De Oráa o la poética de lo concreto

Virginia Alberdi Benítez
15/1/2016

Hacia la medianía de los años 50, más de cuatro décadas después de que Kandinsky realizara la atrevida Primera acuarela abstracta, varios jóvenes cubanos desafiaron las convenciones artísticas de la época y dieron lugar al movimiento abstraccionista inicial en la Isla.

En realidad no eran los primeros en expresarse de ese modo —hay que contar con los valiosos antecedentes de Marcelo Pogolotti y Amelia Peláez, por citar dos casos prominentes— pero sí en asumirse como un grupo deseoso de transmitir en el lienzo y en el espacio una estética que consideraban apropiada para definir un espíritu de época.

Entre esos jóvenes se hallaba Pedro de Oráa, un habanero que frecuentaba las tertulias de los cafés de los alrededores del Parque Central y el Paseo del Prado y tenía mucho que decir en la pintura y el dibujo pero también en la escritura. 

A Los Once (1953) la historia del arte le atribuye el grito abstracto inicial. Pedro conocía y departía con la mayoría de los integrantes de aquel grupo heterogéneo —la vida multiplicaría los derroteros artísticos de sus fundadores en varias direcciones—; sin embargo en esa época nunca expuso con ellos.

Fue su relación con Loló Soldevilla, artista que tanto por su actividad artística como por su personalidad adquirió una estatura mítica en el tejido cultural cubano, la que puso a Pedro en camino de mostrar públicamente sus intereses y fraguarse una carrera que se prolonga consecuente y coherentemente hasta nuestros días.

Fue su relación con Loló Soldevilla, artista que tanto por su actividad artística como por su personalidad adquirió una estatura mítica en el tejido cultural cubano, la que puso a Pedro en camino de mostrar públicamente sus intereses y fraguarse una carrera que se prolonga consecuente y coherentemente hasta nuestros días.

Ambos fundaron en octubre de 1957 la galería Color-Luz, 5ta y 84 en Miramar, en ese espacio se aglutinó el grupo denominado Diez Pintores Concretos, que se mantuvo activo como tal entre 1958 y 1961.

Junto a Pedro y por supuesto Loló, al grupo tributaron Sandú Darié, Luis Martínez Pedro, José Mijares, Pedro Álvarez, Salvador Corratgé, Alberto Menocal, José Rosabal y Rafael Soriano.

El credo estético de estos pintores era el abstraccionismo geométrico. Salvador Corratgé recordó hace pocos años “nos reuníamos en casa de Loló Soldevilla. Ella fue una mujer que nos ayudó mucho económicamente a todos. Había sido consejera cultural de Cuba en Francia; cuando el golpe de Estado de 1952 regresa a Cuba con una gran fuente de información que compartió luego con nosotros. Vino cargada de libros y a través de ella, los que no teníamos posibilidades, a diferencia de Martínez Pedro y Sandú Darié, quienes se carteaban con los movimientos franceses contemporáneos, nos pusimos al día. Loló trajo reproducciones de Vassarely y de otros pintores concretos, ella misma creaba pintura geométrica, y cuando nos empieza a mostrar los catálogos, a hablarnos del movimiento que había en París, muchos de nosotros nos interesamos y yo me apasioné por este estilo de pintura”.

En la memoria de Pedro se halla el reconocimiento al papel de Loló, “principal impulsora de la galería y del grupo, que logró colocar ambos en un plano de interrelación promocional y profesional con el exterior, debido a su estrecho vínculo con los representantes de avanzada de la llamada Escuela de París; con galerías como la de Denise René, animadora del abstraccionismo geométrico; con revistas propulsoras de tendencias vanguardistas como Cimaise y Artdujourd’hui, y también por su acertada convocatoria a aquellos que podrían integrar los Pintores Concretos”.

Dentro del grupo, Pedro tuvo desde un inicio voz propia. Tengo ante mí una obra de 1959, titulada Bellamar, segura alusión a las cuevas homónimas matanceras, en la cual la geometría sugiere el contrapunto entre una instancia telúrica y una levitación espiritual.

Dentro del grupo, Pedro tuvo desde un inicio voz propia. Tengo ante mí una obra de 1959, titulada Bellamar, segura alusión a las cuevas homónimas matanceras, en la cual la geometría sugiere el contrapunto entre una instancia telúrica y una levitación espiritual.

Esa dualidad poética se fue asentando a lo largo del tiempo, matizada por un formidable dominio de las gradaciones cromáticas y un raro equilibrio compositivo. Esa percepción se tiene, por ejemplo, ante El adentro y el afuera, de 1999.

La evolución plástica de Pedro lo ha llevado este 2015 a exhibir en la galería Villa Manuela, de la UNEAC, Contrarios complementarios II, segunda parte de la presentada en la Galería Orígenes, cuyo repertorio, básicamente en blanco y negro, pareciera devolverlo al más puro abstraccionismo geométrico, pero desde otra perspectiva, la de una decantación formal impregnada de audacia y frescura. No es casual que haya utilizado como herramienta en la búsqueda de soluciones visuales programas de computadora.

Al inicio de este mismo año, como parte de las exposiciones inauguradas durante la 12 Bienal de La Habana en la megaexposición Zona Franca, en el Complejo Morro Cabaña, donde insistió con la presentación de sus obras tridimensionales, recibidas con notable aceptación desde su anterior  revelación en la muestra de Galería Villa Manuela.

Estamos, pues, ante un pintor incombustible e inoxidable, que a partir de una filiación estética bien definida, no deja de explorar posibilidades, como corresponde a un poeta, un poeta de las formas.