“El periodista es un servidor público”

Flor de Paz
14/3/2018
Fotos: Flor de Paz

Nació en Remedios (el pueblo de las Parrandas). Específicamente en General Carrillo, que debe su nombre al destacado mambí ¿Su hogar? Como el de un peón de vías en un ingenio azucarero de la época. Pero la situación del país era tan horrible entonces que a su padre le quitaron el empleo en el Central San Agustín de Zulueta. Así, a los nueve años, cambió el rumbo de su corta existencia.

—Nos vamos para La Habana. Mis tres hijos no se van a criar aquí como animales, dijo en 1955 Elda María, su madre, una mujer enérgica y soñadora. Y después ella tuvo que volverse criada en una casa pequeñoburguesa del Cotorro, donde también vivió con su familia. El padre, Manuel, solo pudo conseguir trabajitos temporales.

La primera cultura de Luis fue la de Superman, Dick Tracy y el Pato Donald. Cuando ya había pasado el quinto grado, se pasaba el día entero tirado en el suelo leyendo muñequitos (historietas, comics) que su madre le compraba por cinco centavos cada uno, y que luego intercambiaba con otros muchachos (así ella evitaba que el hijo saliera a la calle). Como lector adulto Moby Dick, de Melville, fue su iniciación. ¿El primer texto escrito? Una carta de amor inspirada en una vecinita que le gustaba mucho. Empezaba así: “Dicen que el amor de niño no existe…”. Y él piensa que en esa frase ya estaba el periodista que alguna vez llegaría a ser.

Gracias a Ángela Sexto, la tía paterna, Luis estudió en Los Salesianos, un colegio religioso del barrio La Víbora. Sus resultados académicos, motivaron a los Padres devotos a proponerle hacerse miembro de esa congregación y a formarse como sacerdote. Lo consultó con su madre: “Ve, y si después no te gusta te vas, pero sales con todo lo que ellos te van a enseñar”.

Su carrera como seminarista terminó dos años después, a los 16, en 1961, cuando la batalla de Playa Girón y la intervención de los colegios privados. Pero no puede olvidar ni maldecir aquella etapa; al contrario, fue muy afortunado cuando entró al Seminario de Arroyo Naranjo. Y de allí salió transformado.

El adolescente que había escrito una carta de amor, se destacó como estudiante por sus composiciones. Por eso los padres lo trataban con cierta preferencia. El superior encargado le decía: “No puedes dejar de comer, tú estás llamado en la orden a llegar muy lejos”. Y también: “Tienes que estudiar mucho, el latín es muy difícil”. Y, en efecto, “el latín era muy difícil, pero allí aprendí mucho más: a conocer y amar la cultura y que sin cultura un hombre no es nada o no es nadie”.

“Claro, no soy cura; soy padre de familia. Aquello terminó como vida práctica, pero ha quedado sedimentado como conducta, como visión de la vida, y de ahí surge mi ética. No quiere decir que soy impoluto, no quiere decir que nunca me he equivocado, no quiero decir que nunca he cometido errores. Sí, me he equivocado, he cometido errores, a veces he sido cruel, pero aquellos años se me paran delante y me dicen: —Oye, recuerda que eso no fue lo que te enseñamos. Es decir, siempre están presentes como una especie de súper ego, el famoso superego del psicoanálisis; a veces ha estado presente, y creo que sigue presente. Soy un hombre muy autocrítico. Pocos lo saben o lo notan, pero sufro mucho, sobre todo cuando empecé el periodismo. Qué horrible era, qué horrible… Me he emocionado.”

Está sentado en el centro de la sala, sobre la madera dura de la silla. Muchos de sus libros reposan en el mueble que ahora queda a su espalda. Encima de una estantería delantera a este, la talla de un caballo. También está el trofeo del Premio Nacional de Periodismo José Martí y dos fotos de su hijo Luis Felipe, que es ingeniero. En las paredes, una obra original de Zúñiga, sobre la tradición afrocubana, y una serigrafía de Duporté, el santiaguero que pinta en Las Terrazas (pinareñas), acompañan una foto de Luis con Fidel.

—Yo no fui periodista enseguida. Vendí ostiones en Cuatro Caminos; refrescos en la calle Muralla; trabajé en una fábrica de hostias, por 30 pesos al mes. Después, el hijo de una señora que me tomó mucho afecto, me ubicó en el Central El Pilar, en Artemisa, con la perspectiva de estudiar topografía.

“Quien no conoce lo que es el trabajo, quien no sufre lo que es calentar un sueño que no llega a cristalizar, será improbable que escriba alguna vez. En cambio, quien insiste, continúa leyendo, se sigue formando, preparando por su cuenta, llega adonde quiere. Y, a veces, llega por casualidades o por voluntades que se conciertan; entonces todo lo sufrido y experimentado sirven de materia prima para escribir.

Sus momentos difíciles son casi todos. “Difícil es sentarse frente a la máquina o el ordenador y empezar a escribir. Un momento difícil, Dios mío, fue cuando Ciro Pérez me mandó a Puerto Rico a los tres o cuatro meses de estar en la revista deportiva LPV ¿Podrá haber sido ese mi momento más difícil? Posiblemente. Antes de viajar, él me dijo:

—Lo he decidido porque tú necesitas desarrollarte, porque tú prometes. Pero si te embarcas, me embarcas. Y esa advertencia fue suficiente para que se exigiera ser digno de esa confianza, como ha hecho siempre.

“Sé que Ciro está enfermo. Le estoy agradecido. Yo había ingresado en mayo de 1973 en LPV y en septiembre ya estaba viajando a Puerto Rico. Apenas tenía experiencia y él confió en mí”.

Bueno Luis, vamos a hablar del libro que usted está escribiendo sobre Jorge Mañach.

—¿Y cómo usted lo sabe?

Alguien me lo dijo.

Una duende buena, estoy seguro, que sólo hace bien; hay duendes que sólo hacen bien. Decía Martí que el periodismo era una especie de duende que salía a las calles a quitar caretas, algo de eso decía Martí; es decir, que hay duendes buenos, y la persona que te dijo eso es una duende buena (risas).

“Afortunadamente, desde hace algunos años, cubanos como Jorge Luis Arcos, Duanel Díaz, Jorge Domingo, Yuleidis Pérez Sánchez (con su tesis de grado en la Universidad) han ido esclareciendo la militancia de Mañach en el Partido ABC y tratando de quitarle quizás ese marbete o maldición de partido fascista. Rigoberto Segreo y su esposa, Margarita Segura, publicaron recientemente un libro titulado Jorge Mañach: Más allá del mito, que intenta despojar de hojarasca y aguas sucias la actuación política de Mañach, y aportaron datos que muchos no sabíamos.

“Por ejemplo, que Mañach fue quien buscó las fuentes jurídicas de todas las citas que Fidel empleó en la edición clandestina de La historia me absolverá. Y, aunque no militara en nuestro partido, en el de la izquierda, en el Comunista, en el Socialista, creyó en lo que defendió y lo hizo con honradez. Fidel confió en él.

Pero hace falta todavía el libro de Mañach periodista, modelo de periodista. Él escribió una de las prosas más lúcidas de su época, incluso de la nuestra, e introdujo en el periodismo un estilo, aunque claro, están Pablo de la Torriente, Martínez Villena, Juan Marinello. Hay muchos escritores importantes que renovaron las letras en esos años veinte y treinta con el vanguardismo.

“Creo que Mañach pasó al periodismo toda la aventura de la vanguardia, toda la renovación de la vanguardia. Y nos dejó, entre otros, un libro que se llama Pasado vigente, una colección de artículos publicados en Diario de la Marina. Nunca un título ha sido tan bien decidido, porque esos artículos hoy, 70 años después de haberse escrito y publicado, son vigentes todavía, vigentes en el estilo, aunque tú no estés de acuerdo con lo que el autor plantee. Uno no tiene que concordar con todo aquello que lee; hay autores que uno lee porque escriben muy bien, aunque uno no esté de acuerdo con algunas ideas.

“A Mañach hay que leerlo para aprender a escribir, y lo que pretendo con mi libro es hacer un análisis del periodismo de Mañach y proponerlo como un modelo que no podemos obviar. De la misma manera que Pablo de la Torriente o Alejo Carpentier son modelos, no podemos obviar a Jorge Mañach, aunque aquellos estén en las antípodas desde el punto de vista político”.

En 1988 comenzó a impartir clases en la Universidad de La Habana, en el curso regular, en el primer año y después en el cuarto. Pero también tenía proyectos pendientes, “como aspirante a escritor, como autor, como periodista que, sin dejar de serlo, quiere escribir libros capaces de perdurar más que un artículo de periódico, que nace con el día y por la tarde ya está muerto, hasta que alguien le diga: ‘Lázaro, levántate’ y lo descubra, si lo descubre”.

Las clases regulares le quitaban tiempo y concentración. “No es tanto el tiempo para escribir como el tiempo para concentrarse. No puedo decir: ‘Voy a escribir un libro de Mañach’. Sí, voy a escribir un libro de Mañach, pero primero tengo que leer a todo Mañach y a aquellos que han escrito sobre él, y hacer fichas, investigaciones y empezar entonces a elaborar una tesis, y después sentarme a escribir. Y uno se puede sentar a escribir a las dos de la madrugada, a las seis de la tarde, a las diez de la mañana, el tiempo se busca. No es tanto el tiempo físico de escribir, es la preparación y la concentración. Hay que tener a Mañach todo el día cerca, dentro, incluso verlo, tener la ilusión de que te sigue, de que está detrás de ti. Esa atmósfera es la que uno debe tener en su interior cuando escribe un libro.

Inventa tú la optativa; proponla y hazla, le dijeron en la Facultado de Comunicación de la Universidad de La Habana. Y se le ocurrió pensar que no sería mala idea que un periodista viejo, viejo por edad y un viejo periodista, les transmitiera a los alumnos del primer año toda una serie de experiencias y de trucos que enriquecen la profesión.

“Armé mi programa, lo aceptaron, y hace tres o cuatro años empecé con esa optativa. Este curso tengo unos quince alumnos, que eligieron estar en mi aula. Espero que no se aburran. Y así comencé la primera lección: —A ver, ¿cuál es la habilidad fundamental de un periodista?  —Profe, no sabemos, no sabemos, profe. —La habilidad fundamental de un periodista es saber moverse entre los lugares y las cosas que ignora. Nosotros los periodistas no lo sabemos todo, y a veces tenemos que afrontar un mundo que desconocemos, por lo tanto, la habilidad nuestra radica en saber movernos en ese mundo, no estar como el viajero perdido que llega a un aeropuerto y pregunta: — ¿Dónde cojo un taxi para el hotel? No, el periodista cuando llega a un lugar desconocido tiene que echar dos miradas y saber dónde está.

Luis Sexto está satisfecho con lo que ha hecho en su vida, “aunque haya sido poco”, porque siempre hizo lo que consideró. Piensa que se demoró mucho en escribir libros, porque tenía la idea de que para hacerlo había que tener mucho ejercicio en la escritura, armar un estilo, llenarse de cultura, y, sobre todo, haber vivido.

En primer plano Irina, la sonidista

No se puede escribir un libro con la conciencia en blanco, con la mochila de la experiencia vacía. Todos llevamos atrás una mochila que es donde tenemos que guardar lo bueno y lo malo que nos sucede; si somos artistas, si somos creadores, esa mochila hay que llevarla, y yo, quizás dando tiempo a que esa mochila se llenara y a que yo dominara la expresión, me pasé de la hora exacta para escribir libros.

“Me jubilé a los 60 años, no porque quería jubilarme. No. Me jubilé porque me dije: Si sigo trabajando en el periodismo jamás podré hacer lo que yo quiero. Y los últimos 20 años de mi vida los emplearé en escribir libros, suponiendo que viva 80, cosa no extraña: ese es el promedio de vida más o menos en Cuba. Aspirar, pues, aspirar a vivir 80 años es legítimo. Esos 20 años los he ido dedicando a escribir libros.

Su primer libro, un poemario que publicó Ediciones Unión, lo publicó en 1989 y lo escribió durante una enfermedad. Tuvo que estar 45 días en reposo, y en ese tiempo hizo el libro que tenía en la cabeza y nunca había podido liberar. “Lo evaluaron bien, con honradez”.

“Pero ya para mí no tendrá sentido calentar ilusiones que no se cumplieron. No me gusta mirar atrás; no me gusta mirar las rosas que dejé teniendo las rosas delante. El caminante que mira hacia atrás para echar de menos lo que dejó, se está perdiendo lo nuevo que le ofrece la vida.  Trato de que llegue lo nuevo, de ver las rosas que me salen al paso, aunque no las toque. Porque a veces no depende de uno. También, depende de las circunstancias, las circunstancias deciden a veces la vida de un hombre, y yo puedo decir que he estado en contra de algunas de mis circunstancias, y asumo como un mérito personal que haya sobrepasado a ciertas circunstancias”.

¿Cómo usted se identifica?

Yo soy, en suma, un servidor de la gente, un servidor del lector. Estoy convencido de que la palabra, la palabra bien usada, es capaz de mover montañas, y sobre todo es capaz de hacer algo mucho más difícil: mover conciencias. Por lo tanto, entre mis propósitos subliminares, lo que está en el fondo, escribo para que la gente se entienda a sí misma, se construya a sí misma, y sobre todo valore la historia que nos alimenta, que nos ha convertido en personas. Mi momento cumbre podría ser cuando me otorgaron el Premio Nacional José Martí por la obra de la vida; claro, para mí el Premio no fue el fin de mi carrera, para mí el Premio no fue llegar a la cumbre, sino fue el oxígeno que me ayudó a seguir tratando de merecerlo. Esa es, en síntesis, la historia de mi vida: tratar siempre de merecer ser digno del periodismo cubano.

¿Cuál es su aporte fundamental al periodismo?

Uno solo, o dos más bien: haber creído en la validez de lo que se escribe en un medio para ayudar a las personas, y haber perseguido siempre mi vocación y haber perseverado, contra viento y contra marea, como se suele decir, en el ejercicio del periodismo.

¿Qué le falta al periodismo cubano para ser mejor?

El periodismo cubano hoy, en esta fecha, tal vez no viva su mejor momento, las circunstancias lo apremian, y ello es comprensible. Pero pongamos convincentemente la pelota en nuestro lado de la cancha. La sociedad es un juego, un juego muy serio. Nosotros tenemos un espacio; pienso que ese espacio todavía no lo aprovechamos. Y tenemos que creer en lo que hacemos; tenemos que creer que lo que hacemos es de utilidad suprema para el país, que sin lo que hacemos el país estaría incompleto. Me parece que las insuficiencias que aquejan hoy a nuestra prensa, a nuestro periodismo, tienen que ver mucho con que nos falta profesionalidad y creatividad; quizás no tengamos todo el espacio, pero pienso que la creatividad y la profesionalidad pueden agrandar el espacio y pueden lograr un periodismo, un periódico, una revista, que de verdad interesen a los lectores.

periodista cubano Luis Sexto

En el reloj, las manecillas rozan la una de la tarde. Daniela, Lena e Irina recogen su equipamiento. Les espera otra entrevista en poco más de una hora. Luis promete buscarnos las cartas de Chacón, y parte de su correspondencia con otros intelectuales. Y fotos, las fotos de su vida como periodista.