Bogotá39 o literatura con bola de cristal

Antonio Rodríguez Salvador
23/5/2017

Hay cosas que no soportan bien un casi; quiero decir, no entienden de por poquito ni más o menos: simplemente son o no son. Por ejemplo, sonaría sarcástico —o al menos no muy bien intencionado—  afirmar que cierto señor está casi vivo, o que determinada niña es casi virgen, o que tal o más cual poeta, o novelista, escribe casi literatura. Esto meditaba un par de días atrás, al leer un artículo de cierto diario, en cuyo título se anunciaba la presencia de un escritor cubano “entre las 39 promesas de la literatura” (sic).


Los escritores seleccionados para la edición 2017. Foto: Internet.

La perplejidad no era gratuita. Si el DRAE no había modificado clandestinamente el sentido de la palabra “promesa”, y este seguía siendo el que aparece en su segunda acepción: “persona o cosa que promete por sus especiales cualidades”, entonces estaríamos en presencia de 39 autores a los que si bien aún les queda grande el género literario, determinadas gracias de sus escrituras hacen presumir que algún día revertirán esa carencia.

O sea, en un futuro—no sabemos si próximo o lejano— sus titubeantes obras alcanzarán tal grado de elaboración conceptual y lingüística, que entonces serán capaces de proponer una percepción del mundo más singular, reducirán al mínimo el manejo de tópicos y lugares comunes, todo lo cual permitirá que abandonen la categoría de promesa para, convertidos felizmente en realidad, aportarnos valores estéticos que garanticen trascendencia.

Naturalmente, a lo mejor el articulista no entendía por literatura lo mismo que yo. Para él literatura no era la obra acabada que responde a valores propios de una época y emplea como medio de expresión una lengua, sino una suerte de I Ching contemporáneo: libro de las mutaciones que, según los confucionistas, describe la situación presente de quien lo consulta, y predice cómo esta se resolverá en el futuro siempre que se adopte la posición correcta.

En fin, sumamente intrigado, Google mediante, seguí buscando información al respecto: ¿Quiénes confeccionaron la lista?, ¿Qué méritos literarios tuvieron en cuenta? ¿Acaso es posible saber cómo futuramente será una literatura que aún no lo es?

En 1951, Borges escribió: “Si me fuera otorgado leer cualquier página actual como la leerán el año dos mil, yo sabría cómo será la literatura del año dos mil”. ¿Existiría entonces un jurado—un equipo, un grupo de personas—, capaz de leer por los ojos de quienes leerán en 2050? ¿Era tal su grado de videncia que se adelantaban por mucho a los cánones estéticos actuales, hasta ser capaces de vislumbrar lo que 33 años después será santificado por la crítica? Pero, ¿con tal listado no nos estarían vendiendo una superstición, una manera de generar clientes, un simple marketing disfrazado de crítica literaria? ¿Y como sinónimo de qué habrá sido empleada la palabra “promesa”? ¿De pacto? ¿De indicio? ¿De oferta?


Portada del libro de retratos a los autores de la primera edición. Foto: Internet.

Descubrí que el concurso fue auspiciado por la filial bogotana del ya célebre Hay Festival, evento literario que tuvo origen en la pequeña población galesa de Hay-on-Wye, en 1988, y que ya ha organizado festivales en países como México, Italia, Brasil, Colombia, Nigeria, Líbano y España. Descubrí que ya antes hubo otro Bogotá39, realizado este en 2007, donde también se lanzó al “estrellato” un número similar de nuevos autores, los cuales fueron profusamente promovidos por los medios como los “mejores escritores jóvenes de América Latina”. Incluso, descubrí que hasta existe un Beirut39 para autores árabes, y un África39 para los de ese continente. 

Lo que no pude descubrir fue la convocatoria previa al concurso bogotano, de modo que se garantizara una participación amplia y democrática. Googlée interminablemente, consulté a amigos —que a su vez consultaron a personas cercanas al festival—, pero nunca se divulgaron bases. Fueron los 39 seleccionados en 2007 quienes se encargaron de proponer un listado de 200 noveles autores, y luego un jurado de tres conocidos escritores estableció el elenco definitivo.

O sea, que solo a aquellos 39 primigenios de la novísima realeza literaria regional les asistía el derecho de sangre a proponer sucesores. Cómo llamar a esto: ¿Acaso literatura dinástica? ¿Los muy honorables lores de la retórica y la poética latinoamericana? Visto el caso, esos 39 de 2007 muy bien pudieron expresarse a sí mismos: ¡El rey ha muerto! ¡Viva el rey!

Hace casi 20 años, en 1999, yo fui incluido en una de esas listas. Setenta autores jóvenes latinoamericanos, menores de 40 años, fuimos invitados a participar en un congreso literario convocado por la Casa de América y la Universidad Autónoma de Madrid. La editorial Lengua de Trapo publicó una vasta antología, llamada Líneas Aéreas, la cual exhibía un sugestivo eslogan en tapa: “La guía de los narradores hispanoamericanos para el siglo XXI”.

Recuerdo que en aquel congreso se pretendió enterrar a Macondo. Decían que la literatura del Boom era sobre todo folclor, cosas tropicales y exóticas; decían que América Latina había cambiado, y, por tanto, también debía cambiar su literatura. Decían, finalmente, que eran los tiempos de las McDonald´s y los Macintosh—tiempos posmodernos y globalizados gracias a la influencia cultural de los Estados Unidos—, de manera que la nueva corriente literaria debía tener un nombre a tono con ese espíritu.


Información de la web que vende la antología Líneas Aéreas. Infografía: Dariagna Steyner.

La llamaron McOndo. De algún modo, al igual que otros narradores latinoamericanos de mi generación, yo también fui resembrado en ese macal, sin importar que jamás hubiera entrado a una McDonald´s, ni me hubiera sentado frente a una Macintosh. Pero bien, 20 años después, qué perdura de esa polémica. Solo apuntemos que hasta el propio creador del término, el chileno Alberto Fuguet, hoy afirma que ya McOndo no existe; entretanto, la literatura escrita por García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes y demás, “promete” ser cada vez más joven.

Del autor cubano escogido entre los 39 de Bogotá, Carlos Manuel Álvarez, no puedo relatar virtudes literarias: las ignoro. Apenas repito lo afirmado en la reseña curricular divulgada por diversos medios, la cual indica que su producción ficcional es escasa. En 2013 publicó en Cuba por la Editora Abril un breve cuaderno de cuentos, y tiene también una novela inédita. De hecho, una buena parte de los seleccionados exhibe igual laconismo curricular: apenas han publicado uno o dos volúmenes de ficción, mientras no faltan autores cuyos relatos solo han aparecido en antologías y publicaciones periódicas, o que ostentan como mérito algún premio o mención municipal [1].

En fin, esperemos a ver si los que prometen finalmente cumplen. Por lo pronto, al menos no he visto pronunciamientos colectivos, o declaraciones de principio que afilien a estos autores en corrientes literarias de nuevo enfoque. Veo, eso sí, que algunos afirman pertenecer a la “última generación analógica”:ojalá esto no signifique una negación de las “generaciones Gutenberg”. 

 

1. http://www.bbc.com/mundo/noticias-39781923