El “tigre” en primera persona

Octavio Fraga Guerra
29/9/2016

Apremia reciclar la historia de nuestra nación, atemperarla a los tiempos presentes (plurales, dinámicos, virtuales, caóticos por momentos), dibujarla con los apuntes y las herramientas que aportan las estéticas de las nuevas tecnologías asociadas al audiovisual, signadas por lenguajes que evolucionan inmersos en una constante metamorfosis.

Sin embargo, cabe subrayar una idea. Lo repetitivo de algunos recursos estéticos produce una saturación de los modos vinculados a las dinámicas de realización, a las soluciones narrativas que le secundan. Obviamente, los contenidos han de entroncar con los hechos y las pruebas que los sustentan, edificados desde los documentos y testimonios que los engrandecen.

Dichas apuestas evolucionan en la contemporaneidad cada vez más dinámica e interconectada. Los ceros y unos abarrotan el discurso, las metáforas, las jerarquías comunicacionales, como parte de una estrategia que no ha de ser casuística, predecible o aferrada a fechas históricas, tomadas de un recurrente calendario; más bien sustentada en la constancia, en el despliegue temático largoplacista, para no embutir al lector-sociedad-cubana en una avalancha cuyos resultados terminan saturando los contenidos.


Foto: Cortesía del Autor

Este entramado es vital, tras una suma de simbologías y discursos que también se han de enriquecer con la filosofía de la previsión de los hechos y la apropiación de los temas esenciales para la política cultural e ideológica de la nación. Dicho de otra manera, nos toca capitalizar, legitimar, jerarquizar ante los lectores cada vez más digitales, los esenciales temas y los asuntos que son pasto de la cotidianidad, pero también los de nuestra fértil historia.

Urge, por tanto, una pensada estrategia, una integración institucional, un permanente ejercicio práctico de construir íconos, delineadas simbologías, y desarrollar nuevos soportes, complementados con las tradicionales vías de comunicación social que no debemos subestimar, pues aún persisten muchas zonas geográficas de la Isla ajenas al armazón de las nuevas tecnologías.

Todo este mapa de idealizaciones ha de fluir por un andamiaje sociocultural que constantemente se trasfigura, se reformula desde sus núcleos y ejes cromáticos, sufre ciclos de mestizajes de muchas curvaturas, cuyo escenario prominente es la sociedad red.

Cuba no está anclada en una burbuja. Una bruma de datos, de hechos noticiosos o veleidades mediáticas trasgreden el gusto, la cultura y el agudo conocimiento; se insertan en nuestra geografía desde muchos soportes, en variadas formas. Ante este enjambre, la historia es una de las claves de la batalla ideoestética impostergable, que en primera instancia es de argumentos y hechos contrastables, verídicos, documentados.

Le asiste al cine nacional el deber de “ocupar” los centros docentes de los niveles primarios, secundarios y de nivel medio superior, como espacios culturales de primera línea. Son estos el escenario natural para el desarrollo del conocimiento, de las ideas humanistas y los valores distintivos de la sociedad cubana.

Se impone una obviedad: esta idea será fallida si se ignora el principio de que el cine, como todas las artes, es también una excepcional pantalla para el entretenimiento, para el rico divertimento. Sus contenidos se han de socializar tomando en cuenta esta vital verdad que muchas veces se ignora.

El cine ha de ser asumido como auxiliar de la labor educativa, como constructor de símbolos, de necesarias cronologías socioculturales e históricas para niños, adolescentes y jóvenes.

La producción cinematográfica de nuestra Isla en las décadas de los 60, 70 y 80, está colmada de importantes obras documentales, de ficción y animación, que abordan los relatos de la historia patria y de otras naciones. Varias generaciones nacidas en esos períodos se enriquecieron con estas piezas.

Un vasto diapasón de temáticas de carácter patriótico, cultural e histórico está atesorado en la memoria fílmica de la nación. Importantes cineastas han visto en estos temas una vital experiencia de su desarrollo como creadores del séptimo arte. Son filmes que podrían formar parte del programa de estudios extracurriculares de los tres primeros niveles de enseñanza. Pero apremia renovar el repertorio temático de la cinematográfica nacional, que tiene en la literatura un incontable caudal de contenidos a la “espera” de ser llevados a las esencias discursivas del cine.

Este es el caso del libro Los sueños del Tigre. Paramilitares en Cuba (Ediciones Abril, 2016), la más reciente entrega del escritor cubano Enrique Acevedo, una novela de vigorosa escritura y sustantivo acento histórico, cuyo relato evoluciona desde el derrocamiento de Gerardo Machado hasta los albores de la naciente Revolución cubana, respaldada por un acucioso trabajo de investigación periodística.

El autor perfila y desarrolla en varios capítulos el corpus de Rolando Masferrer, el gestor y jefe de la organización paramilitar “Los tigres de Masferrer”, un grupo de mercenarios que llegó a tener más de 1200 miembros, gestado bajo el cómplice abrigo del General Fulgencio Batista, siniestro dictador que algunos vulgares personajillos y contrarrevolucionarios de la mal llamada “disidencia cubana” nos quieren teñir como un demócrata de la otrora República.

El autor de Los sueños del Tigre, escrito en primera persona, despieza, cartografía a Masferrer; le da envoltura cromática de sólidas texturas y renovados acentos; revela al individuo turbio, oportunista, de saturado cinismo y habilidades para “convivir” entre los vericuetos de la politiquería de la época, un período convulso donde el gansterismo formaba parte de los estamentos de la sociedad cubana entre los poderes de facto.

Rolando Masferrer es bocetado con nitidez. Enrique Acevedo, el también autor de Descamisados (1993), Premio de la crítica; Guajiro (1997) y Fronteras (2009), lo resuelve con llana escribanía, acentuando la ambivalencia y denotado delirio de grandeza del personaje, su perfil sicológico: un hombre dispuesto a todo por trascender entre los tantos arribistas o acólitos del sargento-general Batista, que llegó incluso al cargo de senador.

Una de las virtudes del volumen es su acusada fotografía, los muchos detalles que nos aporta su autor para trascolarnos a ese período en los hechos que nos narra, donde convergen los entrecruzamientos históricos, sociales, culturales, de una Cuba atrapada por la política exterior del gobierno de los EE.UU.

La narrativa del texto, los signos que el autor le incorpora, los elementos discursivos que integran el esqueleto del libro, y la lógica de su edición, nos invitan a delinear un filme de ficción. O mejor aún, una serie documental escrita con los resortes del docudrama, un texto fílmico donde un narrador omnipresente, Rolando Masferrer, conduce los muchos relatos que confluyen en las páginas de esta entrega literaria, de signada envoltura historicista.

Entre las contradictorias curiosidades de Masferrer está que también formó parte de las Brigadas Internacionales por la defensa de la República Española y militó en el Partido Socialista Popular (PSP). Después, devino politiquero y asesino de muchos jóvenes del Movimiento 26 de Julio, de los combatientes de la Sierra Maestra, así como autor de varios actos terroristas organizados desde los Estados Unidos contra Cuba.

Al cine le asiste esta encomienda por la virtud de ficcionalizar lo documental, los hechos acreditados en pliegos, testimonios o memorias. Los sueños del Tigre. Paramilitares en Cuba, de Enrique Acevedo, es una gran entrega literaria que el arte cinematográfico documental debería dibujar para el culto de los jóvenes cubanos.