Entre serpientes y ángeles

Teresa Melo
23/11/2016

 

Definidas y con alta resolución se conservan estas imágenes en la memoria. La improvisada y muy joven periodista preguntó a la joven escritora cuál era el poeta de quien tenía mayor influencia. La respuesta fue instantánea: Silvio Rodríguez. La improvisada y muy joven periodista era Odette Alonso, la joven escritora era yo. Han pasado los años y la respuesta puede seguir siendo la misma, aunque descubrí palabras de otros. No quiere decir que haya logrado que mis textos sean como los suyos, ni que se pueda notar una marca en ellos que parezca salida del caudal de magia, poesía y originalidad que la obra de Silvio exhibe. Pero siempre agradeceré que sus canciones me hayan hecho reconocer una manera de escribir, como la que yo creía tener en alguna punta de los dedos ansiando ser escrita.


Fotos: Iván Soca

Siempre agradeceré que sus canciones me hayan hecho reconocer una manera de escribir, como la que yo creía tener en alguna punta de los dedos ansiando ser escrita.

Llegué tiempo después a vivir en el piso cinco de F y 3ra, residencia de estudiantes de la Universidad de La Habana, donde vivieron algunos de los poetas que aparecen en esta selección, y a la cual también se le han escrito textos apasionados. Allí conocí a Abdoul Karim, presencia de Mali en mis poemas, el más rendido amante de Silvio que haya estado cerca de mí. Sus discos sonaban a toda hora en aquel piso 18 de nuestras comidas interminables de becados, de lecturas y fiestas, poniendo su voz entre cantantes de Mali, Benin, Cabo Verde, Santo Domingo. Juro que sonaba en el lugar preciso.

En algún regreso de vacaciones de aquellas tierras que imaginaba de leones y pájaros raros, Karim trajo la ropa tradicional maliense, un bubú, de azules iridiscentes en su pantalón y vestido, que su madre había comprado expresamente para que lo regalara a Silvio. Claro que nos atrevimos; todavía él podía dar conciertos en la Casa de las Américas sin que La Habana pareciera invadir todo ese territorio del Malecón para escucharlo. Fuimos temblorosos y temblando logramos regalarle aquel traje.


Portada del libro. Foto: Cortesía de la autora

Han pasado muchos años. Karim saltó desde el mismo balcón en que tarareábamos a Silvio mirando al mar. Yo fui y regresé de muchos sitios, aprendí canciones de otros sin lograr olvidar ninguna de aquellas. Luego estuve en México, cuando ya no pensaba tanto en él. Pero una tarde entramos Adriana Naveda y yo a comer a un sitio medio de barrio, en algún lugar de Xalapa, y mientras esperábamos, cerveza por medio, un indígena con una guitarra empezó a cantar Madre. Fue como si Cuba entrara en aquel estrecho lugar. Siempre aparecería con la canción precisa. Pudiera contar muchas otras cosas. Como tantos otros. Como los que escribieron estos textos que leerán aquí.

No sé qué destino tuvo el traje de Mali. Quise por mucho tiempo pensar que Silvio lo había guardado, y que Karin tarareaba todavía sus canciones en la eternidad; creía oír su voz risueña diciendo: “te amaré y después…”. Soñábamos con serpientes cuando el mundo era otro. Hoy nos citamos con ángeles que parecen mirar un mundo futuro más hermoso, con nuestros mismos ojos de los días que vendrán.

Me gusta pensar que estamos entremezcladas aquí todas las promociones de la literatura cubana: los que creemos deberle algo, a veces impreciso, pero siempre esencial; los que le dedicaron poemas, las que lo amaron, los que usaron sus versos para juntarlos a los propios, para poner título a un libro, para nombrar su nombre.

Quise creer que estas palabras hablarían del Silvio de todos. Solo he podido hacerlo del mío personal. Pero sé que muchos están en él. Lo descubrí en aquella cercana conversación con Iroel, amigo que ha pensado, deseado y hecho posible este libro, con el mismo temblor y leve reverencia con que he escrito estas palabras. Gracias por ti, Silvio.

Nota: Introducción al libro Silvio: te debo esta canción, Ediciones Santiago, 2004, antología nacional de poesía dedicada a Silvio Rodríguez, o inspirada en sus canciones. Fue compilada por Reynaldo García Blanco, León Estrada y la propia Teresa Melo.
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