Cuba-USA: el jazz en la era de Trump

Pedro de la Hoz
24/1/2018

Aun cuando sobre Cuba pesa la recomendación de las autoridades para que los ciudadanos de esa nación no visiten la isla —iniciativa de la administración Trump más propia de los tiempos de la guerra fría que de las realidades del mundo de hoy—, el festival internacional Jazz Plaza 2018, que finalizó el último domingo en La Habana se vio poblado de músicos norteamericanos de primer nivel y compatriotas suyos que desoyeron dictados prohibitivos y se las arreglaron para hallar resquicios permisivos para la obtención de licencias de viaje.

Un cronista de la música salsa y el jazz latino explicó la presencia de artistas y aficionados estadounidenses en la programación de la trigésimo tercera edición del festival: “Si el jazz es una expresión de libertad, ejercerla es un derecho, y nada más apropiado que hacerlo en un país que ha dado mucho al género y en el que los músicos de Estados Unidos encuentran motivaciones para que el intercambio sea mutuamente beneficioso”.

Resultó un acontecimiento presenciar el desempeño incombustible del pianista Randy Weston, quien a punto de vencer su novena década de vida posee los arrestos suficientes como para señalar por qué en las últimas décadas ha hallado en los sonidos tradicionales de diversas regiones africanas fuentes de inspiración para la renovación de un pianismo que le debe mucho a Thelonius Monk. Weston visitó e impartió clases a niños y adolescentes de los conservatorios habaneros Guillermo Tomás y Amadeo Roldán y el de la Escuela Nacional de Arte.
 

El pianista Randy Weston
 

A La Habana llegó Joe Lovano para compartir su experiencia con jóvenes músicos que se forman en las academias. Junto a la Sinfónica del conservatorio Amadeo Roldán y los integrantes de la Joven Jazz Band, que dirige el maestro Joaquín Betancourt, el saxofonista reeditó parte de la experiencia que lo llevó en 2008 a grabar con el sello Blue Note uno de los discos más importantes de su carrera, Symphonica.

También se asomó el saxofonista y clarinetista Ted Nash, en un trío conformado con el contrabajista Ben Allison y el guitarrista Steve Cárdenas, que de conjunto ofrecieron demostraciones de un discurso improvisatorio rico en matices.

La identidad jazzística de una vasta zona del teatro musical a lo Broadway estuvo en el foco del interés del concierto organizado por el veterano actor Chapman Roberts, quien convocó a las cantantes Bertilla Baker, Dakota McCleod y Clyde Bullard, el baterista Greg Barret, el pianista Ray Nacarri y el trompetista Longineu Parsons, uno de los más completos del momento, para recrear la obra de Dizzy Gillespie, Cab Calloway y Louis Armstrong.

No dejan de ser elocuentes las vivencias de Dee Dee Bridgewater. Tres veces ganadora de premios Grammy y de un Tony, confirmó la fama previamente conquistada con su excelente desempeño en la escena del Teatro Nacional. Entre temas explosivos y otros de carácter más lírico, con la memoria de Memphis y los ardores del blues, la Bridgewater aprovechó los intervalos para proclamar las razones de su estancia cubana: “Esto es absolutamente fantástico”, “la magia del jazz nos llena de energía”, “ustedes, los amantes cubanos del jazz, tienen mucho que enseñar al mundo”.

Sólo antes de marcharse reveló cómo vivió horas de desasosiego, cuando, mientras escuchaba al fenomenal pianista Chucho Valdés, se dio cuenta de que había perdido sus documentos, tarjetas de crédito y una suma de dinero en efectivo ajustada a las limitaciones draconianas impuestas por el Departamento del Tesoro a los que viajan a la Isla.

La angustia duró apenas unas horas. Al Hotel Nacional llegó una pareja cubana que recogió del suelo del teatro, justo detrás de la butaca donde la Bridgewater disfrutó a Valdés, la bolsa de la artista y al ver el pasaporte localizó dónde se hospedaba para devolver sus pertenencias.

Esto sucedió en un país calificado como “inseguro” por Washington. Ningún músico ni visitante norteamericano sufrió percance alguno. Por el contrario, hasta altas horas de la noche habanera —y también la de Santiago, subsede del festival— departieron alegremente en teatros y clubes y hasta se les vio desafiar de lo lindo las olas embravecidas generadas por el frente frío en el Malecón.