Ares: un vuelo universal a lo cercano

Liliana Molina Carbonell
15/9/2016
Fotos: Cortesía de Arístides Hernández (Ares)

No es su versión definitiva. Ningún intento por escribir un diccionario de la caricatura cubana podría resumirse, permanentemente, en 28 páginas. Ares lo sabe: ha vivido de cerca el proceso cíclico, ingente, voraz, que supone un proyecto así. Sin embargo, acaba de reencontrar aquel primer texto. Y ante la evidencia incuestionable de cómo empezó todo, advierte en ese hallazgo el sustrato de varios años de búsqueda, asidos a una aspiración raigal.

“En un primer momento, 28 páginas me parecía mucha información. Incluso, había algunos nombres relacionados con la historia de la caricatura que no significaban nada para mí. Durante siete u ocho años estuve trabajando en serio para reunir toda la documentación que necesitaba; quizá este sea ahora el archivo digitalizado más grande de imágenes e información sobre humor gráfico que hay en Cuba”.

Más de una vez ha debido regresar a esa base de datos. Conoce, casi de memoria, qué caminos llevan a un término u otro; cuánto han crecido los registros que compendian una década de investigaciones; dónde comienza y acaba el acercamiento a una historia que sugiere, en toda su plenitud, una certidumbre metabolizada con el tiempo: “Al principio ―dice― fue un vínculo inesperado”.

I
Ares había recibido el premio de un salón internacional en Brasil ―hoy cuenta con más de un centenar de reconocimientos en certámenes mundiales―, cuando la Universidad Estadual de Bahía le propuso organizar un taller de humor gráfico e historieta. “Ahí empecé a conocerme”, asegura. “Ya no era solo estudiar la historia del humor gráfico en el mundo, sino en Cuba. Fue una oportunidad para saber de dónde venía y plantearme, también, hacia dónde quería ir”.

Aquel curso de 21 días y el libro que resultó de ese intercambio académico trazaron las coordenadas de un empeño mayor. Definieron el punto cero de una indagación sistemática, concentrada primero en los archivos de la Biblioteca Nacional José Martí, y esparcida después, casi como un feedback imprevisto, hacia las múltiples dimensiones de un universo gráfico propio.

“Luego de casi 10 años llegué a tener entre 600 y 800 caricaturas escaneadas y, como mínimo, 500 términos, ya que incluía referencias a personajes, publicaciones, creadores, eventos. Ahora ese número ha crecido mucho más.

“Todo lo que necesito para hacer un diccionario de la caricatura está ahí; no obstante, debería dedicarme casi por completo, durante un año, a organizar esos datos, a redactar bien cada uno de esos términos. Tendría que recibir la beca Mandrake el mago, que no existe, para poderlo hacer. Por tanto, decidí que voy a seguir guardando información; aunque no sé si en algún momento tenga tiempo para terminar este proyecto”.


 

De aquella idea primigenia se han derivado, en cambio, otros textos que reúnen parte de ese quehacer investigativo. Historia del humor gráfico en Cuba ―en coautoría con Jape―, publicado en 2007 por la Universidad de Alcalá de Henares y la Editorial Milenio, y Caricatura cubana contemporánea, colección de tres volúmenes editados entre 2007 y 2009 por la Editorial Pablo de la Torriente, están entre los más conocidos y citados dentro de su labor autoral.

“Lo único que tengo que hacer es armar el esqueleto y ponerle ligamento, músculo, grasa, piel…, como si creara un personaje. El diccionario —afirma— se ha convertido en la savia para escribir todos los libros que quiera”.  

Y además, para ahondar en ese proceso de autoconocimiento sobre el cual hablaba antes: una ruta de indagación que tal vez comenzó a emerger cuando aún siendo estudiante de Medicina publicó su primera caricatura en la revista Opina, a inicios de los 80, o cuando en 1997 dejó de ejercer la Psiquiatría para dedicarse, exclusivamente, al humor gráfico. O, quizá, con esta anécdota:

“Hay un caricaturista norteamericano, Arnoldo Franchoni, con quien empecé a cartearme después de haber ganado por primera vez un premio en un concurso internacional. En una ocasión, recibí una carta suya donde me decía: creo que hay en tu obra influencias de Fernando Botero. Yo no tenía entonces ninguna preparación relacionada con las artes. Recuerdo que le envié una carta preguntándole: ¿y quién es Botero?”.

II
Durante años, los voluminosos personajes que identifican la poética visual de Ares han formado parte de su cosmovisión sobre la realidad contemporánea, ampliamente conocida por sus colaboraciones en revistas como Courier internacional (Francia), Cartonclub (México) o Punto Final (Chile). Hiperbolizados, los protagonistas del humor editorial que le distingue articulan una identidad gráfica heterodoxa, de agudo  simbolismo. Sugieren ―como a aquel caricaturista norteamericano― posibles referentes de un estilo que el propio Ares considera prematuro.

No es Botero, sin embargo, esa influencia vital.

“Así como he estudiado a otros caricaturistas, también he estudiado mi evolución. Y sí, logré un estilo muy rápido, más bien un sello, que no es el de los gordos necesariamente, los cuales aparecieron por pura experimentación y no tienen nada que ver con Botero.


 

“Al principio solo utilizaba la línea limpia, espacios blancos contrastando con el color negro; luego esos personajes empezaron a engordar, a partir de un dibujo publicado en la portada del Dedeté, en los años 80. Poco a poco ese engrosar de la figura fue apropiándose de mi trabajo, a veces de forma exagerada, pues incluso las cabezas llegaron a ser muy pequeñas. Aunque en un inicio se trataba de una hinchazón, después comenzaron a ser más grotescos, como si estuvieran derritiéndose. Surgieron sin ningún plan preconcebido y con la idea de tratar de hacer algo diferente. Es como la buena genética, que uno va desechando lo que no sirve y agarrando lo mejorcito.

“Si recortara todos mis personajes, y los pusiera uno al lado del otro, se vería que siempre están cambiando. Y mientras siga trabajando, van a continuar transformándose, porque voy buscando y descubriendo otras cosas, que se convierten también en motivo de inspiración. Por tanto, tengo un sello, pero no creo que se haya encasillado mi trabajo”.

Su obra condensa una temprana vocación por el dibujo, y además, un cúmulo de referentes esenciales. ¿Cómo se ha conformado en su caso ese entramado de apropiaciones e influencias?

Cuando era pequeño, copiaba caricaturas de Palante, Dedeté, algunas de Juan David que veía en la revista Bohemia, las historietas de Naoh y otros dibujos. Me llamaba la atención todo lo que fuera gráfica. Una vez que comienzo a publicar en la prensa, busco lo que más me interesa, tratando de crear una manera de hacer personal. Inicialmente, esas influencias estaban en el Dedeté de los 80, sobre todo en la obra de Carlucho, Ajubel, Manuel, Tomy y René. Después comprendí que, a la par, estaba bebiendo de todos los referentes que habían tenido algún impacto en el trabajo de esos caricaturistas.

“En cuanto a las influencias extranjeras, están muy vinculadas con lo que comienzo a ver en los catálogos de los salones internacionales, donde predominaba un tipo de humor más concentrado en la idea, en el dibujo, con una apariencia más general, aunque tocara temas políticos o editoriales.

“Por ahí se va conformando mi manera de hacer, que también se nutre de otras expresiones como la ilustración infantil, la pintura, el cartel… Mi obra se ha diversificado mucho, porque me canso muy rápido de la expresión que estoy trabajando, de las técnicas o de las fórmulas que aplico. Es una vorágine constante, que también ha llegado a convertirse en un abanico de ramificaciones y nuevas influencias.

Junto al tratamiento de la figura humana, una de las particularidades que se advierte en ese modo de hacer es la ausencia de texto. ¿A qué se debe el predominio de la imagen como un rasgo esencial en la evolución de su trabajo?

Al principio, algunos de mis dibujos tenían globo; pronto descubrí que prefería utilizar solo la imagen, y eso ha marcado mi humor. Es más complejo elaborar una idea sin la utilización del texto y también es más difícil que se entienda. ¿Cuál es la ventaja? Que la lectura depende del que está asistiendo al dibujo. Y yo considero que una buena caricatura no puede decirlo todo, tiene que dejar un pedacito que lo pone el interlocutor.

Una buena caricatura no puede decirlo todo, tiene que dejar un pedacito que lo pone el interlocutor.Uno de los valores del arte —porque pienso que el humor gráfico es arte, además de ser periodismo— es la posibilidad de tener un abanico amplio de interpretaciones. Eso hace que mi trabajo no responda a un momento específico ni a una zona geográfica determinada. Muchas de mis caricaturas poseen diferentes niveles de lectura. Los chistes que hago a partir de situaciones relacionadas con mi cotidianidad, después son interpretados en cualquier lugar del mundo, en dependencia de la cotidianidad de los otros. He descubierto, con el tiempo, que los seres humanos son los mismos en todos lados. Lo que hago, entonces, es darle un vuelo universal a acontecimientos que me son cercanos.


 

Una de las deficiencias que advierte en el humor gráfico actual, según ha afirmado en otras entrevistas, es la prevalencia de temas concentrados en la realidad inmediata y de caricaturas que apenas exploran esa universalidad a la cual se refería. ¿Considera que ese sigue siendo hoy uno de los principales desafíos?

Si alguien está concentrado en su realidad y lo hace bien, la gente puede encontrar puntos de contacto con ese trabajo. La Mafalda de Quino, por ejemplo, es una referencia constante a la realidad de la Argentina de ese momento y aun así, se ha convertido en un ídolo del comic universal. Creo que hoy el problema no está solo en amarrarse a los temas de la cotidianidad de cada quien, sino en limitarse a fórmulas reiteradas, que funcionan, son facilistas y, en última instancia, van en contra del trabajo que uno hace como caricaturista. Es lo que sucede, por ejemplo, con muchas de las vertientes del humor gráfico cubano: se amarran a las mismas fórmulas manidas que van a funcionar para la gente.

Lo difícil en estos tiempos es ser original y desarrollar una idea de forma distinta a cómo la han abordado otros. Si hay una noticia, a los cinco minutos vas a ver caricaturas similares en todas partes. Y no es que uno haya copiado al otro, es que la gente se agarró del primer vagón.

También lo difícil en estos tiempos es ser original y desarrollar una idea de forma distinta a cómo la han abordado otros. Si hay una noticia, a los cinco minutos vas a ver caricaturas similares en todas partes. Y no es que uno haya copiado al otro, es que la gente se agarró del primer vagón.

¿De qué modo concibe el proceso de creación de una obra, para lograr que su trabajo se distinga, entonces, de las propuestas de otros caricaturistas?

Intento hacer las cosas con un estilo personal; subirme al primer vagón, salir corriendo hasta atrás y revisarlos todos, antes de “bajar” con la caricatura. Creo que, a diferencia de otros caricaturistas editoriales, me costaría muchísimo realizar una obra todos los días para un mismo periódico. Soy muy intranquilo y no serviría para hacer siempre lo mismo; por eso trato de buscar motivaciones nuevas, distintas: si me aburro de la caricatura, me dedico a ilustrar un libro infantil o a organizar un proyecto para una exposición de pintura. Igual me sucede con las técnicas que aplico, a veces trabajo con tinta y ordenador; otras, con acrílico o acuarela: las preferencias van cambiando constantemente.

Esto no quiere decir que de vez en cuando no haya hecho una mala caricatura, más aún cuando trabajo contrarreloj. Para realizar un lienzo quizá demore un mes, o menos. Sin embargo, a veces hay una situación específica que me llama la atención y quiero hacer algo rápido, porque me da la posibilidad de estar, en un corto período de tiempo, comentando y colocando en el mundo mi opinión sobre un suceso. Es algo bárbaro y da mucha alegría, aunque también puede hacer que uno se equivoque, pues hay obras que necesitan ser revisitadas antes de publicarse. En ocasiones eso no es posible y se cometen errores: algunos imperceptibles, que no vale la pena tener en cuenta, y otros de los que uno sí se arrepiente. Muchas veces me pasa eso, pero son gajes del oficio.

Buscar motivos para el humor en diversos espacios de creación es un consejo que ha dado a otros humoristas y que, probablemente, podría funcionar ante esos señalamientos que hacía relacionados con el humor gráfico actual. ¿En qué espacios encuentra usted esos motivos?

Cuando estudiaba Medicina tenía un profesor que aseguraba: el que Medicina solo sabe, ni Medicina sabe. Creo que en este caso sería igual: el que caricatura solo sabe, ni caricatura sabe. Siempre he dicho que la creación es como un iceberg: cuando alguien ve una obra lo único que percibe es el pedacito que está por encima del agua, pero mientras más enjundia existe abajo, mayores son las posibilidades de que sea mejor lo que está arriba.

En mi caso, no solo busco influencias en la caricatura; me interesa todo lo que tenga que ver con las artes plásticas, la literatura, el cine, la música –principalmente el jazz, la trova, la fusión, la música estadounidense y la cubana–. Me gusta ver que existen cosas diversas. Hace un tiempo estuve en Sri Lanka y vine absolutamente impresionado, porque cuando llegas a un lugar y no ves lo mismo que en otros sitios, esa experiencia se convierte en alimento para el espíritu.

Uno no sabe con seguridad de dónde puede surgir una buena caricatura, así que es necesario estar mirando para todos lados.

Uno no sabe con seguridad de dónde puede surgir una buena caricatura, así que es necesario estar mirando para todos lados. Cada vez que tengo oportunidad, salgo a caminar por las calles y encuentro muchísimas cosas a partir de las cuales es posible crear una caricatura universal. Lo mismo sucede cuando viajo a otros países: hay personas que me llaman la atención y que pueden inspirar una caricatura.  

También me encanta la ilustración para niños. Trabajar un libro de punta a cabo con un estilo, unas técnicas, una manera de hacer, me divierte muchísimo, sobre todo porque puedo experimentar con imágenes que, por lo general, no utilizaría en el humor gráfico. Al igual que en la pintura, he encontrado en la ilustración un espacio de libertad para expresar ideas.

Aunque ha ilustrado más de 80 libros y ha participado en varias exposiciones de pintura personales y colectivas, la caricatura editorial es la vertiente de su trabajo más conocida y reconocida internacionalmente. ¿Qué potencialidades identifica en esta forma de expresión, para comunicar sus preocupaciones e inquietudes desde una perspectiva universal?

Cada manifestación artística posee sus espacios de validación, pero la caricatura tiene la ventaja de llegar a muchísima gente. Mis caricaturas se publican, entre otros medios, en el diario Juventud Rebelde, en Le Monde, en Iran Cartoon y, durante muchos años, se publicaron en Caglecartoons, un sindicato norteamericano que distribuía caricaturas en más de 600 publicaciones dentro y fuera de Estados Unidos. A diferencia de otras expresiones visuales, puedo llegar a comunicarme con millones de personas mediante una sola caricatura, ser partícipe de sus opiniones sobre un suceso determinado y convertir mi interpretación sobre un hecho en una realidad para ellos.


 

La otra ventaja es que son ideas dichas con humor, con gracia, y eso me permite llegar más fácil a la gente. El lenguaje primario de los seres humanos es el de las señas, el de las imágenes; además, la risa es una de las primeras expresiones de contacto de los niños con el mundo. Entonces, trabajo con dos elementos que son los más básicos dentro de la comunicación humana, pero la caricatura editorial me permite utilizarlos como herramientas para hablar de ideas superiores.

Después de haber dedicado varios años de investigación a la historia del humor gráfico, ¿cómo valora el desarrollo de esta forma de expresión en Cuba y el trabajo de nuestros humoristas en otros medios?

Reírnos de todo es parte de nuestra manera de ser, en eso estoy de acuerdo con la teoría del choteo cubano. Pero el humor es otra cosa: es reírse de todo y de uno mismo. Creo que en ese sentido la historia del humor en Cuba ha sido bastante larga; por un lado, el choteo y, por otra parte, el humor bien hecho como expresión artística.

En la gráfica existe una tradición importante, por ejemplo, en la obra de Massaguer, Rafael Blanco y Eduardo Abela, que, junto a otros creadores, se han convertido en paradigmas. Sin embargo, actualmente el buen humor gráfico ha perdido espacio en la prensa cubana. A veces me río más en una galería, que con las caricaturas que aparecen en un periódico, pues en los espacios del arte hay más apertura para comentar con humor la realidad del país. Además, muchas veces los humoristas gráficos, como te decía antes, suelen repetir las mismas fórmulas.

A veces me río más en una galería, que con las caricaturas que aparecen en un periódico, pues en los espacios del arte hay más apertura para comentar con humor la realidad del país.

No por eso el humor gráfico cubano es menos: de todas las expresiones de las artes visuales, es la que más reconocimientos internacionales ha traído al país. Los humoristas gráficos cubanos, en conjunto, tienen centenares de premios internacionales. Y eso resulta increíble para una islita de 11 millones de habitantes.

En el humor escénico también existe un movimiento importante, que se diferencia del Conjunto Nacional de Espectáculos. Para mí, en este caso, el non plus ultra sería Doimeadiós, aunque además están Omar Franco y muchísimos otros artistas que hacen un trabajo excelente.

Durante los últimos tiempos, sobre todo en el Período Especial, los cubanos tuvimos que generar una cultura de la sobrevivencia. El humor escénico se vinculó más con el cabaret por una necesidad monetaria, y en muchos casos ello propició un cambio en cuanto a la calidad. Aun así, en esos espacios hay gente con altísimo nivel que defienden las cosas bien hechas. El Centro Promotor del Humor ha realizado con ellos un trabajo meritorio.

En la música, el cine y la literatura también existen excelentes expresiones del humor. En el caso de la televisión, ha habido momentos funestos, pero considero que Luis Silva ha logrado, con su personaje de Pánfilo, crear algo que es muy difícil: mantener todas las semanas una comunicación eficaz con la gente, comentando situaciones cotidianas que son interesantes.

Sin duda, este es un país de cultura; nuestra creación artística es increíble para una nación tercermundista. Aunque en el humor hay muchísima basura vinculada con la mediocridad o con las opciones concebidas para los turistas, también hay propuestas de gran calidad, lo cual me da mucho orgullo. Eso no quita que se señale lo mal hecho; pero es lo mismo que uno debería hacer con su obra: despejar lo que no sirve y dejar lo que nos parece mejor.

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