Apenas fragmentos de Las cosas como son…

Hamlet Fernández
20/1/2017

Glexis Novoa, como otros creadores de su generación, después de años de ausencia del circuito expositivo habanero, ha comenzado a reinsertar su obra en el contexto insular. Un proceso, por cierto, que considero muy positivo para el enriquecimiento de la dinámica artística nacional de este minuto. Primero la intervención que realizara el artista en las paredes de una ruina frente al malecón, como parte del proyecto “Detrás del muro” durante la pasada Bienal de La Habana (2015). Y a finales de 2016 la exposición personal Las cosas como son, en el Museo Nacional de Bellas Artes.


Expo de Glexis Novoa en Bellas Artes. Fotos: Cortesía de autor

Las obras que integraron la expo, con excepción de los dibujos en miniatura extraídos del lugar donde se realizaron in situ, fueron realizadas en especial para este proyecto acogido por Bellas Artes y curado por Corina Matamoros, con el que Glexis vuelve a tener una presencia notable en La Habana. El artista no ha querido mostrar obra vieja, no ha sucumbido al afán de actualizar al público doméstico con una retrospectiva del trabajo realizado durante las décadas de ausencia. Las pinturas que nos propone ahora conservan un elemento fundamental del estilo que comenzó a desarrollar desde los inicios de su carrera en la segunda mitad de los 80: la escritura devenida forma pictórica que simula o emula las morfologías de las letras del alfabeto cirílico utilizado por idiomas como el ruso. Pero la escritura pictórica de Glexis ha dejado de ser críptica, ininteligible, ha dejado de ser pura forma para expandirse hacia la dimensión del significado codificado socialmente, que se desliza sobre un significante de igual forma reconocible para todos.

En esta serie de pinturas no hay una sola palabra que no podamos leer, comprender su significado y relacionar de alguna manera a la realidad nuestra de cada día. Una realidad que Glexis parece querer interrogar desde el arte, en primer lugar para su propia autocomprensión. Quizás por ello los fondos de los cuadros son de una abstracción expresionista, de colores intensos, encendidos, escandalosos, chirriantes; los pigmentos estallan en la superficie, se derraman y lo salpican todo. Y en primer plano, ganando volumen, proyectándose hacia el afuera, nos interpelan las palabras. Glexis crea algo así como una confrontación entre la visualidad más autónoma, más libre de connotaciones codificadas a priori (la abstracción gestual), y la carga semántica que portan las palabras, que invaden con connotaciones culturales todo el proceso de la recepción.

 

Por tanto, en estas obras el arte no se comporta como “reflejo” de la sociedad, sino que la realidad social se refracta en el espacio poético y autónomo del arte. Y es el receptor quien debe descubrir y saber  gozar de esos rejuegos simbólicos que el artista echa a andar en cada una de sus obras. En la sala transitoria del Edificio de Arte Universal nos recibía un gran lienzo con una enorme palabra que resalta sobre un encendido fondo rojo salpicado de pintura negra y amarilla. “La Bestia”. ¿El artista se refiere a sí mismo, en un gesto de autosuficiencia irónica, o alude a un demonio que intenta exorcizar con el arte, en particular con esta exposición? No lo sabemos, y tampoco es necesario ni conveniente aventurar certezas. El lenguaje está ahí para jugar con él. Por eso Glexis hace legibles sus palabras, con ellas penetra en la cultura popular cubana de este minuto, activa resortes metafóricos que anidan en el lenguaje y apela así a la complicidad con el receptor, pulsa el imaginario colectivo para obtener respuestas en sus posibles interlocutores.

En las obras en las que coexisten varias palabras, estas no se articulan en un sintagma, no conforman frase alguna, están amontonadas unas encima de las otras, y ni siquiera existe una contigüidad semántica entre ellas.  Aluden a universos referenciales diferentes. Pero cuando las repetimos una detrás de la otra, entre los abismos semánticos que las separan comienzan a erigirse puentes; porque no hay manera de que la interpretación no llene los espacios en blanco, de que no escriba ahí donde el artista ha dejado un margen para que entremos a su texto y lo completemos.

Por tanto, cuando leemos en una obra “Los americanos / Mojitos / Carretilla / Dengue”, sabemos que Glexis está codificando un guiño al contexto cubano actual. Las palabras nada tienen que ver unas con otras, en cuanto a su significado literal, pero sus posibles connotaciones sí encuentran entrelazamientos en el plano metafórico: nueva presencia de Estados Unidos en el Isla, ya sea a través del diálogo político o lo que este desencadena en la vida social, como el incremento del turismo “americano”; los “mojitos” se vuelven automáticamente la metonimia de toda la industria del turismo, incluido lo que hay que construir para satisfacer tanta demanda de huéspedes, por eso el término “carretilla” dispara la interpretación hacia el ámbito constructivo, que puede ganar una dimensión metafórica muy ambiciosa: ¿todo lo que hay que reconstruir y construir?; ¿cómo hacerlo?; ¿cuánta creatividad es necesaria?; ¿qué alternativas seguir, bajo qué principios…? Y la última palabra, “dengue”, connota una realidad concreta: insalubridad, basureros desbordados, epidemia, contagio, precariedad, y un largo etcétera.

Así sucede con cada una de las telas; el artista estimula y provoca nuestra capacidad asociativa, solo balbucea algunas palabras y nos deja el resto, sabe que la complicidad genera una poderosa energía, sobre todo cuando se advierte que lo no dicho, pero que ya ha sido codificado por el imaginario popular, es algo compartido por muchos.

 

Por su parte, la serie de dibujos realizados al carboncillo sobre rudos bloques, son de un disfrute que se puede convertir en fascinación. Realizados in situ en paredes y columnas de una construcción a medio hacer, o a medio destruir, frente al malecón habanero, esos dibujos funcionaban en aquel entorno como espectros, apenas perceptibles, de una iconografía que nos remite de manera inmediata al imaginario estético de la era soviética. Lo mínimo de la escala, y el aspecto grandilocuente de lo representado, en medio de aquella ruina urbana, creaba un rico contraste de sentidos. Una era grandiosa, la mayor utopía del siglo XX, una estética vanguardista y monumental, reducida a miniatura, casi que invisible, habitando una ruina…

Pero esa ampulosa iconografía recreada imaginativamente por Glexis, en una sala de museo gana una connotación diferente a la que podía tener en el espacio en que fueron creados los dibujos. Ahora no hay que buscarlos como aguja en un pajar entre paredes y columnas desconchadas, sino que se exhiben sobre pedestales de cemento, a la altura de la vista, pulcramente iluminados y dispuestos museográficamente a manera de conjunto. Los pedestales son esenciales en el reforzamiento de la nueva significación. Fueron realizados en cemento con estructura de acero, pero su morfología geométrica los estetiza en un sentido decorativo que roza lo kitsch. Este nuevo emplazamiento en el espacio solemne del museo, convierte aquel horizonte referencial al que aluden los dibujos, en el acto y para siempre, en ideas museables del pasado. Y cuando el pasado ingresa al museo, se convierte en un texto más, una referencia más, otra curiosidad histórica, lista para ser apropiada, recombinada en la imaginación y reescrita hasta el infinito.

Caminar entre aquel pequeño monte de pedestales portadores de lo que parecen ser trofeos en exhibición, era como circular entre fragmentos de lo que pudo ser salvado de un mundo que parecía sólido, pero que se desvaneció en el aire. Esos bloques, fragmentos reales de un edificio derrumbado, aportan toda su ruda carga semántica a los dibujos de Glexis, que son por su parte verdaderos trofeos de la imaginación. Porque es la imaginación la que recupera del abismo que generan las ruinas, la sustancia simbólica que alguna vez animó el presente y proyectó su soberbio torrente de luz hacia el futuro.