Catauro de Santiago

Omar Valiño
23/6/2017

Mamarrachos ha sido un espectáculo en crecimiento permanente. Nacido con motivo de un aniversario de la ciudad de Santiago de Cuba, se ha renovado a lo largo de lustros, sumando y perfilándose, en la misma medida que la urbe cumple aniversarios hasta llegar, hace poco, a su medio milenio.

Cuando recién lo presencié, creí distinguir su origen más remoto en una función del Estudio Teatral Macubá, allá por los primeros 90, en el patio de la Casa del Caribe. O quizás no y mi recuerdo se confunde entre ese momento y las marcas de estilo del colectivo creado y dirigido por Fátima Patterson, presentes todas en esta puesta en escena, que la Premio Nacional de Teatro 2017 protagoniza y firma.

Mamarrachos es, por tanto, un excelente catauro de las constantes perseguidas por Macubá durante 25 años. Y si tratamos de sintetizarlo en una sola palabra, ese catauro se llama Santiago de Cuba.

La propia inspiración a favor de la ciudad condiciona una historia y un ambiente santiagueros. En medio de la plaza, los paneles y el lunetario circunstancial delimitan el espacio, mientras los pendones portan las reminiscencias de imágenes distintivas como la Catedral o el Ayuntamiento. Así mismo los vestuarios en contraposición, coloridos los de personajes pudientes, del tono del lienzo para los de a pie. 


Fátima en Repique por Mafifa, texto de su autoría. Foto: Alina Morante.

La ficción también acude a una memoria cultural conocida, que puede resumirse como el cíclico intento de los poderes establecidos por reprimir el carácter festivo, transgresor e hirsuto del pueblo santiaguero. Pero esa es una hidra, en este caso positiva, con mil cabezas y renace dondequiera y siempre. La guerra contra la fiesta, el alcohol, la conga y el canto rebelde es guerra perdida en Santiago.

Como leyenda o fábula transcurre el pasado, la batalla contra el poder colonial, las élites sumisas, el títere yanqui… Los mismos personajes se reciclan a lo largo del tiempo, pero son “desnudados” ante los espectadores. Es una gran estampa metafórica, más que historicista, para refrendar la memoria cultural y el aguijón insurrecto de la gente. Como mecanismo, tantas veces usado por el teatro de relaciones, la parábola advierte también sobre la actualidad: cualquier intento de desconocer la arquitectura espiritual del pueblo fracasará.

Actrices y actores, encarnación ellos mismos de dicha arquitectura, trabajan en su salsa. La mezcla entre narración oral, proverbios, magia, espíritu relacionero, representación popular, movimientos, cantos, versos y música, ese catauro de Macubá, esplende en la noche de la plaza, al aire libre bajo los astros. El público parece estar dentro del espacio escénico porque, sin dudas, está dentro de la historia. Y el sonido de tambores, caracoles, voces, guamos, y percusión de todo tipo, lo suma a la comunión de su pertenencia.

Mamarrachos es una poderosa confirmación escénica y cultural del Estudio Teatral Macubá.