El teatro en voces de mujeres

Marilyn Garbey Oquendo, Thais Gárciga
3/2/2017

En el centro de la Isla vive y trabaja Roxana Pineda, actriz y pedagoga, cuyo rigor en la investigación de los secretos del oficio teatral deviene ejercicio constante, en el cual la lucidez y la eticidad marchan al unísono.

¿Qué es el Proyecto Magdalena?

El Magdalena Project surgió en 1986, en Gales, Reino Unido, por iniciativa de la teatrista Jill Greenhalgh y como resultado de una inconformidad personal. Durante muchos años ella fue parte de un grupo de teatro donde sentía que los hombres decidían todo. Y en algún momento su inconformidad la llevó a crear esta red, para promover y proteger el teatro hecho por mujeres, para tratar de crear un espacio que le diera voz a la voz de las mujeres.

¿Cómo logras insertarte en ese circuito?

Fue en el año 2004. Se estaba organizando en Teatro Escambray un encuentro de la EITALC [1] —que por diversas razones se había ido de Cuba—, y Eugenio Barba y otras personas quisieron reeditar un evento que retomara aquellos talleres. Ese encuentro iba a tener lugar en Teatro Escambray, que está muy cerca de Santa Clara; y se impartirían cuatro talleres conducidos por mujeres. Julia Varley era la única persona que yo conocía, por las visitas del Odin Teatro y por sus relaciones entrañables con el Estudio Teatral. Yo le había dicho que quería organizar algo en Santa Clara, pero no conocía el Proyecto Magdalena. Entonces Julia me propuso hacer una extensión de lo que iba a suceder en el Escambray, y empecé a trabajar.

Como las cosas son como son, aquel evento voló como Matías Pérez, y no se dio. Cuando se canceló, Julia me dijo: “Roxana, tú decides qué hacer’’. Le dije que iba a seguir, empecé a escribirle a maestras que yo no conocía; todo el mundo me dijo que sí. Entonces me propuse organizar un Magdalena. Julia fue la que me dio la idea.

 


Inauguración del V Magdalena sin fronteras en el Palacio de la Danza. Foto: Cortesía Roxana Pineda

 

Ese fue un encuentro mucho más pequeño, se presentaron cinco o seis espectáculos; de hecho, cada uno se puso dos veces. Era más relajado, pero igual de intenso. Participaron todas las maestras, las líderes de Magdalena Project. El día de la inauguración vino Graziella Pogolotti, su conferencia abrió el evento. Yo perdí la voz, me quedé muda; fue tanta la tensión que tuve que suspender las presentaciones del Estudio Teatral, que abrían siempre el evento, y tuve que hacerme de una libreta y una pluma para comunicarme.

Me concibo siempre como una actriz; aunque dirija y escriba, soy fundamentalmente una actriz, si no actúo, me muero.

Iba a presentar Piel de violetas. En aquel momento era la organizadora, pero nadie, exceptuando a Julia, me conocía como actriz. El último día les dije, todavía sin voz: “Les voy a hacer una función así’’. Fue solo para las maestras, cerrada al público, porque yo no quería dejar de hacerlo. Me concibo siempre como una actriz; aunque dirija y escriba, soy fundamentalmente una actriz, si no actúo, me muero.

Así organicé el primer Magdalena sin fronteras. La gente confió en mí; siempre he dicho que sin el apoyo de las instituciones no hubiera podido realizarlo, porque es un encuentro amplio, y fue maravilloso. Las maestras estuvieron felices de que yo hubiera sido capaz de llevar adelante este evento; ninguna pensó que podría lograrlo, pero lo hice. El segundo, en 2008, fue más difícil en términos organizativos; a partir de ahí han sido todos excelentes encuentros. Estoy muy contenta.

¿Qué criterios sigues para seleccionar los invitados, los espectáculos y los talleres?

Hay algunas maestras que siempre quiero que estén, porque son las líderes del movimiento; ellas no van a todos los Magdalena, pero al de Cuba les gusta venir. Me complace que Julia asista, porque es la persona con la que ideé el primer evento y es como una madrina, una persona crítica, pero amorosa; es como el colchón donde te tiras. Jill, la fundadora del Magdalena Project, y Guedy, también han estado siempre. Son como las madres del Magdalena Project, ellas siguen a las jóvenes que van llegando, son realmente muy preocupadas por la imagen y la espiritualidad del Proyecto Magdalena, para que no se pierda. Ellas han estado en todas las ediciones cubanas. Cristina Castrillo va y viene, Patricia Ariza ha estado en algunos.


Roxana Pineda junto a Cristina Castrillo, una de las Maestras invitadas. Foto: Perfil de Facebook de Mestiza Chile

 

No somos filósofos, ni políticos, ni dirigentes de una asociación, somos artistas. Y el artista tiene que investigar su propio lenguaje, a través de eso es que lo dice todo.

Cuido mucho la calidad de los espectáculos, pero este no es un festival común, no es vitrina, no es para mostrar espectáculos y que la gente se vaya. Aquí las personas que asisten están todo el tiempo. La calidad es muy importante, porque somos una red, pero una red a través del teatro. No somos filósofos, ni políticos, ni dirigentes de una asociación, somos artistas. Y el artista tiene que investigar su propio lenguaje, a través de eso es que lo dice todo; hay que preocuparse porque el trabajo tenga un rigor en ese sentido, tú no puedes conformarte, una idea puede ser brillante, pero si no está bien elaborada, no vale. Ese es el camino que uno escogió, es duro y difícil, pero es así.

También soy celosa de que los espectáculos tengan algún interés, aunque no los evalúo con el rigor de otras miradas, como las de la crítica. Yo soy un poco más generosa, pues a veces hay espectáculos que pudieran tener otro desarrollo, pero es importante que estén aquí porque son diferentes, porque los protagonistas son jóvenes honestos y preocupados por crecer, que necesitan el encuentro. Por eso nos reservamos una zona de riesgo, que son los espectáculos muy jóvenes que pueden mostrar torpeza en el uso elemental de las herramientas del oficio, y a los cuales es fundamental darles un impulso, un amparo. Aquí se han presentado obras de Cuba que no estarían nunca en ningún lugar. Traje a Eneida Villalón, por ejemplo, que estaba perdida en Batabanó, la ubiqué en el programa y ella hizo una función muy especial en la fábrica de ollas de presión, en la Inpud. Ella pudo encontrarse con esas personas, ver, pensar, y eso le dio un impulso para seguir, y ahora sigue trabajando como actriz y directora.

Me interesa que la gente pueda aprovechar ese caudal para hacerse preguntas, para impulsarse, para sentirse amparada, para cambiar, para constatar que el camino que tiene es el que quiere; que el encuentro le sirva de alguna manera. Esas son las guías fundamentales que tengo en cuenta para organizar el festival. Desde el primer momento me he preocupado mucho y soy muy celosa por el tipo de relaciones que pueden tejerse desde el encuentro, que no haya una jerarquía de verdad, porque nadie tiene la verdad.


¡Ahora!, de Maité Guevara, una de las Maestras invitadas. Foto: Perfil de Facebook de Roxana Pineda

Los talleres abarcan varias zonas y tipos de teatro, como el trabajo con el actor, el teatro de objetos, la música en el teatro.

Cuba sigue siendo un territorio desértico a la hora de confrontar experiencias. Aquí propiciamos espacios de confrontación, no para copiar ni para hacer lo que otros dicen, sino para retroalimentarnos, para dialogar, para conocer otras metodologías, para saber cómo pensar un proceso. Eso es muy importante en materia de arte. A veces no importan los resultados, pero en ocasiones conocer cómo se piensa un proceso es interesantísimo, y eso te puede dar una luz.

Otra de mis obsesiones es crear un oasis donde gente del movimiento teatral cubano, sobre todo los de menos posibilidades, tengan la oportunidad de encontrarse con esas experiencias. ¿Cómo voy a desaprovechar el tener nueve directoras de teatro y que no hagan un taller? Ya no hago talleres en ninguna parte del mundo, y no es porque no quiera curiosear, pero es que ya tengo una experiencia larga. Sin embargo, la gente joven que empieza, o no tan joven, pero que está lejos del centro, de Camagüey para allá, ¿con qué topan? Esto es como un regalo. Por eso mantengo los talleres, para que la gente tenga oportunidades, y en dependencia de los talleres, les digo cuál les puede ser útil.

En la escuela de arte de aquí han decidido que los estudiantes de cuarto año, en vez de irse a trabajar a los grupos, monten Shakespeare. Nadie sabe hoy cómo se hacía el teatro de Shakespeare, entonces van a buscar a cualquiera que reproduzca los procesos más tradicionales que existen en el teatro, que es aprenderse los textos y ponerse los trajes que se supone usaba Shakespeare. Ese estudiante se va a perder la oportunidad de entrar en contacto con un grupo de teatro. En el Magdalena tienen la posibilidad de topar con los talleres, y con 17 años alguno se da el lujo de no ir; me pregunto qué estamos formando. Existe la posibilidad de tener delante a Patricia Ariza y no les interesa; que no tengan ni siquiera la actitud de curiosear, es responsabilidad de la escuela, porque la escuela no les va a decir: “Este es el teatro que tienen que hacer”, pero sí tiene que decirles: “Estas son cosas importantes con las que tienen que chocar”. Y eso es lo que yo hago, también, para el movimiento teatral, para la gente más necesitada y para los estudiantes.

Las demostraciones de trabajo son importantes porque se meten dentro del montaje y casi siempre son realizadas por actrices que ya tienen una experiencia.

He invitado a gente joven que es muy famosa en La Habana ahora y cuando los ves en escena son un desastre. Eso es muy peligroso, porque esas son las referencias que el movimiento teatral cubano está validando y ofreciendo a la gente. Hay una ausencia de profundidad y de pensamiento; entonces cualquiera va y hace un mejunje, se desnuda en el escenario, dice tres malas palabras, una consigna contra el gobierno, y eso es lo que los jóvenes ven como algo validado. Por ello también son necesarios los talleres.

Cada día la estrategia pedagógica incluye una demostración de trabajo.

Son muy importantes como complemento a los talleres. Siempre se hacen demostraciones de trabajo que revelen cómo se gestan los procesos, y que va conformando una especie de menú que refuerza lo pedagógico. Ahí las personas pueden hacer preguntas, pues se quedan conversando. A mí me gusta mucho la demostración que hace Julia, siempre se la pido porque es muy clara, abre muchas preguntas. Ella tiene otra que a mí me gusta mucho, El eco del silencio sobre la voz, que es impresionante. Las demostraciones de trabajo son importantes porque se meten dentro del montaje y casi siempre son realizadas por actrices que ya tienen una experiencia; además, generan muchas interrogantes.


Presentación de la obra Hojas de papel volando, por Teatro La Rosa; y el libro homónimo de poesías de Patricia Ariza. 
Foto: Perfil de Facebook de Roxana Pineda

 

La ciudad de Santa Clara ha recibido cálidamente a las Magdalenas. ¿Cómo ha recepcionado el Festival en esta edición?

Es muy bonito lo que ocurre, porque la gente de teatro, de las artes plásticas, la danza, la música, o sea, los artistas, lo esperan, pero el público también. Un encuentro como este tiene varias maneras de ser recepcionado; son diez días de actividad incesante, es como una fiesta extraña, porque los espectáculos que se ponen son disímiles. Esta edición ha tenido una amplia diversidad, hay mucha diferencia entre un trabajo y otro. Las salas se repletan, la gente lo sigue mucho, la cuidad ya tiene orgullo de ser dueña de este encuentro. Eso es muy bonito, porque la idea es generar ese tipo de efecto. Da mucha satisfacción crear algo así, con esa belleza y ese alcance para la gente, y que lo recuerden, que les quede en la memoria.

Hablando de memorias, ¿se ha registrado lo que ha sucedido en las ediciones anteriores del Magdalena?

Yo quisiera hacer un libro, hay mucho material; pero sí se ha registrado en artículos, fotos y en algunos videos. Tengo una fotógrafa desde el primer Magdalena hasta ahora, que es Carolina, una excelente profesional, quien este año hizo un gran esfuerzo porque está recién operada de un cáncer de mama, ella es muy apasionada y es una extraordinaria fotógrafa.

La revista Tablas le ha dedicado un número a cada edición; La Jiribilla siempre ha organizado un dossier sobre el festival, y en Conjunto también se publican artículos. Eso es importantísimo; si no quedan los registros, es como si no existiera, porque el teatro padece de lo efímero. Pero siempre me he sentido acompañada de las personas que escojo para que compartan conmigo estos momentos.


En su lugar, una canción, Gwynn MacDonald, en el Centro Cultural El Mejunje. Foto: Jorge L. Baños

 

¿Cuándo será convocada la próxima edición del Magdalena sin fronteras?

Estoy pensando hacerlo cada dos años. Para mí ese es muy poco tiempo para la organización; tres años te dan la posibilidad de respirar más, pero siento que es muy demorado para el encuentro. A mí las cosas me vienen de repente, no son pensadas, sino que me llegan. Aunque soy una intelectual, creo mucho en una inteligencia que no viene del puro raciocinio y que hay que saber encontrar y desarrollar. Ese impulso me ha salido así, no es que lo haya decidido. Me voy a dar el tiempo de pensarlo, pero es algo que me está rondando.

En una de las sesiones de trabajo propusiste trazar una estrategia de alianzas para materializar proyectos, de cara a la red Magdalena Project, ¿Qué lograron en esta edición?

El Magdalena Project es una estructura en la cual está la posibilidad de crear relaciones, y la gente es libre, aquí no hay problema con eso. Han surgido muchas iniciativas, personas que se ha juntado para hacer proyectos en otros lugares, o alguna actriz ha encontrado a alguien que le dirija un espectáculo. Hay quien incluso ha descubierto el trabajo de otros compañeros cubanos, porque en Cuba tenemos una incapacidad para dialogar que es impresionante. Hice ese llamado de alerta de modo personal, porque a veces existe la posibilidad real de colaborar con los demás, y sin embargo, no se piensa que uno puede hacer algo para ayudar otra persona.

Quisiera tener la capacidad y la inteligencia para realizar algo así en Cuba. Pienso que si tuviéramos la capacidad para crear alianzas y algunos proyectos pequeños, sería muy dinamizador, rompería un poco la verticalidad horrorosa del teatro cubano. He estado pensando en cosas concretas porque creo que es posible, lo que pasa es que hay que tener una gran voluntad y ganas de hacer cosas, lo cual aquí es muy complicado, te desgasta; pero no hay otra manera.

En Cuba, por ejemplo, casi nadie tiene giras nacionales. Alguien en Las Tunas podría decir: “A este grupo quiero traerlo aquí”, y después el de Santiago hacer lo mismo; eso sí se puede lograr, lo que pasa es que nadie se ha tomado el trabajo de hacerlo. Pero si nos juntamos y decimos que vamos a organizar un intercambio con lo que tenemos, imagínense qué interesante sería eso. Sí se puede hacer. De eso se trata, de crear relaciones para trabajar.

(Transcripción Ángela M. Águila Alonso)

 

Nota:
1. EITALC, escuela internacional de teatro de América Latina y el Caribe, que sesionó en el poblado de Machurrucutu en la década del 90. Organizado por Osvaldo Dragún, tuvo entre sus maestros a Miguel Rubio, Andrés Pérez, Antonio Martorell, Rosa Luisa Márquez, Flora Lauten, entre otros.