Cine de autor realista dominó el Festival de Toronto

Joel del Río
11/10/2018

El póster y el spot de la edición 43 del Festival de Toronto ilustraban un mágico domo cúbico, que al contacto con la curiosidad humana irradiaba doradas luces. A pesar de tales alusiones fantásticas, el verdadero prodigio del evento se relacionaba más bien con el regreso a las pantallas de un cine de autor realista y comprometido con la honestidad intelectual. Aunque Dogman muestre una Italia miserable y marginal, algunos japoneses acusen de antinacionalista a Shoplifters, y muy pocos esperaran, después de Gravity, el retorno al México profundo de Alfonso Cuarón en Roma, tales fueron tres opus al verismo y la franqueza que, estéticamente hablando, marcaron el paso de un festival dedicado a compendiar las tendencias dominantes en el cine contemporáneo.


Más de 300 títulos participaron en la edición 43 del Festival de Cine de Toronto. Foto: Internet

 

Autores experimentados se mezclaban con directores novatos de muchos países; propuestas audiovisuales emergentes, radicales, se combinaron con las estrellas, las galas, la alfombra roja y el despliegue mediático, para que por unos días el cine parezca algo único e indivisible, consagrado tanto al arte como al entretenimiento. Para expresar alto y claro la voluntad postmoderna de los organizadores, el filme encargado de inaugurar el Festival fue Outlaw King, una saga de aventuras históricas producida por Netflix, la empresa que ofrece películas en streaming por una suscripción mensual. Otros festivales excluyen los filmes producidos por Netflix alegando su vocación televisiva y comercial, pero Toronto acogió con gusto tres de sus más destacados títulos: la mencionada superproducción de aventuras, el drama retro 22 de julio, de Paul Greengrass y la muy artística Roma, de Cuarón.

Realizada en blanco y negro y ambientada a principios de los años 70 con un marcado tono melancólico y autoconfesional, Roma quedó entre los tres filmes más populares del evento a pesar de tales “inconvenientes”. Se trata del proyecto más personal de un director antes consagrado (Y tu mamá también) que ahora relata el diario íntimo de Cleo, la joven empleada doméstica de una familia de clase media. El guion de Cuarón ilustra la más detallada y trágica oda a los invisibles y excluidos, exégesis del heroísmo cotidiano de millones de mujeres. Además de apoyar el rigor artístico desplegado en Roma, Netflix también se ocupó de entrar en liza para revisar la historia norteamericana reciente con la mencionada 22 de julio, que recurre al estilo de docudrama realista para recrear el ataque terrorista en Noruega, en 2011, con similar técnica narrativa a la que ya empleó su director en United 93, tal vez la mejor película que se ha producido sobre el atentado del 11 de septiembre.


Roma, de Alfonso Cuarón, relata el diario íntimo de Cleo, la joven empleada doméstica
de una familia de clase media. Foto: Internet

 

Los principales premios de este festival, que quiere seguir siendo distinto y singular, los entrega el público, muy numeroso, que este año prefirió sorpresivamente, además de la mexicana Roma, las norteamericanas Green Book, dirigida por Peter Farrelly —muy conocido por tener en su expediente comedias de corte tan ligero como Locos por Mary o la insoportable Dumb and Dumber—, y Si la calle Beale pudiera hablar, de Barry Jenkins, ganador del Oscar por la sobrevalorada Moonlight. Green Book y Si la calle Beale pudiera hablar también manifiestan el crescendo realista al interior del cine norteamericano, una tendencia muy marcada incluso en filmes tan populares en Toronto, y seguramente nominados al Oscar, como la nueva versión de Nace una estrella, con Lady Gaga y Bradley Cooper, o Primer hombre, en la cual Ryan Goslin interpreta a Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna, en una hazaña filmada con tal objetividad y realismo que el patriotero Marcos Rubio ya lo acusó de antipatriótico.

Ambientada en el Sur de Estados Unidos en 1962, y protagonizada admirablemente por Mahershala Ali como un pianista de jazz y Viggo Mortensen en el papel de su chofer humilde y prejuiciado, Green Book es una película correcta y hasta conmovedora, pero repleta de convenciones procedentes del cine más genérico y habitual estilo buddy movie y road movie, oportuna corrección política, estrellas, acción física, estereotipos étnicos, etc. Si la calle Beale pudiera hablar es la historia de un romance entre un hombre y una mujer afronorteamericanos víctimas de la injusticia en la Nueva York de los años 70. Los admiradores de Moonlight amarán esta nueva entrega escrita y dirigida por el mismo director, quien se demuestra, por lo menos, cual sensible cronista de la ternura acosada por presiones sociales y sicológicas. Nadie podrá negar, de ahora en adelante, que hubo y sigue habiendo un problema racial en la sociedad norteamericana, a juzgar por los varios y muy notables filmes con ese tema que pasaron por Toronto.

La denuncia de la agresión policial racista estuvo presente en Monsters and Men, que narra cómo un incidente violento —la muerte de un joven negro abatido por la policía de Brooklyn— puede afectar la vida de toda una comunidad. Similares violencias constituyen el centro de The Hate U Give, sobre las arduas decisiones éticas de una joven negra (interpretada por la prometedora Amandla Sternberg), única testigo del asesinato de su novio a manos de un policía.

El racismo tampoco fue el único asunto político presente en el cine norteamericano exhibido en Toronto. La historia del candidato presidencial Gary Hart, cuyo escándalo por relaciones extramaritales inundó los titulares en 1988, se narra en la película biográfica The Front Runner; mientras que las críticas a los errores de la sociedad norteamericana fueron listados en el documental de Michael Moore Fahrenheit 11/9, que analiza a fondo los problemas del trumpismo. Otros filmes abordaron los conflictos de la familia abocada a la tragedia de la drogadicción (Ben is Back nos trae a Julia Roberts en el papel de madre sufriente, y Beautiful boy verifica similar operación con Steve Carell cuando interpreta al padre que padece las recaídas del hijo adolescente y drogadicto) o apostaron por desacralizar ciertos géneros, como sucede en The Sisters Brothers, donde el francés Jacques Audiard reúne a Joaquin Phoenix, John C. Reilly y Jake Gyllenhaal en una comedia negra desmitificadora del oeste, o la también francesa Claire Denis, que se apareció con la desconcertante High Life, cuya acción acontece en el espacio futurista e interestelar adonde fue enviado el lindoro Robert Pattinson, acompañado por la siempre deslumbrante Juliette Binoche.

El notable abanico temático y estético de propuestas permite hablar del festival de Toronto más allá de su cacareada predestinación como antesala del Oscar, pues el evento ilustra, como ningún otro, las nuevas tendencias del mejor cine norteamericano, en un terreno que trasciende el patio de juegos delimitado por las grandes superproducciones de aventuras fantásticas y superhéroes. Aunque claro, algunos estribillos volvieron a reiterarse, pues si Barry Jenkins y Damien Chazelle estuvieron compitiendo en todos los premios importantes con las respectivas Moonlight y La La Land, este año se anuncia similar conflicto, de ribetes completamente publicitarios, entre Si la calle Beale pudiera hablar y Primer hombre, dirigidas respectivamente por Jenkins y Chazelle.


Ryan Goslin interpreta a Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna. Foto: Internet

 

Y si Toronto es erigido como termómetro del Oscar, también es posible aprovecharlo como anuncio del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en tanto reúne una serie de títulos que se darán cita en diciembre, en la capital cubana. El thriller, con su carga de acción física y suspenso, se enseñoreaba en algunos de los filmes latinoamericanos que atrajeron mayor atención, como la mexicana Museo, que describe el robo arqueológico más importante de la historia, para mayor gloria del actor mexicano más internacional, Gael García Bernal. Cercanos a tal disposición genérica aparecieron los tres filmes argentinos más famosos de este año: El ángel, Acusada y Rojo, este último ganador, hace unos días, de varios premios importantes en San Sebastián. El ángel recrea un personaje real: el asesino en serie Carlos Robledo, apodado El Ángel de la Muerte por su apariencia seráfica en contradicción aparente con sus múltiples crímenes. Rojo, al igual que El ángel, define a la perfección un pasado de represión y dictadura, pero que aparece en el trasfondo, metafóricamente aludido. Ambos filmes prefieren concentrarse en el perfil sicológico de sus personajes, un elemento que permite la excelencia interpretativa, en Rojo, de dos actores inmensos como Darío Grandinetti y Alfredo Castro.

Dos títulos mantuvieron en alza al cine chileno: Tarde para morir joven, de Dominga Sotomayor, que relata una fábula de amores juveniles en 1990, cuando Chile intenta dejar atrás 17 años de dictadura pinochetista;  mientras que Sebastián Lelio, consagrado mundialmente con Una mujer fantástica, presentó un remake en inglés de Gloria (2013) para que Julianne Moore intentara superar, en vano, lo que ya hiciera inmejorablemente Paulina García. Colombia y Uruguay aportaron, respectivamente, las muy notables Pájaros de verano y Belmonte, mientras que la cinematografía cubana estrenó El extraordinario viaje de Celeste García, escrito y dirigido por Arturo Infante, quien se vale de los códigos de la comedia costumbrista y fantástica para retratar vicios y virtudes de varios cubanos ansiosos por viajar a otro planeta y que terminan abducidos por extraterrestres. Bajo su apariencia jocosa y fantástica se entreteje una parábola sobre la emigración y sobre el extravío de ciertos valores como la generosidad y la nobleza. Ya tendremos tiempo de hablar más largamente sobre el filme cuando sea estrenado en diciembre.


La cinematografía cubana estrenó El extraordinario viaje de Celeste García, escrito y dirigido por Arturo Infante.
Foto: Internet

 

Si al principio asegurábamos que en Toronto repuntó el mejor cine de autor internacional de tendencia realista, en las conclusiones de este texto se impone recomendar otros filmes de este corte, aparte de los ya mencionadas: el griego Yorgos Lanthimos y el polaco Pawel Pawlikowski continuaron en su mejor forma con The Favourite y Cold War; los problemas de la pareja y del pasado continúan obsesionando al iraní Asghar Farhadi en Todos lo saben, al servicio de Penélope Cruz y Javier Bardem; abrumadoras rotaciones en torno a sus temas y estilos favoritos resultaron de la opulenta Sombra, dirigida por Zhang Yimou, y The Death and Life of John F. Donovan, primer filme anglosajón del joven prodigio francoparlante Xavier Dolan. Más comprometido con la denuncia satírica de las políticas de Berlusconi que con la belleza inmanente que antes lo fascinara resultó Loro, lo último del italiano Paolo Sorrentino; en tanto el veterano Mike Leigh revisa un triste acontecimiento de la historia británica con Peterloo, y el turco Nuri Bilge Ceylan vuelve a extraer máxima expresividad de los paisajes calmos, en una historia de la sombra de un padre sobre su hijo en El peral silvestre.

Por su parte, los franceses hicieron diana con El hombre fiel, interpretada y dirigida por el joven Louis Garrel, confeso admirador de la nueva ola francesa, aquel movimiento que dictaminó, en la segunda mitad de los años 50, la superioridad del cine de autor sobre cualquier otro modo de entender y concebir el séptimo arte. Sesenta años después renace aquel espíritu de honestidad contestataria, porque Jean-Luc Godard, figura principal de la legendaria nueva ola, mandó a Toronto su más reciente obra El libro de las imágenes, ensayo audiovisual que renuncia a cualquier coherencia narrativa, en tanto una buena parte del metraje se dedica a reunir fragmentos de filmes clásicos y a deformarlos digitalmente, en consonancia con una realidad contemporánea donde los antiguos valores, en ocasiones, parecieran disolverse en la desmemoria, y otras veces regresan, indestructibles, con inusitada fuerza.