De construcciones corporales e inquietudes personales

Yenny Hernández Valdés
21/1/2016

La producción fotográfica actual consta de artistas cuyos enfoques, miradas, ángulos y encuadres revelan una preocupación, un compromiso, una voluntad de mantener activo el cuerpo como herramienta de trabajo favorable para discursar sobre disímiles cuestiones sociales, culturales, políticas, étnicas, rituales, sexuales, de género… Es apreciable el intento por la producción de una fotografía de tintes sugerentes, perspicaces, irónicos, punzantes, agudos en cuanto a forma y concepto.

Más allá de un dominio explícito de la técnica fotográfica, de sus variantes cromáticas, de su revelación digital o en el laboratorio químico; contamos con artistas asiduos en la toma y proyección de una fotografía conceptualmente sólida, de argumentos inteligentes y sutiles que no se detienen ante los límites, sino que los cruzan, los funden y los re-orientan para proponer obras verdaderamente originales.

Precisamente, acercarnos a la producción fotográfica de Erick Coll (La Habana, 1981), posibilitará conectar con un universo susceptible a ser descubierto, a partir de esas fragmentaciones, de esos trozos de cuerpos desprovistos de ligaduras contextuales, genéricas y sociales. Son nuevos y otros miramientos proyectados desde el cuerpo: medio por excelencia para concebir, captar y expresar a través de la fotografía.

¿Qué lo motivó a hacer fotografía?

Mi madre es Historiadora del Arte y crecí en el ICAIC, enrollando y rebobinando películas con unas máquinas muy graciosas, y viendo las de animado que me ponían para que las evaluara como niño. Y eso de alguna manera marcó mi infancia. Ya después, de adolescente creo, no sé si con poca humildad o con objetividad, es que descubro que tengo como un mundo interior susceptible de ser expresado y en ese sentido, necesitaba de algo para comenzar a hacerlo.

Empecé tratando de que fuera la escritura y me di cuenta que lo que hacía eran meras descripciones porque lo que veía eran imágenes. Traté de entrar al Taller Onelio Jorge Cardoso pero me denegaron y como se dice, no hay mal que por bien no venga. Hay veces que el destino te niega una expectativa para después sorprenderte con otras cosas, y eso fue algo muy bueno en mi vida.

La fotografía siempre me pareció muy enigmática y muy seductora. O sea, es algo que te llama la atención, que no es la realidad, pero que parte de ella, que además es el medio por excelencia para referirla. Eso es algo interesante. Es como dicen los psicoanalistas: la neurosis comienza cuando tú te reconoces en el espejo y tomas conciencia de ti mismo. Imagínate cuando tienes conciencia de que hay un medio que puede duplicarte. Ahí todo se vuelve más interesante, porque ahí comienza la dualidad, la combinatoria de uno con otro. Así empieza ese flujo interminable entre lo que yo soy y lo que aparento ser, cómo quiero ser visto, cómo quiero ser identificado interiormente, cómo quiero ser catalogado, cómo quiero venderme, cómo quiero mostrarme, cómo quiero manipular, cómo quiero influir, cómo quiero decir, cómo quiero convencer, cómo quiero trastornar, cómo quiero ofender…La fotografía siempre me pareció muy enigmática y muy seductora. O sea, es algo que te llama la atención, que no es la realidad, pero que parte de ella, que además es el medio por excelencia para referirla. Eso es algo interesante. Es como dicen los psicoanalistas: la neurosis comienza cuando tú te reconoces en el espejo y tomas conciencia de ti mismo.

Estudié Comunicación Social y de alguna manera la carrera me ayudó mucho porque me dio un bagaje teórico muy práctico y básico, y muy en consecuencia y en coherencia con lo que estaba experimentando. Y durante mi carrera comienzo a estudiar en un curso en el Instituto Internacional de Periodismo “José Martí”, dirigido e impartido por Félix Arencibia. Él era una persona muy interesante y en el curso se abordaba la fotografía prácticamente solo desde un punto de vista técnico. Y siempre sentí que me faltaba algo más. Nunca me satisfizo una explicación fotográfica que se quedara en la relación de diafragma, obturación, profundidad de campo, encuadre, contraste, iluminación. Fui un fotógrafo que comenzó a ser un fotógrafo frustrado por esa “incompletitud”, digamos, por esa falta de plenitud de realización en el ejercicio de la fotografía.

Después de graduado me fui a estudiar a un taller en la escuela de cine de San Antonio de los Baños con un profesor argentino que se llama Daniel Leota. Ese espacio era sobre el lenguaje de la fotografía, no sobre la técnica fotográfica. Además, haciendo mi tesis de diplomado —que fue sobre fotografía publicitaria—me encontré un libro que se llama La cámara lúcida, de Roland Barthes, y me abrió a una nueva era de la fotografía; además de que vi otros artículos suyos como “Retórica de la imagen”, “El mensaje fotográfico”, todos muy buenos. Y por primera vez, encontré algo que explicaba la fotografía y que no solo abordaba sobre el dispositivo que es la técnica, susceptible de ser aprendida con mucha facilidad, sino que habla también de las emociones, de lo que subyace en el ser humano, de la muerte, de la salvación que busca el sujeto en cualquier fotografía, la trascendencia y su propia evanescencia.

En ese sentido, creo que la fotografía me cautivó y después se convirtió en el lenguaje para expresar cosas. De hecho, por mi influencia como comunicador, comencé siendo muy conceptual. Hacía un trabajo con objetos que era casi una composición sintáctica con palabras, porque estos definen muy bien los símbolos y yo hacía una articulación premeditada de estos, lo montaba y me daba mucho resultado, además de que funcionaba para muchas personas porque les parecía algo interesante. Así fueron mis primeros pasos en el mundo de la fotografía.

¿Por qué específicamente se inclinó por la fotografía del cuerpo?

Más tarde, explorando el cuerpo, me di cuenta que es el carapacho y el receptáculo del espíritu. Me parecía tan raro, tan misterioso, tan lindo, tan polisémico, y empecé haciendo fotos de un detalle de alguien…

Como el desnudo tiene el componente sexual subyacente siempre puede tener un uso práctico, que no sea pornográfico, sino erótico tal vez, aunque sabemos que los límites no están claros. Se comienza por un desnudo, por el atractivo erótico o sexual de un cuerpo que te estimula a registrarlo.

Como el desnudo tiene el componente sexual subyacente siempre puede tener un uso práctico, que no sea pornográfico, sino erótico tal vez, aunque sabemos que los límites no están claros.

En mi caso he devenido en un tipo de fotógrafo que lo que hace es descontextualizar ese cuerpo, ese desnudo. Entonces sufrí una metamorfosis donde, partiendo de un estilo puramente conceptual, llegué a un estilo casi puramente formal: de transmitir mensajes súper definidos y concretos, telegramas visuales con mi fotografía, y comencé a hacer aproximaciones emocionales, sentimentales, sinestésicas del cuerpo. Todo eso fue un proceso natural, influido especialmente por Servando Cabrera y Ralph Gibson, quienes descontextualizan muy bien y como a mí siempre el detalle me llamó la atención, pues su obra siempre me cautivó.

De hecho, soy director de fotografía en cine y siempre tiendo a cerrar el plano, porque además mi discurso tiene mucho que ver con lo que queda fuera del marco, que es lo que se conoce como el off, o sea, el fuera de campo, que comenta Phillipe Dubois en su libro El acto fotográfico. Ese texto es el compendio de la sistematización teórica más profunda que hay sobre la fotografía: la singularidad, el principio de atestiguamiento, la génesis automática, el índex como signo fotográfico contra el ícono y el símbolo.

¿Ha tenido su producción un mercado y un público que la siga?

He tenido una producción para un mercado, yo diría, oportunista, aleatorio. Tampoco porque me he dedicado a la producción de fotografía para vender. O sea, la fotografía tiene muchos usos sociales (Pierre Bordieu, Los usos sociales de la fotografía), y hago uso de esos “usos sociales”, y como tal, me gano la vida como fotógrafo. No necesito obligatoriamente vender mi arte, aunque lo hago de vez en cuando. Pero, bueno, sí he tenido un mercado, digamos, ocasional.

En cuanto al público, este sí ha sido permanente y una respuesta a mi trabajo porque lo he estado midiendo. Por ejemplo en las redes sociales, en Facebook sobre todo, donde publico mucha imagen, constantemente estoy recibiendo muchos comentarios.

¿Qué ha provocado en el espectador una muestra de fotografía del cuerpo?

En mi caso, consternación, trauma, intriga, curiosidad, goce, y diría que en último lugar, algún mensaje social, desde la perspectiva de género. O sea, si no puedes estigmatizar, si no puedes clasificar al cuerpo que ves cómo femenino o masculino, con toda la carga social que eso lleva, entonces no puedes juzgar. Y, precisamente, uno de los ejes temáticos de mi obra es la androginia, la ambivalencia. Y esta última está asentada en lo traumático y en lo irritante, porque lo que no puede ser definido siempre es traumático e irritante.

¿Qué sentimientos se generan, para usted, entre el fotógrafo y su modelo?

Depende. El pintor puede pintar lo que quiera y no tiene que someterse a ninguna experiencia. El fotógrafo está obligado a referir la realidad y a ser parte de esa realidad. La fotografía no socializa la imagen, con el surgimiento de esta manifestación lo que se socializa es la experiencia. Por ejemplo, cuando veo un iceberg estoy más tranquilo en la medida en que conozco un poco más el mundo, aunque jamás visite el Polo. O sea, la idea de contener al mundo en mi cabeza como una antología de imágenes, me tranquiliza y me dice que estoy más cerca de las experiencias que no puedo vivir por mis limitaciones geográficas, económicas, políticas… Eso me parece importante, en el sentido en que entre el fotógrafo y su modelo siempre hay una retroalimentación, una comunicación. En mi caso, necesito al modelo porque necesito el cuerpo. Trabajo especialmente con bailarines porque son susceptibles de transformarse, de desdoblarse, de desplegar una serie de facilidades físicas que un modelo habitual no tendría.

El fotógrafo está obligado a referir la realidad y a ser parte de esa realidad. La fotografía no socializa la imagen, con el surgimiento de esta manifestación lo que se socializa es la experiencia.

Lo hago tanto con modelos masculinos como femeninos, tratando siempre de descontextualizar, de provocar, de buscar la belleza, de hacer algo curioso, de no completar un mensaje, de hacer un estímulo lo suficientemente fuerte como para crear una reacción y lo suficientemente débil como para que sea muy polisémico. O sea, algo donde se aprecie la belleza y que no se entienda. Eso me fascina y es mi gran eje temático: la androginia, la ambigüedad, lo otro, lo que está en el medio, esa frontera.

En general, se da una relación interesante entre el fotógrafo y el modelo que puede ser de diversas maneras. Una relación sencillamente lineal, o muy creativa, donde el modelo también aporta. En el caso de los bailarines a mí me aportan mucho porque logran poses, entrecruzamientos, mezclas… que normalmente me sería muy difícil prever, y ellos muchas veces me la dan. Ilumino intencionalmente y voy buscando aquello que me punza.

En ese sentido, las relaciones entre fotógrafo y modelo son disimiles, pero siempre hay una relación de por medio. En el caso del cuerpo desnudo, te diría que no todos los fotógrafos habrán poseído a sus modelos hembras o varones, pero muchos lo han hecho. O sea, que también hay una relación de intimidad. Y la fotografía del cuerpo se puede utilizar como un pretexto para llegar a eso. Socialmente, está visto que hacer una sesión de fotografía del cuerpo puede ser difícil, complicado y peligroso. Eso es algo que está en el imaginario colectivo y no del todo errado. Pero también puede ser algo muy profesional, muy distanciado y muy concreto. Eso depende de las intenciones de ambos.

¿Ha seguido durante su producción alguna corriente anterior, influencias de otros artistas?

Sí, principalmente la obra de Servando Cabrera que me cautivó y me marcó como un referente de ver algo en pintura que quisiera y pudiera hacer con la fotografía. Esos cuerpos fundidos y esas transparencias de Servando me motivaron y me funcionaron como un conexo consciente de mi obra. Por otra parte, también la producción de Ralph Gibson desde el punto de vista de la descontextualización como un artista que trabaja el encuadre como herramienta fundamental de su obra.

¿Trabaja la fotografía de manera tradicional o digitalmente? ¿Por qué?

He trabajado de ambas formas. Son dos sistemas de significaciones muy similares pero con particularidades. Y de preferir, prefiero la química, pero de posibilidades, de práctica y de pragmatismo, está la digital. A los que de alguna manera convivimos con la química nos dejó una huella indeleble, mientras los que nacieron con la digital no tienen prejuicios, ni tienen porqué tenerlos. Es un medio, no un fin en sí mismo.

¿Usted es quien crea todo el ambiente escenográfico?

Sí, porque de hecho es un trabajo que requiere de cierta intimidad y cualquier agente externo puede suscitar inhibiciones en el o la modelo.

¿Considera el desnudo fotográfico un fenómeno transmisor de mensajes, sensaciones…?

Por supuesto, eso es algo indiscutible. Lo considero muy predefinido, muy sobresaturado de lo mismo. Y creo que siento placer de tratar de hacer desnudos diferentes, no convencionales. De hecho, rara vez les llamo a mis fotografías “desnudos”. Las nombro fotografías del cuerpo porque hay que catalogarlas de alguna manera, pero para mí son fotos simplemente. Pero estamos en la Posmodernidad, donde todo se cambia, se influencia, ha sido dicho, pero siempre hay enfoques interesantes, aproximaciones, tratamientos de obras, nuevas técnicas que son interesantísimas y en ese sentido renovadoras y reveladoras.

¿Cree necesario que tenga que representarse en la mayoría de los casos el cuerpo completo para abarcar un mensaje y para que sea transmitido con éxito?

No rotundamente. De hecho, la mayoría de mi trabajo tiene que ver con fragmentar el cuerpo y no precisamente mostrarlo completo. Si me preguntas qué prefiero, pues la fragmentación y la descontextualización. No necesariamente tiene que ser representado completo aunque el desnudo tiene que ver con esa manera de hacer un plano general del sujeto, históricamente.

¿Cree que el cuerpo a través de la fotografía carga sobre sí el peso de la crítica y el prejuicio actualmente?

También, además, por todos esos factores de prejuicios sociales, de lo que representa la desnudez, de los atributos que la sociedad —sobre todo occidental— ha perpetuado de los símbolos, los significados compartidos que históricamente tenemos como convencionalismo, del puritanismo, de la hipocresía. En ese sentido, sí creo que aun es muy prejuiciado.