Amelita Vargas, gran vedette cubano-argentina

Leonardo Depestre Catony
16/1/2019

 

Amelita Vargas. Revista Carteles, 1942. Foto: Cortesía del autor
 

Basta con echar una mirada a las secciones de espectáculos de dos de las revistas cubanas de mayor circulación –Bohemia y Carteles– de las décadas del 40 y 50 del pasado siglo para tropezarnos una y otra vez con las fotografías de Amelita Vargas, siempre sonriente y vestida de rumbera, lo cual permitía a los lectores apreciar su bella figura.

Amelita fue una de las actrices cantantes más populares y solicitadas del cine de habla española de entonces. Sus películas, aún hoy, si las repusieran, emanarían su picardía y su gracia. En verdad, la simpatía, la belleza y el ritmo caracterizaron la carrera de Amelita Vargas dentro de la cinematografía, en filmes que son un derroche de sensualidad y buen humor. Eran cintas en blanco y negro, muy entretenidas, y al menos por ella, aún vale la pena volver a verlas.

Entonces —ya no tanto como hoy— “todo el mundo” sabía que la actriz era nacida en La Habana, capital a la que volvía una y otra vez, y donde residía su familia. Argentina por adopción y por su larga residencia en el país austral, en él hizo su triunfal carrera. Allí se la considera una de las grandes vedettes —bailarina, cantante y actriz— de la cinematografía argentina.

En Cuba se exhibían prácticamente todas sus películas y filmó muchísimo: Con el diablo en el cuerpo, 1947; Novio, marido y amante, 1948; Miguitas en la cama, 1949; Cuando besa mi marido, 1950; ¡Qué rico el mambo!, 1952; La mano que aprieta, 1952; Los tres mosquiteros, 1953; Romeo y Julieta, 1954; Ritmo, amor y picardía, 1955; Escuela de sirenas y tiburones, 1956; Música, alegría y amor, 1956; Cleopatra era cándida, 1964… son algunos de los títulos de las más recordadas, si bien la relación completa incluye otras muchas.

Cuando visitaba la Isla, su presencia y fotografía eran tema de interés, porque se trataba de una cubana triunfadora en el extranjero, una artista de probado gancho y una mujer capaz de hacer mover los pies a quien la viera bailar y escuchara cantar.

Amelia Graciela Vargas Ipaneca nació en La Habana el 16 de enero de 1928 y desde la edad escolar reveló su preferencia por el baile, la actuación, la música. Se presentó en el programa La Corte Suprema del Arte a los 12 años y ello marcó el debut de quien sería conocida como la Reina del mambo.

Con los padres embarcó hacia México, donde ya en 1941 actuó junto al cantante Pedro Vargas y el cómico Mario Moreno, Cantinflas. Fueron los primeros pasos hacia el estrellato. Después lo hizo en el club Copacabana, de la ciudad de San Francisco, Estados Unidos, y participó además en el filme Perilous Holiday, de 1946, con actores norteamericanos. Los productores descubrieron la perfecta configuración de sus piernas y el compás de sus movimientos al bailar. Fue entonces que tomó rumbo al sur, para desarrollar en Argentina una carrera brillante. En las comedias teatrales y cinematográficas halló el escenario idóneo para el despliegue de su versatilidad y el inextinguible movimiento de sus ejecuciones bailando el mambo, la rumba y el chachachá. Devino estrella del music hall, compartió roles junto a los artistas argentinos más populares, y fue dirigida por los directores más importantes de ese país.

En la década del 60 se retiró, aunque regresó de la mano del actor Antonio Gasalla para protagonizar una revista musical. El Museo de Cine Porteño la homenajeó en 2005, al igual que a las también actrices Mirtha Legrand, Amelia Bence y Elsa Daniel.

Amelita Vargas es uno de los iconos del cine argentino en uno de sus momentos de gran esplendor. Salida de La Habana, realizó el camino inverso, hacia el exterior, el sur… y triunfó. Su recuerdo perdura, al igual que su imagen y su voz, no como “cosas del ayer”, sino como momentos de un quehacer escénico trascendental dentro de la cinematografía musical latinoamericana.