Corazón de León

José Ramón Barbón Hernández
20/10/2016

El silencio de la sala de terapia es roto por el sonido de los instrumentos médicos. El olor de los medicamentos inunda mi nariz, abro los ojos.

─¿Cómo se siente, Pedro? ­─dice una joven doctora.

Trato de hablar, pero la lengua no obedece.

─No se angustie, le haré unas pruebas. Mueva los párpados si siente dolor.

El pinchazo en el dedo gordo del pie izquierdo llega a mi cerebro, mis párpados proporcionan la respuesta. Ahora es en el brazo derecho, la reacción es la misma.

─No se preocupe por el habla, le volverá dentro de unos días. Usted se infartó, pero ganamos la batalla.

La doctora se marcha, queda una enfermera que se mueve entre los pacientes. Miro a mí alrededor y me detengo en la botella de suero. La imagen llega, ocupa mí mente. El león de los industriales yace sobre una cama rodeado de pomos, de los que salen mangueras y se introducen en sus venas para transfundirle jugo de naranja. Sus labios esbozan una sonrisa, está claro que no agoniza, se nutre. Estoy desorientado, no sé como llegué a esta situación. Cierro mis ojos, me concentro y voy tras los recuerdos.

 

La casa de Bigote era un hervidero, la gente se agrupaba frente al televisor; trataban de no perder el más mínimo detalle del play off. En Cuba, la televisión es para verla en familia; si de pelota se trata, la familia alcanza dimensiones inimaginables.

El anfitrión expendía bebidas y bocadillos, amistad es amistad pero el negocio es lo primero; sin moni, no se compra en el mercado agropecuario. Quien conozca a mi amigo, sabe que está ante un hombre de suerte; el primero en todo desde la infancia, decidido y arriesgado, con inteligencia privilegiada. Se adelanta a los acontecimientos y como consecuencia, el dinero le entra a manos llenas.

Cuando todos nos lamentábamos por el inicio del Periodo Especial, le encontró el lado bueno; compraba viandas en el campo y las revendía en el barrio. Al autorizarse el trabajo por cuenta propia, abrió un restaurante paladar. Ahora tiene un carro que es la envidia de muchos, continúa con el restaurant y para rematar, ofrece albergue circunstancial a parejas de enamorados por el módico precio de cinco pesos; espero que hayan comprendido, hablo de moneda convertible de fulas; pongan los pies en la tierra.

Bigote es fan de Villa Clara, afirma que serán los próximos campeones. Siempre le ofrezco apoyo, la suerte lo persigue. El que se arriesga gana, es su frase favorita, la ha convertido en grito de guerra.

 

Al Comienzo del sexto juego, los de Villa Clara creen tener asegurada la victoria. El jugo de naranja llegó a las calles, amenazó con inundar la isla; ocurrió lo inesperado, el león de los industriales se lo bebió de un sorbo. ¡Coños!, ¡carajos!, se oyeron en la sala. Los fanáticos de industriales estaban eufóricos; los naranjas de Villa Clara, preocupados.

─¡Arriba!, ahora es cuando esto se pone bueno, mañana es el decisivo ─dijo Juanito el corredor de apuestas─ no sean pendejos, echen palante los pesos.

─¡Quinientos a Villa Clara! ─dijo Luis el administrador de la bodega.

─Le apuesto mi bicicleta todo terreno y el televisor Panda a industriales ─dijo Pepe el mensajero.

─¡Tres mil a industriales! ─dijo Raciel el bolitero.

─¡Cinco mil a Villa Clara! ─dijo con prepotencia, Alberto el gerente.

─Hablamos de moneda dura, no de calderilla ─aclaró Juanito.

─¡Tú lo sabes bien!, lo mío son los guapos los que se fajan con veinticinco; lo demás, es menudeo ─dijo Raciel, mientras sacaba de uno de sus bolsillos un fajo de billetes.

─No hablen más, depositen que yo me hago cargo.

Los aludidos se acercaron y entregaron el dinero. El mensajero vaciló antes de dejar la propiedad de los artículos, en manos de Juanito.

─Bien, las apuestas se cierran.

─Espera, me juego el carro a favor del triunfo de Villa Clara ─dijo con seguridad Bigote, mientras mostraba un llavero hecho de una pata de conejo.

El carro, su bien más preciado ─brillante carrocería, relucientes molduras, líneas aerodinámicas, charolado en las ruedas─, la envidia del barrio e incluso la mía. Otra vez el golpe maestro del rey de la suerte, los industriales ya pueden sentirse derrotados.

─Y tú, ¿no apuestas? ─dijo Juanito, mientras me miraba a los ojos.

─¡Sí!…, mi casa ─dije después de vacilar unos segundos.

─Pongan bien claro sus nombres y a favor de quien juegan, después firmen, mañana al comenzar el partido no hay marcha atrás.

Bigote y yo venimos juntos, desde que con solo cinco años me mudé con mi familia para el barrio. Desde el primer instante nos unió el afecto, el que se metía con uno encontraba al otro; nos decían los mellizos. El paso del tiempo afianzó la amistad. El se destacaba en todo, yo le servía de apoyo y recogía las migajas. Les parecerá poco; sin embargo, si el pan es abundante las migajas alcanzan para llenar el estómago. Al abrir el establecimiento me contrató como dependiente, gracias a lo que pude independizarme. Con lo que gané, construí en la azotea de la casa de mis padres. Cuarto, cocina, baño y la minúscula sala comedor, hasta ahora son suficientes. No es grande, pero para Mabel y yo sobra. Es nuestro refugio.

─¡Coño!, si la mulata se entera que aposté el apartamento me mata.  No hay quien le hable de volver a vivir con mis padres, y menos de regresar para Guantánamo ─dije para mí.

─Pedro, estás muy embullado con la pelota. No cometas una locura ─había dicho el día anterior.

─De que hablas mujer, me crees un muchacho ─le dije.

─Que murmuras Pedro, te arrepentiste ─dijo Juanito.

─Con el lio del Play off, hay gente que ha apostado hasta la mujer ─había dicho, Mabel.

─Mi mujercita, me crees capaz de hacer eso, no puedo vivir sin ti ─le dije.

─Pedro, no me oyes, estás en Babia. Caballeros, este se fundió ─dijo Juanito.

─Juanito, no jodas más y deja a Pedro tranquilo; no quiere hablar ─dijo Bigote.

─¡A mí no!, en definitiva no soy de tu propiedad… ¡pero la casa! Te creo capaz y eso no te lo voy a perdonar ─había dicho Mabel.

─Pedro, mi hermano ─insistió Juanito.

─¿Que es lo que quieres hombre?, ¿no tienes mi apuesta?

─Si, compadre, pero te fuiste del aire; me asustaste.

─No te preocupes, ya pasó.

El día llegó y con el aumentó mi zozobra, apenas pude dormir. Al caer la noche, estábamos sentados frente al televisor. La enorme pantalla plana, se metía en nuestras mentes. Todavía me parece escuchar las palabras de Bigote: ¡caballeros!, pidan ahora todo lo que quieran. Cuando comience el juego, soy el hombre invisible.

El equipo naranja hizo la primera carrera. En el segundo inning, Industriales pierde dos a cero; en el tercero, un jonrón de Malleta propició el empate. La ilusión se mantuvo hasta el quinto inning; en este, industriales puso el marcador cinco a dos. Hubo caras preocupadas y aumento de la tensión. En el octavo, Villa Clara empató.

─Este juego no es para cardiacos ─comentó el mensajero─ y para colmo, han puesto un novato a pichear.

─¡Ahora si ganamos! ─gritó Bigote en un ataque de júbilo.

El juego estaba caliente, en el noveno inning continuaba el empate. Hasta dolor de estomago me dio, y el calambre en el brazo no se me quitaba. Hubo que ir a extra ining, las tensiones se dispararon.

─¡Pedro!… ¡Pedro! ¿Qué te pasa?

Fui a ponerme de pie, perdí el conocimiento.

 

Han pasado los días y me he recuperado, me han trasladado a un cubículo donde permiten un acompañante. Mabel lleva una semana sin salir del hospital, está muy demacrada, ha bajado unas cuantas libras. Estamos enfrascados en amena conversación, su rostro refleja alegría, sé nota que no quiere causarme inquietudes. No me atrevo a preguntarle quien ganó.

Faltan cuatro horas para el horario de visita, al mirar hacia la puerta quedo boquiabierto, al reconocer a los dos sujetos de las batas verdes.

─Libraste mi hermano ─dice Bigote.

─¿Cómo fue que lograron entrar?, aunque me imagino que fue gracias a esas batas de médico. No lo entiendo, en este hospital son estrictos en extremo ─dice Mabel, mientras su semblante va de la alegría al asombro.

─Mi amiga, ya olvidaste las maravillas que pueden hacerse con dos meriendas SEPSA. Esta jaba es para ustedes, tiene pollo y jugos ─dice Bigote─. Vamos coman, por lo que veo están fuera de caldero.

─Buen susto nos diste Pedro, toma, te pertenece ─dice Juanito, mientras deposita en mi mano el llavero hecho de la pata de un conejo.

─¡Qué! ─yo, sorprendido.

─¿Qué pasa aquí? ─dice Mabel.

─No me lo esperaba, siempre creí que jugabas en mi equipo ─dice Bigote.

─¡Phss…! El que se arriesga gana ─es lo único que se me ocurre decir.

 

Especial para La Jiribilla.

 

FICHA
José Ramón Barbón Hernández: escritor y guionista cubano. Ingeniero en Telecomunicaciones y Máster en Sistemas de Radio Comunicaciones. Ha trabajado como guionista en la Radio. Graduado del curso Las Herramientas del Escritor, y habilitado como guionista por el Centro de Estudio para la Radio y la Televisión. Miembro fundador del grupo Punto de Giro, que dirige el escritor y periodista Félix García Acosta (Felo). Especialista literario en el municipio Arroyo Naranjo. Tiene publicada con la editora española Ediciones Oblicuas, la novela de ciencia ficción La Eternidad y por Amazon, Más Allá del tiempo. La revista digital argentina “Antípodas” le  publicó el cuento  “Mariposas de la noche”, posteriormente traducido al francés  e incluido en la antología Lecturas de Cuba; “La cita”, “Las parcas y el suicida”, fueron publicados en formato digital por la librería La piedra lunar.  Ha  hecho, reseñas y críticas literarias, para el sitio digital Shvoong; así, como poemas para la antología editada en España, La isla de las palabras perdidas. Ha recibido varios reconocimientos, destacando: premio testimonio en el XXXIV Encuentro Provincial de Talleres Literarios, premio en cuentos para adultos VIII edición del concurso literario Manuel Cofiño López; además, resultó finalista en los premios Farraluque de Literatura Erótica en los años 2012 y 2013.