Anckermann, el de La isla de las cotorras: ¡Ay, Mancuntíbiri!

Leonardo Depestre Catony
23/3/2017

Enrique Pineda Barnet dirigió una comedia musical histórica, La bella del Alhambra (1989), protagonizada por una maravillosa Beatriz Valdés. Es este un filme memorable por varias razones, una de ellas por recrear —o mejor dicho, sacar del baúl de los recuerdos— una revista musical tan simpática como La isla de las cotorras, de la autoría del maestro Jorge Anckermann. En especial el gracioso estribillo ¡Ay, Mancuntíbiri!, de la rumba “Galleguíbiri-Mancuntíbiri”, en boca de los personajes del gallego y el negrito, resonará por siempre en los oídos de cuantos vieron el filme.


Foto: Internet
 

Conocedores de la historia y de la evolución del teatro musical cubano —citemos entre ellos a Rodrigo Pratts, Odilio Urfé y Eduardo Robreño— coinciden en señalar a Jorge Anckermann como el más fecundo de los compositores que escribieron para el teatro. El binomio integrado por él y Federico Villoch en condición de libretista, aportó varios centenares de obras representadas a lo largo de 25 años sobre el escenario del teatro Alhambra, las cuales dieron a su autor enorme popularidad.

Anckermann fue creador de partituras exitosas que, intercaladas en los cuadros de las más recordadas revistas musicales, perduran en la memoria, como La verbena de los mantones, La rumba en España, La revista sin hilos,  Las bodas de plata, Los grandes de Cuba, La revista loca, El bolero, Bocetos de Cuba… Compuso más de 500 partituras y más de 1 100 números musicales.

Su asombrosa producción fue un valladar a la creciente influencia de ritmos foráneos, que como el tango argentino y el jazz norteamericano competían por el decenio del veinte con los ritmos cubanos. Anckermann organizó los Conciertos Típicos Cubanos, ofrecidos con cierta regularidad durante años y que sirvieron para la presentación de nuevas figuras en tanto promovían el interés por las melodías de autores nacionales. En tal sentido, lo ayudaron los artistas del teatro Alhambra, encargados de la interpretación de las partituras, estrenadas solo en el citado teatro. Ahí se incluyen rumbas, boleros, guarachas, danzones, danzonetes, claves, sones, canciones, criollas, columbias, guaguancós, danzas, pregones, tangos congos, zapateos, habaneras…


Entrega del Premio Goya, 1990

La inspiración de Anckermann no tuvo paralelo. Creó un género, la guajira, cuyo estreno se remonta a 1899 en la obra Toros y gallos, basada en las medidas tomadas por el gobierno interventor para suprimir los espectáculos de este tipo.

Contaba Eduardo Robreño que la primera guajira, El arroyo que murmura, “fue estrenada y el punto, que tomó el nombre de guajira, cantado a dos voces por Pilar Jiménez y Adolfo Colombo, quienes recibieron por ello la más grande ovación de sus vidas artísticas. Hubo noches que la repitieron en más de cinco ocasiones”.

El éxito no significó para Anckermann una bonanza económica. Al igual que otros autores y compositores, buscó mejores perspectivas en el extranjero.  En México contribuyó junto a Odilio Urfé, autor de los danzones Fefita y El bombín de Barreto, a la  difusión de este género en esa nación, desempeñando además la enseñanza musical.

Hijo de mallorquín, Jorge Anckermann nació el 22 de marzo de 1877 en la calle Aguiar de La Habana Vieja. Del padre heredó ciertas dotes para la música y el interés por la cultura, con espacios para la ciencia y las letras.  A los ocho años comenzó en la orquesta paterna, tocando el contrabajo; en 1894, con 17 años, musicalizó su primera obra, La gran rumba, estrenada por una compañía de actores bufos.  

Anckerman murió el 3 de febrero de 1941, a los 64 años, de los cuales dedicó más de 50 a la música y a los músicos, porque se afirma que a muchos ayudó, al incorporar sus piezas en las revistas musicales.

Figura casi legendaria del teatro musical cubano, Jorge Anckermann alcanzó como compositor una popularidad tal que le permite perdurar en la memoria y en la historia de la música y de la cultura cubana.