El discreto encanto del Concurso Rubén Vigón

Rubén Darío Salazar
25/1/2017

 

Enero siempre incita a los recuerdos. Me veo ahora mismo, jovencísimo, acompañando a Zenén Calero con sus títeres afrocubanos, en el coloquio teórico que antecedía en la capital, en los tempranos 90, a la premiación del Concurso Nacional de Diseño “Rubén Vigón”. Este  evento, organizado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, reconoce de manera bienal la labor de los diseñadores de la Isla, en las categorías de teatro de figuras, luces, vestuario y diseño de escenografía; además de entregar un Premio Especial a la obra que presente valores excepcionales en su especialidad o integralidad, desde el punto de vista plástico o dramático.


Balada del pobre BB. Fotos: Sonia Almaguer

Poco se conoce del maestro Rubén Vigón o de contemporáneos suyos como Luis Márquez o Andrés García. Eduardo Arrocha recuerda el curso que impartió Vigón, en la Biblioteca Nacional, para  individuos con una formación plástica que quisieran estudiar diseño escénico. Allí enseñó los basamentos estéticos, entre otros aspectos técnicos, que orientaron directa o indirectamente a los creadores que llegaron después. Nombres imprescindibles, entre los que se encuentran el del propio Eduardo Arrocha, María Elena Molinet, Rafael Mirabal, Efrén del Castillo, Rolando Moreno, Pepe Camejo, Armando Morales, Jesús Ruiz, Raúl Oliva, Salvador Fernández, Otto Chaviano, Ricardo Reymena, Nieves Laferté, Miriam Dueñas, Derubín Jácome o Diana Fernández, hasta llegar a los diseñadores actuales, conforman el legado de ese maestro. Ignorar la historia del diseño cubano debilita, en mi opinión, la valía de la especialidad.

Pienso en otros nombres honrosos como el de Pedro Castro, María Luisa Bernal, Enrique Misa, Allán Alfonso o Gilberto Perdomo, que no han laborado en el contexto capitalino, pero también ameritan ser estudiados como artistas plásticos de las tablas. Promocionar a nivel teórico y visual la obra de todos los diseñadores mencionados anteriormente —incluido Vigón, por supuesto—, además de visibilizar aún más la Cátedra que también lleva su nombre y está adscrita al Centro de Estudios del Diseño Escénico, son propósitos que los organizadores del concurso deberían tener en cuenta para las futuras acciones que acompañen a la convocatoria y la premiación.

La relegación del diseño para la escena no es solo culpa de la crítica o de los especialistas en artes plásticas que ponderan por encima de este a la pintura, la escultura, el grabado, la cerámica o la instalación, sino también de aquellos diseñadores que no llevan su profesión con orgullo, como si fueran pintores frustrados o insatisfechos. Ser diseñador es ser un especialista total, con una información tanto cultural como técnica, que se traduce en la plasmación de un concepto teatral sobre las tablas.

 

Existen varias graduaciones de diseñadores egresados del Instituto Superior de Arte. Me gustaría verlos más activos respecto a las convocatorias de este concurso; en ellos debería estar la revitalización de esta senda esencial en las artes escénicas, pero aún no es así.  En la edición del Rubén Vigón 2014-2016, los diseñadores del teatro para niños y de títeres de las provincias, fueron quienes tomaron la batuta. Félix Viamonte, responsable por varios años de la imagen del Teatro Andante, de Bayamo, obtuvo el premio a la mejor escenografía por su trabajo en la obra Cuba de sol a Mi. Su sello particular se hizo visible en las soluciones dinámicas y diversas, con cierto toque naif, que utilizó en el espectáculo, completado con los singulares diseños de vestuarios y muñecos propuestos.

Ernesto Parra, prestigioso actor, dramaturgo y director de Teatro Tuyo, de Las Tunas, firma los diseños de vestuario, escenografía e iluminación de la obra Superbandaclown, ganadora del diseño de figuras, según consta en el acta leída el día de la premiación. Obviamente, este es un error inexplicable, pues el premio se estaba refiriendo, con notable especificidad, a los trajes clownescos en blanco y negro que exhiben combinaciones muy imaginativas.

De Matanzas, Zenén Calero, ganador de varios premios Rubén Vigón en 1990, 1992, 1994, 2001, 2008, 2011 y 2014, obtuvo el trofeo al mejor vestuario por la puesta en escena Los dos príncipes, de Teatro de Las Estaciones. Pienso también en nombres del teatro de figuras o de títeres, como los de Emilio Vizcaíno, en Guantánamo; Eduardo Guash, en Santiago de Cuba, y Karel  Maldonado, en Holguín, cuyos trabajos ha fluido en el mismo tiempo que los de Erick Grass, Manolo Garriga, Alain Ortiz o Vladimir Cuenca, entre otros destacados diseñadores escénicos del teatro con actores, que ofician en la capital.

Balada del pobre BB, de Impulso Teatro, de La Habana, cuyo diseño de vestuario y escenografía firman Alexis Díaz de Villegas y Mario David (quien diseña mayormente para el teatro de figuras), con las luces de Oscar Bastanzuri, obtuvo el Premio Especial del Rubén Vigón. En la escena, un grupo de actores y actrices dialoga desde la actualidad con la guerra, la miseria, la maternidad, la sociedad, el dinero y la vida, a través de los poderosos textos de Bertolt Brecht. Ataviados con trajes mayormente oscuros de diversas texturas, interpretan lo mismo a campesinos, mendigos, emperadores, putas o filósofos, inmersos todos en un teatro tan descarnado como hermoso.

De la búsqueda, desarrollo y mantenimiento de la calidad en la imagen teatral contemporánea hablamos todos; también, de la necesidad de personal especializado y talleres de adiestramiento que ayuden a estimular y consolidar la capacidad crítica de nuestros diseñadores, directores artísticos, teatrólogos y público en general. El  Concurso Nacional de Diseño “Rubén Vigón” no debiera conformarse de manera cauta con el encanto inigualable que tiene esta profesión. Los medios masivos apenas se hicieron eco de los resultados de la última edición. La premiación fue muy discreta, demasiado moderada, en mi opinión, para reconocer los mejores resultados de un bienio de creación profesional que potencia distintas expresiones sobre la escena, y cuya visualidad merece, con todo derecho, formar parte del pensamiento teatral cubano.

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