El jazz cubano sigue siendo una fuente constante de creatividad

Liliana Molina Carbonell
16/6/2016

Los caminos de experimentación en el jazz —al menos en territorio hispano— deben a Alberto Conde procesos de búsqueda y mixtura que tienen su génesis en el mapa sonoro de los 90. A finales de esa década, el fonograma A Lagoa dos Atlantes testimonió, por primera vez, uno de sus aportes más notables a las músicas folklóricas de vanguardia; el inicio, quizá, de un sendero en permanente exploración que con el tiempo también han empezado a recorrer nuevas generaciones de instrumentistas y compositores.

“En aquella etapa coincidieron el boom de la música folk y la decadencia de los estilos eruditos del jazz en España, lo cual motivó, paradójicamente, que algunos exponentes del género comenzaran a investigar sobre las músicas de raíz. Tuve la suerte de haber sido uno de ellos, aunque no creo que me corresponda decir que esa es mi contribución más importante al jazz”.

La crítica, sin embargo, no ha tenido reparos en afirmarlo; incluso, en 1997 acuñó un término con el cual remite a la fusión que abordaba Alberto Conde en A Lagoa… A partir de este CD, la “muiñeira jazz” se ha convertido en la credencial más importante que identifica su quehacer entre el público y los circuitos especializados. Para él —que no cree demasiado en etiquetas o clasificaciones— se trata, simplemente, de haber sido capaz de encontrar motivos con los cuales identificarse.

“Desde un punto de vista artístico e instrumental, este CD combinaba a profesionales de la música tradicional y folklórica gallega, con el trío clásico de piano jazz. Fue el inicio de una serie de cuatro discos y una obra sinfónica para guitarra y orquesta —no grabada hasta el momento— que realicé en un período de diez años, durante los cuales investigué la relación y el contraste de la música tradicional gallega con el jazz”.

Una de sus producciones más recientes, Human Evolution Music Project (2014), continúa esa voluntad de renovación que se aprecia en la obra de Alberto Conde, pero esta vez desde otro enfoque. Sobre la fusión de la música clásica indostaní y el jazz europeo de origen ibérico que aborda este disco, el pianista y compositor español reconoce precedentes importantes: John Coltrane, Miles Davis, Oregón, y sobre todo, el proyecto Shakti de John McLaughlin. Sin embargo, este fonograma revela un aporte que, en su opinión, puede considerarse una primicia. “Es el primer trabajo discográfico en donde el piano y el sitar, sobre la base de la tabla, dialogan en un lenguaje de improvisación abierto”, asegura.

El acercamiento a ese camino de hibridaciones tiene su punto de partida en la colaboración con el tablista de Benarés, India, Vikas Triphati, quien ha trabajado con artistas de diversos géneros. “Después de realizar varios proyectos con músicos del pop español y hacer los arreglos de adaptación hindú a una producción de Yoko Ono sobre música de Los Beatles, le propuse iniciar un proyecto y aceptó”.

Además de Vikas, Alberto Conde reunió a un grupo de músicos con universos creativos disímiles que en este CD confluyen como parte de un espacio sonoro común. Entre ellos, destaca la presencia del solista gallego Xosé Miguélez (saxo, gaita y flauta), el violista portugués José Valente, el DJ español B.O.U.L.E., el sitarista de Bombay Shakir Khan, y la cantante cubana Diana Tarín, junto a la cual lleva adelante, desde entonces, un proyecto de colaboración.

“Nuestro propósito es presentar el proyecto Tarín-Conde en conciertos, con el objetivo principal de grabar un álbum en el que intervengan, además, artistas invitados de diferentes géneros”, explica. “Cuando interpretamos a dúo, hacemos del espacio sonoro una pequeña orquesta sobre la que descansan los temas y los solos; en cambio, cuando tocamos a cuarteto, repartimos estas y otras funciones musicales con el contrabajo, la batería y la percusión, que la propia Diana toca mientras canta. En ocasiones utilizamos también las palmas para introducir un ritmo flamenco dentro de algunas de las composiciones.

“Diana es una cantante versátil y con una gran flexibilidad musical, resulta  muy sencillo y enriquecedor trabajar ella. Lo mismo puede interpretar pop, soul, jazz, que música clásica, contemporánea, tradicional cubana o europea. Además de haber estudiado piano clásico y poseer una importante experiencia profesional, tiene tres grandes herramientas en su mano: el ritmo, el color e intensidad vocal, y su capacidad auditiva.

“Respecto a los géneros, trabajamos con materiales que se encuentran principalmente en las raíces de la música hispano-cubana, con un repertorio que transita por temas tradicionales adaptados al jazz contemporáneo y por composiciones propias”.

Uno de los elementos que distingue al dúo es el trabajo con obras poéticas que se musicalizan por primera vez. ¿Quiénes han sido los autores seleccionados como parte de esta propuesta? ¿Qué complejidades supuso el proceso de musicalización de esas obras?

Las primeras composiciones fueron sobre textos de los poetas contemporáneos cubanos José Ángel Buesa y Amor Herrera, que no se habían musicalizado con anterioridad. Este trabajo nos sirvió de impulso para la realización de nuevas composiciones que, a posteriori y en la actualidad, seguimos creando. También contamos con obras del sociólogo y escritor español Luís Cuntín —que poetiza imágenes del gran novelista cubano Guillermo Cabrera Infante—, de autores clásicos españoles y cubanos, como Dulce María Loynaz, y alguno mío.

En cuanto a la complejidad, la composición musical sobre textos que no tienen una estructura obvia, te obliga a crear ritmos y cadencias inesperadas y, por consiguiente, aporta un elevado grado de sorpresa y originalidad. Este es un elemento muy atractivo para el compositor y para el objetivo que se persigue.

No pocas veces, bajo la etiqueta “fusión”, subyacen propuestas musicales que adolecen de una integración coherente de ritmos, géneros, etc. ¿Cómo asume el dúo la fusión en este proyecto?

Trabajamos la fusión desde la propia composición. Por ejemplo, una fuga clásica original la convertimos en fuga-danzón bajo el título de “Ronda”, en la cual el tema principal y los solos de voz y piano ―que respetan la forma clásica― descansan y se desarrollan sobre el ritmo de danzón. En momentos puntuales de la interpretación de “El Gran Amor”, con texto de J. A. Buesa,  convertimos el ritmo ternario de la melodía en bulerías flamencas, sobre las que la baterista Yissy García (unida al cuarteto en el Jazz Plaza 2015), contrasta de manera espectacular su concepto del afro-cuban. Otro ejemplo es la composición “Unha Noite na Eira do Trigo”, de José Castro Chané sobre un texto de Curros Enríquez; convertimos un clásico romántico gallego del siglo XIX en una muiñeira jazz, para desembocar en un guaguancó que Diana interpreta increíblemente acompañada por sus congas, y luego retomar las dos últimas estrofas del texto poético de forma lógica y natural. Es como si Chané hubiese imaginado que su composición pudiera reinterpretarse en otra época.

Se refería a la presentación de Yissy García en el Festival Jazz Plaza, al que asistió por primera vez el pasado año junto a Diana Tarín. ¿Cuáles fueron sus impresiones del evento, y en particular, de su actuación junto a músicos cubanos?

Tuve una grata impresión de la organización del festival y del alto nivel de los músicos que pude escuchar, especialmente de aquellos junto a los cuales tuve presentaciones, entre ellos, Jorge González, Yissy García, José Hermida, los hermanos Silvio y Vidal Tarín, Emilia Morales, Cecilio Tieles, y un buen número de jóvenes talentos que hicieron realidad esa “leyenda” que tiene el mundo sobre la música cubana y que pude vivir por mí mismo. Me refiero a que la música está presente cada día, en cada casa, en cada local, en la calle… ¡Es sencillamente fantástico! Hay artistas cubanos con los que queremos colaborar de cara al futuro. Pero de estas iniciativas ya daremos cuenta llegado el momento.

A partir de esa experiencia y del trabajo que ha podido realizar junto a Diana Tarín, ¿qué elementos distinguiría de la música cubana, y del jazz en específico?

La música cubana es como un árbol con muchas ramas que nacen de un “tronco” que ha bebido y bebe, principalmente, de la música clásica europea  (sobre todo ibérica), de la africana y, en cierta medida, de la oriental, por la llegada a la Isla de los llamados culíes. Esos  elementos son el punto de partida de mi inspiración y de mi actual trabajo de investigación musical.

Respecto a las ramas más conocidas —como el danzón, la contradanza, la rumba, el guaguancó, el mambo, la trova, el bolero, el son, y un largo etcétera—, depende de los artistas que las interpreten para apreciar su más profunda esencia. Como apuntaba antes, durante mi estancia en la Isla tuve la suerte de escuchar y compartir música con grandes especialistas de diferentes géneros que, finalmente, es lo que atrapa y lo que uno se lleva.

En cuanto al jazz, que nació como búsqueda de libertad, estado permanente de creación, y consiguiente mezcla de estilos, uno puede percibir que a la tradición se está uniendo la música electrónica, la clásica, las vanguardias experimentales, el rap y, por supuesto, otras músicas de influencias cercanas como el reggae, merengue, bachata, tango y hasta el flamenco. En ese sentido, Cuba sigue siendo una fuente constante de creatividad.