Buscando una lectura otra

Johanna Lobo
15/1/2016
No vengo en absoluto armado de verdades decisivas.
Mi conciencia no está transida de resplandores esenciales.
Sin embargo, con toda naturalidad, pienso que sería bueno decir
unas cuantas cosas que vale la pena que sean dichas.
Franz Fanon, 1974, p.7.

Poner a tambalear aquello que le da piso a mi ejercicio como lectora con otros es lo que quiero. Sacudirme las certezas. Desbaratar los cuerpos teóricos hasta encontrarles las entrañas, los latidos, sus vacíos. Escarbar en los conceptos, más allá de lo dicho, hasta llegar a sus silencios. Acercarme a las prácticas mismas, a las mías, ponerlas en entredicho.

Las prácticas: leer textos escritos con otros, crear espacios donde la lectura se instala como interlocutor, como centro. Y alrededor de la lectura: los  sujetos que leen en voz alta y los que leen escuchando. Un encuentro que transita entre la literacidad y la oralidad. Una lectura colectiva, compartida.

Esta experiencia, que no en todo caso forma, sino que también de-forma, transforma, me ha llevado a pensar, a preguntarme, acerca de la significación que puede tener este ejercicio de leer en voz alta con los otros.

Esta experiencia con la lectura de la palabra escrita y contenida en los libros, la que hago sola y de manera compartida, han generado en mí una experiencia en el sentido de Jorge Larrosa, “como lo que nos pasa, o lo que nos acontece, o lo que nos llega. No lo que pasa, lo que acontece o lo que llega”. Esta experiencia, que no en todo caso forma, sino que también de-forma, transforma, me ha llevado a pensar, a preguntarme, acerca de la significación que puede tener este ejercicio de leer en voz alta con los otros.

Mi propósito aquí es problematizar acerca de esas certezas establecidas en los discursos y de los marcos normativos que sustentan muchos de los proyectos destinados a esta práctica de la lectura en voz alta. Problematizar, no para quedarme en una mera elucubración, sino para ligar la reflexión con la práctica. Recordando los planteamientos de Fals Borda y su IAP, me reafirmo en la importancia de ligar el ejercicio de esta práctica cultural con la reflexión sobre ella; no considerarlos como dos elementos que se excluyen y que están destinados a distintos actores. En este sentido, considero que el presente ejercicio de reflexión es, en sí mismo, un ejercicio práctico y político; un ejercicio que pretende crecer hasta insertarse en el seno mismo de estas prácticas culturales. Esta postura crítica busca problematizar la común y ordinaria esencialización de la lectura.

Esta posición revisionista implica cuestionar nuestro rol como sujetos actores de esta práctica cultural. Y después de una lectura apasionada del Calibán de Fernández Retamar, preguntarnos: ¿somos arieles que se arrogan el conocimiento y, por tanto, el derecho de impartirlo?, ¿al servicio de qué tipo de colonialidad estamos? ¿O somos, por el contrario, Calibanes dispuestos a maldecir con nuestro lenguaje y, simultáneamente, irnos descubriendo y reconstruyendo a nosotros mismos junto al otro (no “y al otro”)? Dicho en otros términos, desde una lectura de Rama: ¿somos letrados dispuestos a reproducir el orden impuesto?

Me inclino por el carácter utópico de la lectura colectiva y, en este sentido, por aquella educación social de la que hablara Simón Rodríguez, que lejos de pretender aculturar o inculturar al otro, reconoce al otro diferente, ve en el otro un sujeto con el cual construir conocimiento. Se abre como una posibilidad de interculturación, en el sentido que Walsh le da a este concepto, a saber, “procesos de construcción de conocimientos ‘otros’, de una práctica política ‘otra’, de un poder social ‘otro’, y de una sociedad ‘otra’”. Por otro, se entiende una forma de pensar a través de la praxis política y desde la diferencia. Una interculturación que de ninguna manera es evangelización o educación que domina o civiliza. Una lectura compartida otra.

La promoción de lectura, como categoría desde la cual se ha pensado comúnmente la lectura compartida, resulta problemática y enuncia un gran problema para mí.

La promoción de lectura, como categoría desde la cual se ha pensado comúnmente la lectura compartida, resulta problemática y enuncia un gran problema para mí. Esa manera nominativa: promoción. Como si la lectura fuera un producto que se vende, que genera activos y pasivos; un producto que está en la base de un marco normativo que dice apostarle a la creación de ciudadanos críticos y, al mismo tiempo (vaya falacia), un capital humano apto para desempeñarse laboralmente y contribuir al desarrollo del país. ¿Qué percepción se tiene acerca de los sujetos que se consideran interlocutores necesarios del ejercicio de lectura compartida? ¿Qué tipo de lectura es la que se quiere impartir (o para expresarme en términos del discurso construido: fomentar-promocionar-animar)?

Desde el discurso se sostiene que la promoción de lectura conlleva a la construcción de sujetos críticos. Se han ido erigiendo desde finales del siglo XX varias posturas teóricas que afirman la relación que tienen estas prácticas culturales con la construcción de sujetos más conscientes en su relación con su contexto, que reflexionan y cuestionan el sistema-mundo. Una lectura colectiva que es enunciada como posibilidad de construir sujetos críticos, reflexivos, sujetos capaces de hacer frente a aquella colonialidad del poder de la que nos hablara Grosfoguel (2006) en su ensayo sobre Aimé Cèsaire, a saber: “[ese] sistema enredado de múltiples y heterogéneas formas de jerarquías sexuales, políticas, epistémicas, económicas, espirituales, lingüísticas y raciales de explotación y dominación a escala mundial”.

La lectura compartida funciona de una manera economicista, que se distancia de las fabricaciones que los consumidores culturales hacen con ella.

La promoción genera la imagen de un otro asimilado al discurso, recortado, mentido: el sujeto que lee escuchando. La lectura compartida funciona de una manera economicista, que se distancia de las fabricaciones que los consumidores culturales hacen con ella. Se construye la figura de un espectador medio, oyente medio y lector medio, a quien se atribuyen capacidades mentales, conocimientos y gustos medios. El lector, entonces y como diría De Certeau (2000): “pierde sus derechos de autor, para volverse, pareciera, un mero receptor, el espejo de un actor multiforme y narcisista. En última instancia, sería la imagen de los aparatos que ya no tienen necesidad de él para producirse”.

Se asume una cierta univocidad que se torna absoluta e invariable (¿acaso sea esta una cierta violencia interpretativa, en términos de Ricoeur?), que presupone una omnipotencia del texto, que no toma en cuenta el ejercicio por el cual los lectores leen, esto es, la experiencia práctica que le sucede a la configuración del texto, lo que Ricoeur, en el capítulo tres de su libro Tiempo y narración (2004), formula en el concepto de la mímesis III, esa “intersección del mundo del texto y del mundo del oyente o del lector”.

Para poder hablar de prácticas de lectura compartida, es necesario hablar de las fabricaciones que los consumidores culturales hacen con estas prácticas, lo que implica situarse, siguiendo a Grosfoguel, desde una geopolítica del conocimiento que se ubica del otro lado del corpus teórico elaborado hasta el momento, es decir, desde el lugar de enunciación que ocupamos como consumidores culturales de esta práctica, en contra del lugar habitual del discurso: la institución que formula los proyectos. A la producción ruidosa y espectacular de la política pública y de los proyectos públicos y privados, opongo la producción dispersa, casi invisible de los lectores y oyentes, que reciben según su propia capacidad de acogida, en relación a su propia situación en el horizonte del mundo.

En este sentido, se hace necesario seguir estudiando la relación que ese oyente o lector establece con el texto y, por tanto, con la experiencia práctica que le precede, con ese tiempo prefigurado que, gracias a la configuración de la obra, permite una refiguración en el ejercicio lector del oyente o del lector, que pone en juego no solo el mundo del texto sino el mundo de la propia vida. Y cuando me refiero al texto que se lee no contemplo exclusivamente a la obra, al libro. En tanto, se trata de un ejercicio en que la lectura es mediada por un agente otro que lee en voz alta y que tiene el manejo del libro en sus manos, la acción misma se toma como texto, la relación que se establece entre oyente y lector, la disposición del espacio, los tiempos en que se da la palabra a uno o a otro participante, la mirada conjunta de los oyentes y el lector en las páginas de los textos que se comparten.

Mi interés está puesto, entonces, no en la imagen de un otro asimilado en el discurso, recortado y mentido, sino en la indagación por (y de) ese sujeto oyente, que lee escuchando, con la conciencia de que este ejercicio de desencubrimiento sigue encubriendo. ¿Qué significados construye el lector?, ¿cuáles rumbos toma?, esas son preguntas que rondan incesantemente. En este acercamiento hermenéutico al problema, donde el protagonista no es ya el texto, indago por las operaciones que surgen en esa triple mímesis que conectan al lector con un mundo que, en las palabras de Ricoeur, es “el conjunto de referencias abiertas por todo tipo de textos descriptivos o poéticos que he leído, interpretado y me han gustado”. Busco la figura de un lector y un oyente que no es mero receptor y que, incluso cuando calla, puede estar elaborando lo que De Certeau llamaría una producción silenciosa.

La lectura compartida se ha corporatizado tal y como le ha sucedido a la enseñanza, cuya corporatización, según Ileana Rodríguez (1998), la ha llevado a “su reducción a técnicas de lectura y escritura; [a] su tendencia a homogeneizar ‘lo cultural’, a enseñar desde puestos de transmisión cuya ubicación es determinada por la rentabilidad”.

¿Un asunto de arieles o de Calibanes? O preguntado de manera menos metafórica: ¿la lectura compartida pretende hacer frente a la colonialidad del poder o reproduce estructuras metamorfoseadas de esta? La promoción de lectura presupone una omnipotencia del texto que no toma en cuenta al lector; es una visión que se toma como absoluta, universal e invariable, y ya sabemos el daño que pueden causar las absolutizaciones, aquellas binas jerarquizantes (letrado/no letrado, humano/bárbaro), que nos impiden pensar de manera articulada.

Esta articulación es justamente la que debe interesar a los sujetos que llevamos a cabo estas prácticas. Interesa dejar de pensar de manera absoluta, es decir, imposible. La lectura en voz alta debe pensarse como la construcción de esas redes y organizaciones autónomas de las que habla Gonzáles Casanova, como “alternativa de lucha con crecientes capacidades de enfrentar al sistema dominante en tanto articule y reestructure a fuerzas heterogéneas que no sólo den un valor primordial a la autonomía necesaria sino a la dignidad, irrenunciable, de personas y colectivos”.

La lectura compartida como ejercicio que permite una lectura otra (que no es la de la promoción), una lectura que no objetualice al lector, por lo que se presupone que él puede llegar a hacer con esa lectura, o por lo que se supone que la lectura produce en él.

La lectura compartida como ejercicio que permite una lectura otra (que no es la de la promoción), una lectura que no objetualice al lector, por lo que se presupone que él puede llegar a hacer con esa lectura, o por lo que se supone que la lectura produce en él. Interesa no otro tipo de lectura, sino una lectura otra que tome en cuenta la geo-corpo-política de ambos actores que se encuentran en la lectura: el sujeto que lee en voz alta y el sujeto que lee escuchando. Una estrategia que corporice al otro, no que lo asimile desde lo que el discurso quiere que sea. Cada proyecto de lectura compartida debería pensarse como posibilidad de construir conocimiento de manera conjunta, y tal cosa solo es posible si ambos actores se toman en cuenta. Y para esto las determinaciones geo-corpo-políticas son esenciales.

El sujeto que lee escuchando es definido por el discurso de la promoción de lectura, como si tal definición fuera posible. Me asusta esta especie de boom del lector que escucha (analogía que establezco con el boom del subalterno de Moraña); al lector que escucha se le esencializa y homogeniza: Me atrevería a decir que para el sujeto latinoamericano, que a lo largo de su historia fuera sucesivamente conquistado, colonizado, emancipado, civilizado, modernizado, europeizado, desarrollado, concientizado, desdemocratizado (y, con toda impunidad, redemocratizado), y ahora globalizado y subalternizado por discursos que prometieron, cada uno en su contexto, la liberación de su alma, la etapa presente podría ser interpretada como el modo en que la izquierda que perdió la revolución intenta recomponer su agenda, su misión histórica y su centralidad letrado-escrituraria buscando definir una nueva “otredad” para pasar, “desde fuera y desde arriba”, de la representación a la representatividad. Y que ese mismo sujeto que fuera súbdito, ciudadano, “hombre nuevo”, entra ahora a la épica neocolonial por la puerta falsa de una condición denigrante elevada al status de categoría teórica que, justamente ahora, en medio del vacío dejado por los proyectos de izquierda que están también ellos recomponiendo su programa, promete reivindicarlo discursivamente. Pero siempre podrá decirse que son las trampas de la alienación las que impiden a ese sujeto reconocer su imagen en las elaboraciones que lo objetivizan.

La lectura compartida debe construirse desde el lugar mismo en el cual se realiza el ejercicio, desde el sitio en el que se encuentran el lector que lee en voz alta y el lector que lee escuchando. El protagonista no es ya el texto, sino el sujeto (los sujetos) que leen. No hay que confundir al otro con lo que el discurso quiere que ese otro sea, y en ese sentido se hace necesario trascender la Lógica, basada en simplistas e hirientes asimilacionismos. En este sentido, se hace inminente trabajar por, como diría Lander (1999): Efectivas comunicaciones interculturales no coloniales —y por lo tanto, libres de dominación, subordinación y exclusión— (…) trascender el debate al interior de las disciplinas oficiales de las ciencias modernas y abrirse a diálogos con otras culturas y otras formas de conocimiento (p.6).

Y esto no es posible sin la pregunta, sin el cuestionamiento. Pero este es apenas un primer paso. No es suficiente. Tal vez nunca sean suficientes los pasos. ¿Cómo lograr construir un conocimiento otro? Una palpitación utópica insiste en que es posible. Y entonces se hace necesario emprender el camino hacia el encuentro de lo otro, pero también, del otro que desconozco. Dice Anzaldúa:

“Quiero la libertad de poder tallar y cincelar mi propio rostro, cortar la hemorragia con cenizas, modelar mis propios dioses desde mis entrañas. Y si ir a casa me es denegado entonces tendré que levantarme y reclamar mi espacio, creando una nueva cultura —una cultura mestiza— con mi propia madera, mis propios ladrillos y argamasa y mi propia arquitectura feminista”.

Este grito libertario se hace mío cuando la leo y rebulle, entonces, de mis entrañas, la necesidad de escuchar, de movilizar el grito, el mío y el de los otros. La lectura compartida no es, desde lo que yo conozco de ella, el acallamiento del grito. Es un motivo. Pero ese motivo solo se manifiesta, cuando el otro no es asumido como el producto de un discurso, cuando no hay otro ni un yo definidos, prestablecidos. Hay que seguir preguntándose por el tono y el contenido del grito, si es que se escucha.

Gritos diferentes. Lectores diferentes. Lectores diferentes que realizan consumos también diferentes. Lectores y consumos que, como ya he dicho con anterioridad, pueden escapar a las lógicas normativas y, también, al análisis que yo misma pretendo. Pero esta incompletud, esta opacidad o latencia, que se escapa a cualquier intento de veracidad, no impide el acercamiento, la revisión, el análisis.

Preguntémonos por el grito que puede generar la lectura, por los mundos que esta puede desplegar. Realicemos la pregunta sin perder de vista a los actores, consumidores culturales, fabricantes, lectores en voz alta y lectores que escuchan. Es cierto que existe la posibilidad de que el texto pueda desplegar ciertos mundos, algunos mundos, pues creo, como diría Ricoeur, que “a las obras de ficción debemos en gran parte [1] la ampliación de nuestro horizonte de existencia”.

¿Cuáles horizontes?, ¿cuáles mundos?, son preguntas que ningún marco normativo puede (o se interesa en) decirlo. Yo misma apenas logro aquí un “como si”… como si pudiera atrapar las resignificaciones huidizas de los otros con quienes comparto lecturas.

Referencias bibliográficas
Anzaldúa, G. (1987). “Movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan”, en Borderlands/La Frontera. The New Mestiza, San Francisco, Aunt Lute Books.
De Certeau, M. (2000). La invención de lo cotidiano. México: Universidad Iberoamericana, Biblioteca Francisco Xavier Clavigero.
Fals Borda, O. (1999). “Orígenes universales y retos actuales de la IAP”, en Análisis Político No. 38, pp. 71-88.
Fanon, F. (1974). Piel Negra, máscaras blancas. Buenos Aires: Schapire Editor.
Fernández, R. (2004). “Calibán”, en Todo Calibán. Buenos Aires: Clacso.
Gonzáles, Casanova, P. “Colonialismo interno (Una redefinición)”, en Borón, A., Amadeo, J. y González, S. (compiladores), La teoría marxista hoy. Problemas y Perspectivas. Buenos Aires: Clacso.
Grosfoguel, R. (2006). “Actualidad del pensamiento de Césaire: redefinición del sistema mundo y producción de utopía desde la diferencia colonial”, en Césaire, A., Discurso sobre el colonialismo. Madrid: Akal.
Larrosa, J. (2003). La experiencia de la lectura. México: Fondo de Cultura Económica.
Lander, E. (1999). “Eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano”, en Santiago Castro, Oscar Guardiola, Carmen Millán (editores), Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial, Bogotá, Ceja.
Moraña, M. (1998). “El boom del subalterno”, en Santiago Castro Gómez y Eduardo Mendieta (editores), Teorías sin disciplina (latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate), México, Miguel Angel Porrúa.
Quijano, A. (2000). “Colonialidad del poder y clasificación social”, en Journal of World-systems Research, Vol XII, N° 2, Summer/Fall.
Rama, A. (1984).  La ciudad letrada. Hanover, USA, Ediciones del Norte.
Ricoeur, P. (2004). “Tiempo y narración. La triple mímesis”, en Tiempo y Narración. México: Siglo XXI.
Rodríguez, I. (1998). “Hegemonía y dominio: subalternidad, un significado flotante” en Santiago Castro Gómez y Eduardo Mendieta (editores), Teorías sin disciplina (latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate), México, Miguel Angel Porrúa.
Walsh, C. (2007). “Interculturalidad y colonialidad del poder. Un pensamiento y posicionamiento ‘otro’ desde la diferencia colonial”, en Santiago Castro Gómez y Ramón Grosfoguel (editores), El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémico más allá del capitalismo global, Bogotá, Pensar, Iesco, Siglo del Hombre.
Nota:
  1. “En gran parte”, es decir, este tipo de lectura no es el único ámbito de la vida capaz de generar ampliación en nuestros horizontes. Lo que ella genera tiene que ponerse en relación necesaria con los otros ámbitos de la vida.