DMJ-972: El dolor -aunado y enorme- de un país

Rafael de Águila
23/5/2018

Viernes 18 de mayo: día trágico. Lo seguirá siendo en los corazones de todos los cubanos. El vuelo DMJ-972 de Cubana de Aviación, un equipo Boeing 737-200, se mantuvo en el aire apenas un lapso fugaz. A las 12:08, hora local, murieron 110 seres. Así, de un golpe. Un rayo. Tremebundo. Un tajo. Un mazazo —inclemente— de las Parcas. Un hachazo —feroz— de Morta, hija de la Noche. 99 cubanos, 7 mexicanos, 2 argentinos, 2 saharauis. Cinco niños. Un bebé. El azar me colocó ese día, a esa hora, muy cerca. Primero fue el trueno, lejano. Sordo. Después el incesante ulular de las ambulancias. Más tarde cierto hálito, inconfundible: resuello a cable quemado.

 Momentos así unen en dolor total. Foto: Internet
 

En el hogar en el que me hallaba de visita se comenzaron a recibir llamadas telefónicas. De todo el país, de La Habana, de Madrid, de USA: “¿están bien?”, era la pregunta, rápida, desesperada. Después fueron las imágenes, desde Telesur. El horror. El fuego. El destrozo total. Restos calcinados, ennegrecidos. Humo. Cenizas. Las autoridades y el pueblo abalanzándose a ayudar. Eso y comenzar a preguntarse: “¿cuántos muertos?” Y la esperanza. El anhelo de que el balance favoreciera, en mucho, a los sobrevivientes. Después… el terror destilando desde la impotencia, desde el falaz infortunio, desde la más terrible adversidad…, saber que solo 4 seres habían logrado sobrevivir. A muy duras penas. En terribles condiciones. Uno de ellos fallecería apenas al arribar al centro hospitalario. Por la noche, en Facebook, se agolpaban las muestras de apoyo, de solidaridad, de condolencia, de dolor. Llegaban desde todo el mundo. Una de ellas me conmovió, llegaba en lengua inglesa, desde Suva, capital de la muy lejana Islas Fiji, recodo del mundo, allá, en las antípodas, en la Oceanía, una amiga fiyiana: “condolences, dear brother, with all my heart.” A los humanos la lejanía no nos impide unirnos, darnos un abrazo, acompañar al que sufre. No importa dónde. Ni la religión. Ni el color de la piel. Ni el idioma. Humanos todos. Compasión. Sufrir con el otro. Sufrir juntos. Según Pablo de Tarso, “llorar con los que lloran”. Eso hacemos hoy todos: lloramos.

Momentos así unen en dolor total. Compasión rotunda. Dolor multiplicado.

Las banderas todas a media asta. Los corazones también. Las lágrimas de cada ser se mixturan en la enorme y sufrida lágrima de un país. Y se reza. Por los fallecidos. Por aquellos que luchan desesperadamente por mantenerse con vida. Por aquellos que les asisten. Por los familiares. Por los amigos. Se reza por todos. Yo, sin ser religioso, lo hago. Rezo. Sin saber rezar. En momentos así todos lloramos, en momentos así todos somos uno, en momentos así todos sabemos rezar.