Brasil y la herencia no resuelta de una dictadura feroz

Liliana Molina Carbonell, María Carla Gárciga
1/2/2016

La literatura, la política y la cultura popular han marcado las directrices académicas del teórico y profesor brasileño Idelber Avelar. Su más exitosa obra Alegorías de la derrota —acreedora del Premio MLA Kovacs en el año 2000— pondera el rescate de la memoria y el ejercicio del duelo ante los procesos dictatoriales latinoamericanos, mediante el estudio de los autores brasileños Silviano Santiago y Joao Gilberto Noll.

En su país, donde él mismo afirma, existe una tradición de desmemoria sobre la cruenta violencia de la dictadura, no es de extrañar que le pregunten a qué se refiere cuando habla del duelo como condición fundamental de los sistemas dictatoriales latinoamericanos. De ahí que insista en lo que denomina la herencia irresuelta de una dictadura militar por la cual no se ha hecho duelo todavía en el gigante suramericano. “Al contrario de nuestros vecinos, Brasil nunca ha juzgado criminalmente a un solo torturador; la huella de esa dictadura no ha sido tematizada en la esfera pública con la profundidad que merecería. Entonces, traemos con nosotros la herencia no resuelta de una dictadura feroz”.

“Tenemos una historia de un excepcionalismo muy lamentable, porque nos ha costado puentes con los hermanos latinoamericanos”.

Estudioso de la realidad del continente, y en particular, la de su país, el autor de Figuras da Violencia: Ensaios sobre Ética, Narrativa e Música Popular (2011), considera que Brasil vive de espaldas a América Latina por su tradición de mirar hacia Europa. También reconoce la influencia de otros factores, como el idioma, que se constituye en barrera, y la trayectoria histórica, más oligárquica que la del resto de las naciones latinoamericanas: “Nosotros no tuvimos guerra de independencia, por ejemplo, sino una negociación entre las élites, y vivimos más de 60 años en una monarquía, cosa que ningún país latinoamericano vivió. En otras palabras, tenemos una historia de un excepcionalismo muy lamentable, porque nos ha costado puentes con los hermanos latinoamericanos”.

Quizá debido a esa lejanía, la 57 edición del Premio Literario Casa de las Américas no cuente en el apartado de Literatura Brasileña con las obras más representativas publicadas recientemente en la nación suramericana. Al menos así lo valora el crítico cultural, quien forma parte del jurado del Premio en esta categoría. Las principales temáticas se concentran en ensayos de poesía, música popular y, sobre todo, investigaciones históricas. Sin embargo, para quien se doctoró en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Duke, es notable la baja calidad de muchos de los trabajos presentados, la poca originalidad, las fallas bibliográficas y la mala escritura: “Son obras que no están a la altura de un Premio como Casa de las Américas”, afirma.

“Aunque hay algunos buenos textos, la gran mayoría de los mejores ensayos no se inscribieron. Este certamen es el más prestigioso del continente, pero lamentablemente no es muy divulgado todavía en Brasil. Muchos escritores brasileños destacados aún no conocen esa dimensión de la importancia de Casa de las Américas, algo que cualquier hispanoamericano sabe de memoria. Así que vamos a hacer un esfuerzo los próximos años para divulgarlo de una manera más eficaz, y que las obras en concurso sean más representativas”.

“Muchos escritores brasileños destacados aún no conocen esa dimensión de la importancia de Casa de las Américas, algo que cualquier hispanoamericano sabe de memoria”.

Entre lo mejor publicado en su país el pasado año, resalta el volumen de 800 páginas La caída del cielo, escrito por el principal líder indígena brasileño Davi Kopenawa, en colaboración con un antropólogo que ha vivido junto al pueblo yanomami desde hace 30 años. Se trata de una autoetnografía de los yanomami, oriundos del norte brasileño, en la frontera con Venezuela, que incluye, a su vez, una autobiografía del reconocido chamán y un recuento histórico de los contactos entre blancos e indígenas en el territorio yanomami durante el siglo XX. “La obra hace una crítica demoledora de la sociedad occidental, que él llama el pueblo de la mercancía. Es un libro que resonaría lindamente en Cuba; sería un ganador obvio del Premio, pero lamentablemente no se presentó”.

Como profesor del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Tulane, Idelber Avelar no solo investiga las directrices literarias de su país sino, además, las de otras naciones del cono Sur, como Argentina, Uruguay y Chile. Por ello identifica algunas líneas concomitantes entre la creación brasileña contemporánea y la del resto de Suramérica. Una de ellas es el tema de la memoria; la otra, llamada literatura de la neoviolencia, fundamentalmente urbana, se caracteriza por el cruce del personaje con una situación de violencia brutal, en la que ya no existe posibilidad alguna de redención política.

“Es un marco muy distinto a la representación de la violencia que teníamos en los años 60 y 70, cuando estaba más o menos asociada a un proyecto político, a una posibilidad de redención. Hoy día se vive una violencia casi como dato inmanente de la realidad, que no trasciende hacia ningún otro lado. En Brasil se manifiesta de manera más aguda, quizá por la influencia de Rubem Fonseca, un escritor que ha generado muchos epígonos, y también porque nuestra realidad es más violenta que la de la mayoría de los países latinoamericanos. Tenemos la policía que más mata en el mundo, son 50 o 60 mil homicidios por fuerzas policiales cada año, fundamentalmente contra pobres y negros. Es una máquina de matar”.

“Para cualquier latinoamericano de mi generación que tiene una experiencia viniendo de las izquierdas, Cuba siempre representó una luz, una inspiración, un tema muy constante”.

Sobre el Premio Casa, el ensayista destaca su papel como impulsor del género testimonio, a partir de su inclusión como categoría en 1967; además, reconoce que fue el primero en dar a todos los latinoamericanos un punto de referencia continental, de conversación entre los diferentes países. Por eso considera un honor haber sido invitado como jurado, más aún, siendo la primera vez que visita la Isla.

“Para cualquier latinoamericano de mi generación que tiene una experiencia viniendo de las izquierdas, Cuba siempre representó una luz, una inspiración, un tema muy constante. Han sido días de mucha emoción, al estar entre los compañeros cubanos, escuchar las historias, y más que todo, apreciar la sabiduría con la que los ciudadanos comunes entienden lo que está pasando hoy, los retos que se presentan para mantener las conquistas de la Revolución… todo eso ha sido un gran aprendizaje. Así que no hay cómo exagerar la importancia personal de este viaje; la emoción de estar acá… es indescriptible”.