“El cine es mi forma de hacer política”

A. G. Hernández
15/1/2016

El actor, director de teatro y guionista chileno Alfredo Castro recorrió La Habana para sentir de cerca “cómo viven la cultura” los cubanos. Llegó al 37. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano con la alta responsabilidad de representar dos películas que han triunfado con anterioridad en otros circuitos cinematográficos: El Club, de Pablo Larraín (Gran Premio del Jurado en el 65. Festival de Cine de Berlín) y Desde allá, de Lorenzo Vigas (León de Oro en el 72. Festival de Venecia).

Además, siente un gran compromiso con el Festival que lo ha reconocido en dos ocasiones, pues obtuvo el Coral a la Mejor actuación masculina en este evento con Tony Manero, 2008 y Post Mortem, 2010. Cuenta que aunque lo intentó, no pudo venir con aquellas cintas y por eso siente un gran placer al estar aquí: “Cuando subí a presentar El club en el cine Charles Chaplin, sentí que el público me identificaba. Eso me hizo muy feliz porque tenía el sueño de venir hace mucho tiempo para conocer esta sociedad y a su gente, a la cual admiro por todo lo que han alcanzado”. Siente dicha además, porque apreció que los espectadores se conectaron con el filme, realizado según cuenta con muy pocos recursos, un equipo reducido de producción y en apenas tres semanas. Una “película bien guerrillera”. 

Su vasta experiencia durante la cual ha sido laureado una veintena de veces por su trabajo en las tablas, en la pequeña y en la gran pantalla, no convierte a Castro en un hombre petulante ni presumido. Con la satisfacción de estar entre los cubanos, responde a nuestras interrogantes.  

En El Club interpreta a un sacerdote acusado por practicar la pedofilia, ¿cómo asumió este personaje?

Fue terrible para mí, sin embargo, tuve que ponerme fuerte y hacerlo porque entendí que era mi labor estar en esos lugares de conflicto, es mi forma de hacer política. 

En esta película soy el Padre Vidal y formo parte de un grupo de sacerdotes que ha tenido problemas con la justicia y se hallan recluidos en una casa de penitencia, para que se arrepientan en medio de una vida austera. Debo confesar que de todas las filias es la pedofilia la que más le molesta. Además, hay momentos en que los padres deben confesar sus delitos y tengo textos muy importantes que defienden brillantemente esos actos de inmensa crueldad. Fue terrible para mí, sin embargo, tuve que ponerme fuerte y hacerlo porque entendí que era mi labor estar en esos lugares de conflicto, es mi forma de hacer política. Resulta un tema duro, pero que a todos nos compete. Hasta ahora no he visto que alguien se quede indiferente.

Su protagónico en la cinta venezolana Desde allá también se acerca a temas escabrosos de la sociedad contemporánea…

Desde allá también significó un gran reto pues Armando, el personaje que encarno, busca hombres jóvenes en las calles de Caracas y les paga para que lo acompañen a su casa. Estuvimos más de dos meses rodando en espacios públicos de esa ciudad y todo el tiempo se mezclaban la ficción y la realidad muy violentamente. Por otro lado, fue muy duro para mí vivir e intentar comprender la crisis moral y humana que atraviesa la sociedad venezolana en la actualidad.

¿Cómo hace para desprenderse de esos fantasmas al concluir la filmación?

Asumo a los personajes desde la emoción, no tengo resguardos posibles frente a esos temas. Cuando son así casos tan complicados, siempre termino llorando mucho, lastimado, por eso me refugio en mi núcleo de afectos: amigos y familia. Después de semanas complejas, me amparo en el amor verdadero.

¿Cuándo Alfredo Castro dice sí a un director de cine que lo invita a hacer una película?

Durante mi carrera me han llegado a las manos muy buenas historias. Parece que tengo la suerte y la protección de mis muertos. Digo que sí cuando leo un guion y siento que me trasgrede. Me ha sucedido eso con las películas de Pablo Larraín, con Desde allá, con È stato il figlio, del director italiano Daniele Cipri. Cuando me conmueven, entonces comprendo que estoy en el  lugar correcto.

Podríamos decir que usted es el actor fetiche de Pablo Larraín porque ha estado en sus cinco películas y estará en la sexta que ya está en proceso. ¿Qué opina de su forma de trabajar?

Sus películas son muy duras pero la comunicación con él siempre es desde la amabilidad y no desde el enojo. Sabe interactuar con su equipo y sumar personas. Ya habíamos trabajado con muy pocos recursos en Tony Manero, pero en El Club fue mucho más precaria la producción. Juntó a la gente y nos fuimos a la costa argentina a filmar por solo tres semanas. Las escenas más duras llegaban en la noche, se memorizaban cinco o seis páginas, se hacían al día siguiente, se improvisaba. A él le gusta filmar así, la única fe religiosa que hubo en esta película fue la fe de los actores hacia el director y viceversa, por lo cual se trabajó muy crudamente. Contrario a lo que sucedía en Desde allá que filmábamos 20 o 25 veces una escena, aquí eran dos o tres veces y quedaba.

¿Cómo fue el proceso de investigación para hacer esta película?

No hubo proceso de investigación y es muy interesante porque la gente cree que Pablo investiga meses y no es así. Él recopiló alguna información como por ejemplo cuáles son las rutinas de los sacerdotes, pero el resto del argumento se trabajó mucho con la imaginación. Estos personajes todos existen con nombres y apellidos pero nosotros no hablamos con ellos, porque lo creemos innecesario. Lo importante en este caso fue guiarse por el guion y por las emociones que generaba, instalar el cuerpo, sentir la rabia y la ira a partir de la historia y dejar salir todo eso luego. Es una película no realista pero sí parte de la realidad.

¿Cuál fue la reacción de la Iglesia Católica ante el filme?

La Iglesia en Chile durante la dictadura fue el único lugar ético al que se pudo recurrir para salvar algunas vidas. Fue una Iglesia muy combatiente, maravillosa. Sin embargo, en los últimos 30 años ha cambiado, se volvió retrógrada, de derecha y está llena de casos de injusticia. Han prohibido que se vea este tipo de película en sus instituciones porque son temas que están a flor de piel ahora mismo. De hecho, uno de los padres que sirve como inspiración para la cinta, está desaparecido hace aproximadamente un mes. Tenemos una anécdota muy simpática y es que cuando Larraín regresaba del Festival de Berlín, se encontró en el avión con el Arzobispo de Santiago y le enseñó el premio, se retrataron juntos. Luego Pablo comete la locura de subir la foto a las redes sociales y decir que era el inspirador de su obra. El sacerdote contestó horrores y aseguró que no sabía de esa película, en fin… (risas).  

En el lado opuesto, el público ha reaccionado muy bien; como decía no conozco a nadie que salga indiferente. Eso me alegra mucho porque demuestra que para algo sirve lo que hacemos, para conmover, hacer reflexionar.  

Usted es un reconocido director de teatro y, sin embargo, en los últimos años le ha dedicado gran parte de su tiempo al cine, ¿piensa continuar compartiendo su vida entre las tablas y la gran pantalla?  

Quizá deje de hacer teatro. Me ha gustado mucho este formato, es muy impactante, permanece en el tiempo y es capaz de conmover a muchas personas. Lo que el cine produce es muy importante políticamente.

¿Qué cree del cine que se produce en América Latina?

En los últimos tiempos he visto mucho cine latinoamericano, pues me han invitado a ser jurado en festivales. De esa experiencia he podido concluir que la producción de la región está en una situación muy interesante porque cuenta nuestras historias, esas en las cuales no hay héroes según el típico esquema del cine norteamericano. Ha sido reconfortante ver que el séptimo arte que se hace en este lado del mundo se está imponiendo de manera muy fuerte.

¿Considera que el tema de la dictadura constituye aún un aspecto a tener en cuenta a la hora de crear cine en su país?

En Chile son muchos los temas que desde mi punto de vista quedan por abordar a través del arte. Tenemos la corrupción de los empresarios y del poder, el robo de las empresas del Estado, el tráfico de influencias, etc. Resulta increíble cómo todavía está emergiendo la podredumbre humana que dejó ese periodo de dictadura en nuestra nación.

Confiado en el poder del séptimo arte para denunciar los conflictos más acuciantes de nuestros pueblos y también en su capacidad para derribar fronteras, Alfredo Castro se despide. Quizá lo encontremos de vuelta el año próximo con Neruda, la más joven cinta de Larraín o prestigiando la obra de otro director latinoamericano. Su presencia en Desde allá es indicio de que “la creación artística puede traspasar las fronteras geográficas”. No cree en eso de “los acentos”, en fin de cuentas, afirma, “todos somos latinoamericanos”.