Febrero será de cine: Parásitos, El Joker y Buscando a Casal

Joel del Río
27/1/2020

Pocas veces coinciden en un mes cinco o seis estrenos importantísimos, tomados de lo mejor del cine mundial en el año anterior. Así ocurrirá en febrero, el mes más corto del año, que será pródigo en propuestas notables: para empezar, en la primera semana, coinciden en cartelera la coreana Parásitos y la colombiana Pájaros de verano. Le siguen la británico-argentina Los dos papas y la norteamericana El Joker. En la tercera semana llegarán la biográfica Judy y la muy elogiada El irlandés. Para cerrar el mes, se programa la cubana Buscando a Casal.

Tiene que ser excepcional una película como Parásitos, que gana la Palma de Oro en el Festival de Cannes y rompe todos los récords de taquilla en su país; tiene que ser excepcional una película coreana que consigue ser nominada al Oscar mientras los críticos insisten en compararla con un clásico anti Hollywood por excelencia: Viridiana (1961), de Luis Buñuel. Porque se trata de un drama social de innegables rebordes políticos, sobre pobres muy pobres y ricos muy ricos, y cómo los primeros invaden el mundo de los segundos, para disfrutar de todo lo que les ha sido negado. Sin embargo, estas ideas son la esencia argumental básica de una trama que discurre con matices de comedia de enredo y juego de identidades, con algunos giros al cine criminal, con suspenso y violencia incluidos.

Fotos: Internet
 

Procedente de aquella Corea del Sur, emporio del capitalismo en el Extremo Oriente, el realizador, escritor y productor Bong Joon-ho prolonga las preocupaciones de su cine anterior sobre el desarrollo descontrolado del capitalismo, como se percibía en la comedia de horror Huésped (2006) y en la fantasiosa Okja (2017), sobre un cerdo gigantesco resultado de la manipulación genética por parte de la industria alimentaria. Al estilo del thriller criminal, exagerado y delirante se consagraron Memorias del asesino (2003) y Madre (2009) aunque esta última se combina ostentosamente con el melodrama mediante la trama de una señora mayor y respetable, que debe hacer de todo para demostrar la inocencia de su hijo, acusado de asesinato. La sordidez significativa de Parásitos, su demoledora crítica a la crueldad e inequidad inherentes al capitalismo ha sido definida con absoluta precisión por su director como “una comedia sin payasos y una tragedia sin villanos”.

También es desconsolador el panorama que se ilustra en la película colombiana Pájaros de verano, grabada en impresionantes locaciones de La Guajira, con pobladores de la zona como parte del elenco, y hablada completamente en wayuunaiki. Los realizadores Cristina Gallego y Ciro Guerra adoptaron también la narración del thriller de venganza, con matices de tragedia, y consiguen redondear, por el impacto de sus imágenes y el poderoso calado ético de la historia, el más reflexivo y poético de los muy abundantes largometrajes de ficción, o series de televisión, que se acercaron al tema del narcotráfico en Colombia.

Una de las virtudes del guion es el análisis pormenorizado, en el tiempo, de cómo prospera el contrabando de drogas, mientras se torna imperioso el deseo de mejoría económica del héroe, un anhelo que ocasiona su perdición, abocado a terribles pugnas entre bandas rivales. Todo ello se narra con notoria habilidad para combinar acción física, interés dramático y la nostálgica, estetizada observación de una cultura amenazada por el desenfreno, en tanto el dinero fácil que proporciona el comercio de marihuana, durante el periodo conocido como la “bonanza marimbera” a finales de los setenta, ocasiona el declive paulatino del clan wayúu, contaminado por la ambición, la violencia y el materialismo.

Considerado uno de los más insignes realizadores latinoamericanos, líder del cine contemporáneo luego de que dirigió Ciudad de dios (2002), Fernando Meirelles ha dirigido filmes ambientados en las más diversas geografías (El jardinero fiel, Blindness, 360) y tal regusto itinerante y multinacional lo conserva en Los dos papas, coproducción entre el Reino Unido, Italia y Argentina. El aporte británico tiene que ver con los dos formidables protagonistas, Anthony Hopkins y Jonathan Pryce, mientras que la ambientación ocurre mayormente en Roma, específicamente en la Ciudad Vaticana, mientras que existen numerosos fragmentos realizados en Argentina, donde se registran grandes tramos de la biografía del cardenal Jorge Mario Bergoglio.

Una maravilla de guion, específicamente en el acápite de los diálogos, contiene Los dos papas, una película extraordinaria por su capacidad para lograr, nada más y nada menos, que una instantánea muy abarcadora de nuestra época, a partir de la colisión (que representan los dos prelados) entre liderazgo intransigente y flexibilidad progresista, el protocolo y el boato versus la naturalidad y la sencillez. Porque el filme atañe sobre todo a los católicos y creyentes (sobresalen las discusiones, nunca aburridas, sobre la fe y la autoridad de la iglesia) pero también contiene observaciones siempre ingeniosas, sobre las múltiples maneras de ver el mundo con honestidad y grandeza de espíritu.

En las antípodas del optimismo asertivo de Los dos papas, se sitúa la muy pesimista y oscura El Joker, a la cual les debemos uno de los momentos cinematográficos más poderosos que nos legó el 2019: el primer plano de un payaso, que muy mal se pinta de rojo sangre la boca, con la cara completamente contraída, y los ojos llenos de lágrimas. Estoy hablando de una escena recurrente en El Joker, una de las películas más originales e intensas de los últimos años. Entiéndase que la combinación novedosa de obras antiguas también construye un camino hacia la originalidad, y el director Todd Phillips se remite a la mitología de Batman y Gotham City solo para demolerla a golpes de realismo social, profundamente asumido, y de un intenso, conmovedor sicologismo.

 

En su atentado contra el glamour evasivo de los superhéroes y sus oponentes, el director se auxilió de dos poderosos referentes, dos filmes que alumbraron el camino: The Dark Knight (2008), que había intentado humanizar a Batman y a su letal oponente, y Taxi Driver (1976), que describió como ninguna otra película el mundo del sociópata y la violencia que pueden generar sus frustraciones. El caso es que el payaso terrorista, el marginado irascible y el impulso vindicativo se confunden en la película de Todd Phillips, y se articulan sobre todo mediante la actuación descomunal de Joaquin Phoenix, un actor capaz de convertir su personaje en símbolo de la humanidad traicionada, y motivo de burla o menosprecio.

Actuaciones descomunales contienen también Judy, que presenta a la muy recordada Renée Zellweger (Chicago, El diario de Bridget Jones) haciendo de Judy Garland, y la muy elogiada El irlandés, concentrada en torno a los estelares desempeños de Robert de Niro, Joe Pesci, Al Pacino y Harvey Keitel, dirigidos por Martin Scorsese, de vuelta aquí al mundo gansteril que recreó muchas veces antes, especialmente en Uno de los nuestros (1989) y Casino (1995). Retrato íntimo de los últimos meses de vida, con las convenientes retrospectivas explicativas, de Judy Garland, una de las más grandes estrellas del espectáculo musical norteamericano, Judy posee la capacidad de mostrar el inmenso talento de una mujer contradictoria y carismática, que resucita ante el espectador gracias a una actuación iluminada. Por su parte, Scorsese dialoga otra vez con la historia de la nación (como en Pandillas de Nueva York) y observa en detalle la épica, el ascenso y la caída del crimen organizado, y la psiquis de los tipos malos, sobre todo esos que cometen trágicos errores hasta el final amargo, que identifica los valores morales que sustentan la mayor parte del cine dirigido por Scorsese.

Único largometraje de ficción elegido para representar a Cuba en el Festival de La Habana, seleccionado luego por los críticos de la Isla como lo mejor del cine nacional estrenado en 2019, Buscando a Casal es un filme histórico-biográfico que se aparta de las principales convenciones de ese género para develar al poeta, al creador, en irreconciliable pugna con la vulgaridad de la realidad cubana, en la segunda mitad del siglo XIX. Y como suele pasar con los filmes que se atreven a eludir las convenciones, es posible que un sector del público se distancie y rechace ciertas temeridades del director y guionista Jorge Luis Sánchez, conocedor de los códigos del cine histórico y retro desde El Benny y Cuba Libre.

 

Y sería una lástima que los espectadores inteligentes se impidan el disfrute de esta, una de las mejores películas históricas del cine cubano reciente. Cada quien puede aceptar o rechazar lo que le plazca pero insisto en que sería una pena que el argumento de rechazo se sustente solo en que la puesta en escena elude el naturalismo y asume el más completo artificio, sobre todo en cuanto a dirección de arte, es decir, escenografía y ambientación. Solo de esta manera, desde la evidencia de que se trata de una representación, se consigue dibujar la contingencia de la pequeñez, el prejuicio o la intolerancia, y se expresa la hiperestésica sensibilidad del poeta urgido por la angustia de hacer coincidir lo ideal y lo real, el individuo y la sociedad, lo bello y lo útil.

Julián del Casal, uno de los máximos exponentes de la literatura modernista en español, escribe en su poema El Arte: “el alma grande, solitaria y pura/ que la mezquina realidad desdeña,/ halla en el Arte dichas ignoradas,/ como el alción, en fría noche oscura,/ asilo busca en la musgosa peña/ que inunda el mar azul de olas plateadas”. El autor de tales versos merecía, según ha declarado Jorge Luis Sánchez, una película diferente, una película capaz de expresar la neurosis hedonista, el disfraz de la mordacidad y del hastío, la vida bohemia y menesterosa, puras fachadas que ocultaban un espíritu delicado, en busca de afecto, fantasía y belleza.