Ciclo origenista de revistas literarias: Verbum (I)

Cira Romero
13/4/2016

En Cuba, como en la gran mayoría de los países, existieron y existen publicaciones periódicas que sientan pautas. Y teniendo nuestra Isla una larga trayectoria en este orden, remontada a los finales del siglo XVIII  —después de la introducción de la imprenta en 1722, y no en 1723, como hasta hace poco se afirmaba, aparecieron los primer periódicos— creo podría hablarse con cierta propiedad, cuando acudimos al vocablo ciclo, de que contamos con varios de diverso carácter, pero volcados a fines semejantes, como las llamadas revista de la vanguardia (Atuey, Claxon, Suplemento Literario del Diario de la Marina, entre otras). Pero hay uno especialmente significativo que llamo ciclo “origenista”, porque en un lapso que va de 1937 a 1956 aparecieron seis revistas no solo signadas por la estética propuesta por José Lezama Lima, sino que él mismo incidiría en el cuerpo de dirección de buen número de ellas. Asimismo participaron en sus páginas algunos de los escritores que integrarían el grupo Orígenes, forjado desde mediado de la década del 30 y del cual el autor de Muerte de Narciso fue principal guía. Siguiendo un orden estrictamente cronológico estas revistas fueron Verbum, Espuela de Plata, Clavileño. Cuaderno mensual de poesía, Nadie Parecía, Fray Junípero. Cuadernos de la vida espiritual y Orígenes, que si bien tuvieron, cada una, voz propia, el halo artístico-literario proclamado las vincula en fraternal comunión. Debido a los pocos números publicados, Clavileño. Cuaderno mensual de poesía y Fray Junípero. Cuadernos de la vida espiritual se repasarán en un mismo artículo.

Verbum fue la primera en el tiempo. Solo aparecieron tres números, el primero en junio de 1937. Nació como Órgano Oficial de la Asociación de Estudiantes de Derecho, carrera de la que se graduaría Lezama Lima al año siguiente. Ya para entonces, cuando Lezama vuelve a las aulas para graduarse de abogado, tras el cierre del alto centro docente ordenado por Gerardo Machado, se ha dicho que reingresa comprendiendo que no es un hombre de acción (recuérdese su presencia en acontecimientos  estudiantiles previos a la caída del dictador, como la manifestación por la muerte del estudiante Rafael Trejo) y aunque está satisfecho de su ejecutoria, comprende que su verdadero mundo es el de la cultura. Valga recordar también que el mismo año en que surge Verbum Lezama publicó su poema Muerte de Narciso, una verdadera revelación desde el tan conocido primer verso:

Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo

hasta el verso final de su última y alucinante estrofa

Así el espejo averiguó callado, así Narciso en pleamar.

     fugó sin alas.

El director de Verbum fue René Villanovo en tanto que aquel fungía como secretario. Como miembros del consejo de redacción figuraron José Lozano Pino, Manuel Menéndez Massana, Felipe de Pazos, Antonio Martínez Bello y Guy Pérez Cisneros. De ellos, trascendieron a la vida pública, además de Lezama, los tres últimos: Martínez Bello (1910-2001), graduado de abogado un año antes que Lezama. Fue poeta —textos suyos se seleccionaron para integrar la antología La poesía cubana en 1936— realizó estudios sobre poetisas cubanas (Dos musas cubanas: Gertrudis Gómez de Avellaneda y Luisa Pérez de Zambrana, 1954); Felipe Pazos (1912-2001), siempre vinculado a las finanzas, y Pérez Cisneros (1915-1953), destacado crítico de arte. En el número siguiente se integró Antonio S. de Bustamante, con intereses en el campo de la filosofía.

En un artículo aparecido en el primer número, titulado “Inicial”, que aunque anónimo siempre se ha atribuido a Lezama Lima, se lee:

No hay duda alguna que nuestra Universidad —en su fase actual— consecuencia de etapas sucesivas de ociosas vacaciones y de entusiasmos superficiales—, atraviesa el momento subrayable en que el dolor de no haber sabido articular su expresión, empieza a corroerla. Es ya un claro signo. Quisiera la revista Verbum, ir despertando la alegría de las posibilidades de esa expresión, ir con silencio y continuidad necesarias reuniendo los sumandos afirmativos para esa articulación que ya nos va siendo imprescindible, que ya es hora de ir rindiendo.

Debe recordarse que la caída del dictador Gerardo Machado en agosto de 1933, y tras la correspondiente euforia popular, la situación de Cuba apenas varió en términos de cambios radicales, ni políticos, ni económicos ni sociales, mientras los estudiantes universitarios, tras el cierre forzoso del alto centro docente decretado por el ahora depuesto presidente —la alusión es directa en el párrafo antes transcrito, al referir “etapas sucesivas de ociosas vacaciones”— continuaban experimentando iguales desazones.  

Pero al margen de inquietudes e intranquilidades estudiantiles, obreras y campesinas, mirando el asunto desde un ángulo estrictamente literario, la aparición de Verbum tuvo un alto significado para la historia de nuestra literatura, pues fue la primera revista que iría conformando las inquietudes literarias y estéticas de todo un grupo generacional encabezado por José Lezama Lima y que encontraría su más cabal expresión en la revista que culminaría el mencionado ciclo: Orígenes (1944-1956).

Verbum publicó poemas, breves ensayos literarios y de arte y crítica literaria y cinematográfica, además de algunos trabajos sobre aspectos de la economía. En su sección “Notas” reseñaban las últimas exposiciones exhibidas en La Habana y otros comentarios de actualidad.

Los colaboraciones en los escasos tres números aparecidos recayeron en nombres como los de Emilio Ballagas, Ángel Gaztelu, quien al conocer a Lezama en 1932 se preparaba para sacerdote y fue quien con lo condujo por los estudios teológicos, que este combinó con los históricos y con los textos cimeros del misticismo oriental, que, unidos, integraron el tejido de toda su poesía; Luis Amado Blanco, Eugenio Florit, Ramón Guirao y, por supuesto, Lezama Lima. También estuvieron presentes en sus páginas dos autores españoles: Juan Ramón Jiménez, entonces en Cuba y uno de los encargados, junto con José María Chacón y Calvo y Camila Henríquez Ureña, de preparar la citada antología, y autor del ensayo “Estado poético cubano”, que la precede, y del Apéndice, y, por demás, figura tutelar de los origenistas, y Eugenio D’Ors.

Esta conjunción de poetas y poesías movidos por filiaciones literarias comunes no gozaban aún de una obra hecha, pero sin dudas comenzaba a gestarse un “estado poético”, como dijera Lezama, que los sumergiría en un mundo de imágenes, de entrelazamientos, de provocaciones, en un intento posible de alcanzar la imagen de lo histórico, una de las más fuertes obsesiones del autor de Paradiso. Los concurrentes a estas páginas eran entonces, en buena medida, hombres con parte de fuego y parte de obstinación, descreídos de que la crítica “es la gratitud de la simpatía y el inmediato energumenismo de lo generacional”, como dijera Lezama. Ya por entonces estos poetas comenzaron a diseñar la necesidad y la posibilidad de sus propósitos estéticos, se habían trazado, vuelve a decir Lezama, “la posibilidad y extensión de su reducto”, que no era otro que el de la poesía transcurrida en libertad, en medio de un universo poético tan propio como excitante, en una obra, la de todos, que el paso del tiempo no logró reducir ni mermar.   

Uno de los nombres citados, el padre Gaztelu, acompañará a Lezama no solo en la aventura de Verbum, que, valga decirlo, no fue una revista enteramente literaria, a pesar del peso que en ella tuvo la poesía en sus pocos números.

Verbum, como lo apreció Manuel Marcer al estudiarla en 1965, es “el primer signo de una generación”, el inicio de un aquelarre poético poblado de seres reales e irreales, pero que caminaron firmes hacia la poesía, hacia la buena poesía que es aquella que crea su propio cosmos.