El viento con desarmado ruido

Sigifredo Álvarez Conesa
11/12/2017

AGUA DE VIDRIO

El ojo no ve lo que aparenta ser.

Es falso, es vidrio

y brilla por su ausencia.

No advierte el giro propio

dentro de la órbita incierta.

El mundo le da vueltas en el abismo

donde cae despierto;

y de ninguna manera puede apreciar

lo que el descenso del párpado depara.

No distingue el ojo entre verdad

y apariencia,

pues más que ciego es vidrio

y corta.

BAJO LA SOMBRA DESNUDA

En los resquicios húmedos del día,

sujetas con hilo el breve vuelo,

las hojas en vano ascienden al cielo,

que, líquida luz, hierve azul, porfía.

Entre el quicial y el listón renegrido,

tan astillada, cruje sola, su ala:

por la abertura de la inútil sala

llega el viento con desarmado ruido.

¿Quién ronda por entre escombros perdido

e intenta asir la voz, letra menuda,

de aquella brizna cifrada de olvido?

Insiste bajo la sombra desnuda,

en ruina, levedad de árbol ido,

vagas señales de silueta muda.

ÁRBOL DESHECHO DE SOMBRAS

Árbol caído

—mudo de aire—

es la puerta.

¿Quién la toca

con golpes de viento,

e inquiere por alguien que no está

que no puede estar en la casa?

¿Quién no responde detrás de ella?

Del otro lado sólo el silencio.

No hay nadie,

está deshabitada.

Nadie toca en la puerta.

Sólo leños deshechos de sombras

dan a la calle.

LA RUTA DE LA GARZA

Sobre la línea de la costa,

por ignorado impulso del arco

vuelan las garzas.

Traspasan  así el pecho convulso

del aire.

El ave final se aleja de impreviso

del orden simétrico.

La flecha no fuera tal

si la primera dejara de ser punta,

guía aguda al romper los espacios

que se le enciman.

¿Conozco acaso por cuánto continuarán

su rumbo las garzas?

Las contemplo en el vuelo efímero

sobre la línea de la costa,

y mucho después queda aún

la orla de plumas

—saeta en sí misma—

y el leve rastro púrpura

al atravesar de lado a lado el aire.

MUERDE QUÉ SI NO AL VACÍO

El perro escarba donde el fuego

consume al árbol.

Ahí se echa, en el recinto tiznado del olvido.

Entre espinas calcinadas del hogar de la sombra,

el perro se refleja en el ojo anochecido de buey,

buscando donde mitigar el sueño,

donde saciar la sed.

La áspera corteza del oscuro tronco,

parece rumiar en la otra sombra que lo abraza.

Anulada en las ramas de la luz glauca,

en las dispares astas cuelga la noche,

paño de espera sobre el perro.

Despertará el animal en el jardín desconocido

para volver tras la huella retadora

de su ansia de vereda. Nadie lo advierte,

es una mancha de polvo, dejando atrás el calcinado

paisaje, y a la res, indiferente por su destino

de animal prófugo de sí.