre que no vengan acompañadas de condicionamientos espurios. Esta intervención profunda en los barrios, redescubiertos como prioridad para subsanar ciertos abandonos de programas sociales de probada eficacia, pudiera marcar una experiencia modelo sobre cómo las instituciones de nuestro Estado socialista, con el brazo del pueblo, son capaces de llevar a cabo reivindicaciones de fenómenos culposamente desatendidos.

Ramón Silverio y todos sus escuderos son nuestros quijotes.

Ramón Silverio, caballero nuestro de la renca —pero excelsa— figura, nunca nos faltes, sigue desfaciendo entuertos por nuestras calles y montes. Tú y todos tus escuderos son nuestros quijotes, nuestros divinos locos que jamás se cansan de abrir ventanas y sembrar luceros.

“La única ganancia que importa es la de haberle regalado bienestar a todo el que lo necesite”.
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