Esteban Montejo es alguien con quien dialogo todavía

Adianez Márquez Miranda
3/6/2016

Todo comenzó con la curiosidad de un investigador, de un antropólogo que quería conocer sobre la vida en “la vivienda-cárcel que fueron los barracones”, como él mismo los define. Su visión de la historia patria alejada del triunfalismo y la intención de contarla desde adentro, sumadas a su espíritu rebelde, son algunas de las razones que nos permiten celebrar este año el 50 aniversario de Biografía de un cimarrón, un libro trasgresor —como pretendió su autor desde el inicio— que sin dudas humanizó un período importante de la historia de Cuba. El resto fue la sinceridad de un hombre llamado Esteban Montejo, y el olfato y la genialidad narrativa del joven poeta Miguel Barnet.

“Los seres humanos no son un bloque de granito ni una unidad sellada, son personas que tienen virtudes y defectos, son seres humanos. Yo quise dar esa imagen de la historia desde dentro de un personaje considerado marginal por la historiografía burguesa, hegemónica o, como alguien calificó a ese segmento escamoteado, de gente sin historia”.


 

Esteban Montejo fue un hombre que no conoció a sus padres y recibió todo tipo de castigos mientras era esclavo. A los 14 años decidió huir al monte y convertirse en cimarrón, allí estuvo hasta la abolición de la esclavitud. Para él fue difícil creer que finalmente era un hombre libre.

“Para mí uno de los capítulos más conmovedores del libro es cuando él se encuentra con una señora que llevaba un niño en brazos y le pregunta: ` ¿es verdad que ya somos libres?′ Ella le responde que sí, pero él mantenía esa duda, esa reticencia de todo hombre que había sufrido los crueles castigos de la esclavitud y el desprecio de la sociedad burguesa”.

El encuentro, el comienzo

En aquella época Miguel era parte de un equipo que estaba haciendo una investigación sobre los barracones, un tema que siempre había llamado su atención, pues quería conocer cómo vivían allí los esclavos, de qué hablaban, a qué jugaban o qué comían, cuestiones que estaban parcialmente descritas en algunos libros de historia.

Pero era el año 1963 y quedaban vivas muy pocas personas que pudieran responder sus interrogantes. Entonces el periódico El Mundo publicó una entrevista a hombres y mujeres centenarios. Uno de ellos se llamaba Esteban Montejo, decía tener 103 años y no solo haber sido esclavo, sino también cimarrón. El joven antropólogo fue a visitarlo hasta el Hogar del Veterano donde vivía. Comenzó así una serie de encuentros que durarían 3 años y se convertirían más tarde en Biografía de un cimarrón.

Hoy Miguel recuerda que el principio fue muy difícil, ya que él era un hombre joven, delgado, de ojos claros y piel blanca. Su entrevistado era precisamente lo opuesto: un hombre negro que de tan viejo tenía los ojos azules.

“El mejor método fue llevarle tabaco y ron, y decirle: ¡Qué hombre tan inteligente es usted, parece mentira que con 103 años mantenga esa memoria tan fresca! Él empezó a hablarme de lo inmediato, quería una colchoneta mejor, que le dieran un jabón todos los días, que le mejoraran la comida del Hogar del Veterano. Esas cosas yo las escuchaba con una atención casi socrática”, asegura el antropólogo.

Semanas más tarde, le preguntó sobre el pasado. “Poco a poco se abrió como un fuelle, con un hálito extraordinario de sinceridad y de poesía, y me contó su vida en la medida en que pudo”.

Apuntes, grabadora, un testimonio

Al mismo tiempo que realizaba una investigación sobre las danzas cubanas de los siglos XVII, XVIII y XIX —su trabajo en la Academia de Ciencias de Cuba—, el joven antropólogo no faltaba a sus encuentros con Montejo. “Entrevistaba a Esteban semanalmente, y semanalmente acumulaba información. No existía nada digital, ni siquiera la mini cassette. La grabadora que usaba era una Tesla grande, checa, que pesaba más de 30 libras, con la cual tenía que cargar en la guagua que va para el Hogar del Veterano”.

Al mismo tiempo que realizaba una investigación sobre las danzas cubanas de los siglos XVII, XVIII y XIX —su trabajo en la Academia de Ciencias de Cuba—, el joven antropólogo no faltaba a sus encuentros con Montejo. 

Aunque a Esteban no le gustaba aquel aparato, Miguel quiso un día grabar la historia de Ma´ Lucía y le explicó al centenario Montejo cómo funcionaba. Se trasladaron hacia la barbería del hogar donde estaba el único enchufe y frente a un grupo de veteranos de la guerra de independencia grabaron varias historias. La primera vez que Esteban Montejo escuchó su voz saliendo de la enorme Tesla se rio muchísimo, igual que el resto de sus compañeros del hogar. El joven investigador pensó que sería difícil continuar a causa de aquellas risas, así que decidió regresar a los apuntes. Semanas más tarde el propio Esteban preguntó por el equipo. “Quería oír su voz, y cuando volví con el aparato y le puse el micrófono me habló con una soltura y un orgullo tremendos, casi como el que da una conferencia”, cuenta Barnet, quien tampoco puede evitar sonreír al recordar aquella escena.

La mayor parte de las historias que Esteban contó durante esos tres años fueron anotadas en libretas y luego reescritas. “No voy a mentir, no inventé nada, pero sí recreé literariamente el libro, porque Estaban hablaba en monosílabos; hubiera sido un testimonio muy árido. Entonces utilicé mis mañas como escritor y poeta, leí lo que Alejo Carpentier calificó como escritura gnómica y fui construyendo el libro”, confiesa el autor, quien añade que todo testimonio es una obra de creación desde el momento en que se edita y ensambla.  Explica, además, que en este proceso no distorsionó ninguno de los pensamientos de su entrevistado ni ninguna de sus historias.

“No voy a mentir, no inventé nada, pero sí recreé literariamente el libro, porque Estaban hablaba en monosílabos; hubiera sido un testimonio muy árido".Esteban Montejo, Miguel Barnet, el presente

Hoy, medio siglo después de publicado por primera vez Biografía de un cimarrón, y de algunos años más de comenzar la amistad entre estos dos hombres, Miguel asegura haber aprendido de Esteban que la historia no es en blanco y negro, y que los seres humanos, aun cuando han tenido la vida más dramática, cruenta y terrible, siempre conservan un hálito de fe y esperanza.

Recuerda que su protagonista no era rencoroso, sino una persona que amaba la vida y un hombre de una gran honestidad, cualidades que, según Barnet, son las que más aprecia en una persona. “Él no miraba hacia el pasado con nostalgia ni con tristeza; tenía una filosofía estoica, digamos que era un estoico sin haber leído a Séneca. Cuándo él dice `Por cimarrón no conocí a mis padres, ni los vide siquiera, pero eso no es triste porque es la verdad´, me emocioné hasta las lágrimas, y hay testigos de eso”.

Con motivo de las celebraciones por las cinco décadas de la primera edición del libro, su autor viajó a Santa Clara y fue a lo que es hoy el central Héctor Rodríguez, antiguo Ingenio Santa Teresa, donde nació Esteban Montejo.

“Ahí quedan ruinas del barracón y de la enfermería donde nacían los niños, los criollitos. El historiador de allí, de una manera muy natural y displicente, me dijo: `Mira, aquí nació Esteban´. Miré aquel cuadrilongo rodeado de piedras y me dio una emoción demasiado fuerte, no pude evitarlo. Soy una persona serena, pero sentí una profunda tristeza porque la crueldad más grande que ha cometido el ser humano es la esclavitud; como decía Martí, es la gran pena del mundo”.

La esclavitud es el holocausto más terrible que ha cometido la especie humana sobre la tierra, menciona una vez más Barnet. “Pensar que ese hombre nació ahí, que ese niño fue trasladado después a los corrales para que lo amamantara una nodriza que él no conocía… Lo separaron desgarradamente de los padres, a quienes no conoció hasta que los padrinos, muchos años después, le dijeron más o menos quiénes creían que habían sido”.

Sin embargo, el recuerdo que Miguel mantiene de Esteban Montejo es el de un hombre alegre, optimista, solidario con sus amigos, muy suspicaz, de una inteligencia excepcional y una total lucidez, aun cuando ya pasaba de los 100 años.

Ese es el Esteban que regresa cada vez que alguien se detiene a leer Biografía de un cimarrón, una obra que aún medio siglo después de su publicación continúa acompañando a su autor, quien asegura que Esteban Montejo, más que un personaje de este libro, es una persona que está junto a él y con quien dialoga todavía.

 

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