Con Dora Alonso, en otra dimensión

Rubén Darío Salazar
20/4/2016
Fotos: Archivo La Jiribilla
 

Hace 15 años que Dora Alonso se despidió del mundo físico hacia otra dimensión infinita y yo todavía no me lo creo. Paso delante de su casa en el municipio Playa de La Habana, y creo que va asomarse a su alta ventana para saludarme y pedirme que suba. Debe ser que una amistad como la de ella no se olvida nunca. Quienes la conocieron de cerca saben bien a qué me refiero. Mujer entrañable, de honda cubanía, de auténtica reciedumbre que delataba su origen campesino, blasón y orgullo de su vida, de su existencia llena de pájaros, frutas, ríos y niños.


 

Como si hubiera querido darle un abrazo a Pepe Camejo, maestro de los titiriteros cubanos y creador junto a ella del muñeco guajiro Pelusín del Monte y Pérez del Corcho, en 1956, se marchó el mismo día del cumpleaños del amigo, el 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía y del Títere, fecha que marca el comienzo del solsticio de primavera. Eso era y es ella: un retablo inmenso donde la canturía no cesa, ni los versos cual flores, como celebración de la vida y el futuro.

Si algo resultó inolvidable en ella, entre tantas cosas, fue su inquietud e ilusión con el porvenir, como si hubiera sabido que no tendría tiempo para escribir y hacer todo lo que soñó, lo que anhelaba para los más pequeños. Dora fue una mujer que quedó atrapada en su infancia rural, enamorada de los verdes y los azules, de los cuentos reales y fantasiosos de su nana negra Namuní.


 

Solo pude regalarle en vida un espectáculo, El sueño de Pelusín, estrenado en 1999. Asistió tempranera al Teatro Sauto de Matanzas, con su compañero Fausto y su prima Lala. Teatro de Las Estaciones se vistió de gala ese día. Tuvo elogios muy tiernos para nosotros. Su mirada clara y húmeda de aquella jornada puedo evocarla una y otra vez, sus manos en las mías, feliz como una niña con juguetes.

Eso era y es ella: un retablo inmenso donde la canturía no cesa, ni los versos cual flores, como celebración de la vida y el futuro.Dio un discurso improvisado agradeciendo la puesta en escena y la medalla conmemorativa del tricentenario de la ciudad que le otorgó el gobierno provincial yumurino. Al final del montaje había una coreografía donde se acunaba a Pelusín entre danzas y arrullos. A una de las actrices se le ocurrió colocarlo en sus manos brevemente y por poco nos quedamos sin música, pues no había manera de que Dora soltara a su muñeco rubio y pícaro, alter ego de ella misma en cuanto a la inventiva de dicharachos y el corazón abierto.

Me quedé sin comer su anunciado pollo con chocolate y ella sin aplaudir mi versión de Pelusín y los pájaros, guateque y homenaje, estrenada el mismo año de su adiós. Tras la función que dimos en la Casa de Cultura del Valle de Viñales, el sitio que escogió para dormir eternamente, nos fuimos a los cimientos de la casa que estaba construyendo allí y nunca vivió; visitamos a su amiga Caridad, dueña de un jardín paradisíaco donde Dora, seguramente, se sentía a sus anchas entre naranjos, mandarinas, galanes de noche y madamas asustadas con tanta belleza natural y trinos de sinsontes.


 

En 2009 estrenamos Una niña con alas, obra que se nutre de su poesía para los infantes y donde ella, invisible y presente, está siempre haciendo maldades, regalando imágenes y cantando tonadas. Es una pieza que sirve para dar entrada en el grupo a actores jóvenes. Dora sirve para muchas cosas. Mujer-consejo, mujer-ejemplo, mujer-ensueño.

Releo sus libros para niños y adultos, y descubro senderos y extensiones de sus textos hacia mundos muy singulares.Releo sus libros para niños y adultos, y descubro senderos y extensiones de sus textos hacia mundos muy singulares; como si hubiera encontrado la verdadera intención de las cosas más simples y se deleitara en regalarnos sucesos, sensaciones, impresiones tan vitales que cuesta trabajo creer que alguien así pueda morir. La muerte y Dora no se llevan bien. La parca siente que no ha podido concluir su trabajo. Dora le recuerda perennemente que es imposible desaparecer con tantas palabras en el pecho y visiones en los ojos, simplemente no se puede, es absolutamente imposible.

La biblioteca de mi espacio de trabajo, el Centro Cultural Pelusín del Monte, lleva su nombre; el jardín anfiteatro ostenta el del muñequito campesino nacido en Tres Ceibas; la sala teatro se llama Pepe Camejo, como su amigo del alma. Cada día de mi vida es distinto ya sin ella, e igual por sus andares espectrales en los sitios de mi lugar laboral que menos me lo espero. Hemos comprado palomas, jicoteas, conejos, pericos, cotorras, peces y hasta una pareja de pavorreales que desandan por entre los marpacíficos y rosaledas de nuestro patio-edén. No quiero que Dora se vaya, quiero que siga viajando entre Viñales y Matanzas viendo lo que hacemos, y sobre todo quiero sentir su olor a colonia veraniega, sus palabras-poemas que me hacen sentir un niño para siempre.