Cosas de la TV

Laidi Fernández de Juan
3/3/2020

En estos días se han revuelto las redes sociales —mucho más, quiero decir, porque esas aguas nunca permanecen quietas—, debido a la absurda mutilación a la película Love, Simón, cuestión por la cual las autoridades del ICRT pidieron disculpas. Otras cosas suceden, y no todas abominables como la mencionada, la verdad sea dicha. Por ejemplo, es excelente la telenovela cubana Entrega. La temática, las actuaciones, el acercamiento a nuestra vida real de forma verosímil, el despertar que provoca el maestro en cuanto a nuestra apasionante Historia: todo resulta espléndido. Nos hacía falta una entrega como Entrega. La serie LCB es otro gran éxito, una propuesta mayúscula, con interpretaciones magistrales que recrean personajes históricos.

En otro orden de prioridad, hay que reconocer que ligeros pero inexplicables cambios llaman nuestra atención: de vez en cuando las locutoras se mueven de su sitio habitual, para desconcierto del público. Esto no ocurre siempre sin que exista una manera de predecir cuándo vendrán modificaciones; o si corresponden a las emisiones de lunes y jueves, por ejemplo; o si quienes brindan noticias caminarán frente a nuestros ojos solo los viernes. Parece un juego con el espectador. Existen variantes: un día, en medio de un informe noticioso, de pronto la locutora se incorpora de la silla y echa a andar, hasta que llega a otro sitio donde la espera, a su vez, la muchacha que comenta la actualidad internacional. Me distraigo tanto observando el movimiento de traslación —lo confieso— que apenas me entero de lo que sucede en Ankara ese día. Me parece que ocurrirá una caída, o que la locutora va a olvidar su parlamento, o que la otra no estará en su puesto para recibirla, no sé, me produce una mezcla de asombro con miedo. Lo curioso es que cuando ambas informativas se juntan, no se miran; se saludan, claro, pero siempre mirando a cámara. Da la impresión de que no son muy amigas. “Buenas tardes, Esperanceja”, dice la recién llegada —sin mirarla—y, de inmediato, Esperanceja murmura “Hola, Zutana. Pues sí, lo que dices es cierto, pero hoy en Bangladesh…”

Otra sorpresa aun más atrevida es la que, además de poner de pie y andando a las comentaristas, las sitúa detrás de una puerta de cristal, que se abre automáticamente —o eso parece—. Esto me causa una sensación parecida al terror, porque me inquieta muchísimo que falle el mecanismo y se queden ambas del lado de allá de la cámara, como atrapadas en un elevador transparente. Con lo cual, tendrían que mirarse a los ojos aunque sea para pedir auxilio una a la otra, y eso violaría el guion. Como si vinieran de una tienda moderna, o saliendo del aeropuerto, las dos mujeres atraviesan el dintel de la puerta mágica y pasan al set donde —repito: sin mantener contacto visual— comentan, informan, opinan. El hecho de no usar medios auxiliadores visibles —como hace, por ejemplo, Bárbara Sánchez Novoa en Mediodía en TV, con su pequeña tablet a mano y en su mano—, tiene al menos dos consecuencias: los brazos están libres, aptos para balancearse en la deambulación frente a cámara y los ojos recorren las líneas del teleprompter —o como se llame eso—. No siempre se alcanza el propósito de parecer memorioso, y no me refiero solo a nuestras/os locutoras/es, sino en sentido general. Mantener la vista fija en algo que los demás no ven y leer en voz alta lo que va apareciendo es una tarea que requiere entrenamiento. Porque puede suceder —y sucede— que se produzca una actitud de abducción.

Foto: Internet
 

Las personas cuyo trabajo consiste en leer para los demás oraciones mudas de una pantalla que solo ellas ven no saben —imposible saberlo— que a veces se les nota el tono ajeno, la mirada como ausente, la caída de párpados que recuerda a un cisne enamorado y perdido en el lago. Hay mucha angustia en el ambiente, más allá de las terroríficas noticias que se comunican. Hay que añadir al espanto mundial del catastrofismo que se vive, y que los comunicadores deben informar, la incertidumbre de que desaparezca la pantalla que leen, o se vaya la luz, o no se entienda correctamente lo que ahí está escrito. Me imagino cuánto deben sufrir estos trabajadores de la noticia. Algunos/as engurruñan los ojos —y mueven a la lástima, porque es obvio que pierden agudeza visual—; otros/as ponen cara de “no entiendo qué dice ahí” —y mueven a la lástima, porque no quisiéramos estar en sus zapatos—.

Por último, mencionaré lo que se percibe con el parte del tiempo. El monarca Rubiera, el meteorólogo más amado, explica de forma tan maravillosa lo que va a suceder que nos encanta recibirlo en nuestros hogares, aunque nos diga que se aproxima un huracán categoría 5. No obstante, tanto él como sus colegas mueven las manos y señalan un mapa imaginario, o eso parece. No coinciden los dedos con la zona exacta que pretenden señalar de nuestro archipiélago. Algo misterioso ocurre, aunque no he sido capaz de adivinarlo. Tal vez no sean los dedos sino la mirada lo que no se corresponde con la información, repito que no logro precisar dónde radica la desconexión, pero hay algo raro. Y ya que hablo de condiciones del clima, no puedo dejar de mencionar al señor de los lunes. El que comenta las reservas acuíferas. Sin que lea ninguna pantalla, ni señale mapas, ni mire para donde no es, este compañero se dedica al regaño. Nos amonesta semana tras semana porque los embalses y otros tipos de reserva de agua andan mal, muy por debajo de los límites considerados aceptables. Sabrá Dios qué culpa tendremos nosotros de la falta de lluvia, pero al parecer, alguna responsabilidad tenemos en la sequía de Las Tunas. Podría seguir comentando detalles de la TV —por ejemplo, lo aburrido que resulta escuchar las programaciones de los canales, una a una, uno por uno, noche tras noche—, pero el espacio se agota y concluyo mostrando respeto a quienes laboran en ese medio tan fatigoso, tan difícil. Hablando en plata, los sometemos a críticas duras, muchas veces con razón, pero nunca les decimos “Gracias”, a pesar de que nos acompañan sin pedirnos nada a cambio.