A la luz de la sombra

Reinaldo Cedeño Pineda
20/9/2019
Fotos: Cortesía de la puesta
 

La poesía es el principio del mundo. Nunca es tarde, nunca sobra. Teresa Melo me salvó un día, cuando escribió acerca de los locos que traspasan las puertas. Por eso, asistir al estreno de La sombra protectora (Metec Alegre-Consejo de las Artes Escénicas), pieza teatral que tomó sus versos como sostén y aliento, resultó una sacudida. Se trataba de atrapar las palabras en pleno vuelo, de subirlas a las tablas, de hacerlas carne y savia del gesto, de fundirlas en la historia de una ciudad.

Todo ese hilo inasible de la poesía tuvo a su Ariadna, no importa que ahora se llamara Alina Narciso. Directora de la puesta en escena, ella cabe perfectamente en los versos de la Melo, en aquel que refiere venir “de un país llamado mundo”. En esa declaración, en ese flechazo universal, descansa tal vez el resorte emotivo, la conexión, el reto. Cuba, por suerte, ha sido tierra fértil, recala para esta artista italiana y su proyecto “La escritura de la diferencia”, que intenta devolver la jerarquía y la estirpe femenina a la creación teatral.

En La sombra protectora, Alina Narciso enhebró cada eslabón hasta tejer la red, hasta encontrar la médula, hasta exprimir la quintaesencia. Respetuosa de un texto lírico, intenso, profundamente humano como el de Teresa Melo, la dramaturga logra una simbiosis escénica, en la cual cada elemento dialoga con las esencias, cada metáfora haya su contraparte simbólica, en un montaje que va de lo íntimo a lo místico, de la magia al desborde, del recogimiento a la luz.

La actriz Lisandra Hechavarría, el trance, la magia y el intimismo en La Sombra Protectora.
 

La actriz Lisandra Hechavarría es cada vez más convincente. Todos recuerdan su increíble corporización de La Lupe, aquella vida de novela que salió de los barrios santiagueros a la fama universal. Esta vez, en La sombra protectora, se convierte en la médium de la poesía y el teatro, de la Melo y la Narciso. Cuando llora, cuando se interroga a sí misma, cuando se transfigura, cuando se envuelve y escapa de las aguas, Lisandra es el asombro mismo. Es una tempestad.

Para alguien tocado por un desastre natural, con sus repercusiones y sus desgarros, no pasa inadvertida aquella secuencia de la furia y el desamparo que alude al paso de un huracán. Son tantos en estas tierras. Los santiagueros no olvidamos, no borramos, no podemos huir del paso del huracán Sandy, que se empeñó en borrar una ciudad en aquel duro octubre de 2012.

 

   Tejas de zinc, francesas y españolas y cubanas las tejas, y delgadas láminas de cartón piedra, y lonas endurecidas por el sol, y nylons inflados a pulmón, y pósters del Caribe.

Paredes de cuje descarnado o desnudo, y ladrillos rojos cocidos y vidriados, y bloques de cemento o arenisca, y cartones y planchas de bagazo, y tablas de cajas de pescado, y las pulidas piedras de la playa, y botellas del mundo transparente.

[Cosas podridas, húmedas.   Libros flotantes sin palabras

Fotos / carteles / sábanas / colchones / Almas]

 

La atmósfera lograda en la obra le debe no poco a la música (original de Sandra Agüero), cuya ejecución en vivo, cuya integración a la puesta alcanza un nivel de sutileza capaz de bordar cada instante, cada emoción. La escena se expande, se mueve, se abre ante nuestros pies y de pronto… ya no estamos en la sala del Cabildo Teatral, ya no es Metec Alegre, ya no es Santiago de Cuba. Es otra dimensión: entramos en las olas, en los acantilados, en el viaje.

Artífices de La sombra protectora.
 

El audiovisual acaba transmediando al teatro. El teatro acaba transmediando al espectador.

Un arte inflama al otro, escribió Mijaíl Fokin. La lumbre de la palabra arde en la luz del escenario, en un orden indistinto, a veces caótico, pero siempre único. El teatro, rito y representación al fin, es una llamarada. La sombra protectora no es una propuesta cualquiera: es una osadía, una apuesta a un público que trasciende el verso, que cree en la poesía como el principio del mundo.