Giselle y el repertorio escolar

Pedro Ángel
6/4/2016
Fotos: Kike
 

Cada año, alrededor de los Encuentros de Academias para la enseñanza del Ballet, se ha ido haciendo hábito que el centro educacional que lleva el nombre del maestro Fernando Alonso, prepare una o varias puestas en escenas que resultan una especie de plato fuerte de la fiesta de la más joven danza que deviene cada año el Encuentro.

El pasado curso nos cautivó con una agradable versión del segundo acto de El Lago de los cisnes en la que la variación de las cuatro aves era realizada por tres cuartetos de bailarinas. Un buen proceder para quienes se preparan como futuros profesionales.

Las presentaciones de la Escuela resultan, en general, ágiles, atractivas y novedosas. Es como si cada vez se propusieran impresionar a los espectadores con alguna sugestiva sorpresa.

Y no es un secreto que la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso es una de las grandes academias para el aprendizaje de este arte a nivel internacional, a la vez que garante principal de la continuidad de la Escuela Cubana de Ballet.


Suite de Giselle, interpretada por estudiantes de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso.
 

La Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso es una de las grandes academias para el aprendizaje de este arte a nivel internacional, a la vez que garante principal de la continuidad de la Escuela Cubana de Ballet.

La preocupación por la vitalidad del repertorio que presentan sus estudiantes se ha ido tornando en una prioridad para quienes tienen a su cargo la dirección de tan prestigiosa institución. Es también, uno de los temas de investigación que trata de acometer el Departamento de Ballet de la Universidad de las Artes.

Una serie de ballets para niños, nacidas del ingenio de la maestra Lupe Calzadilla, Sueño de marinos y El cochero azul, entre otras, poco a poco, fueron dejándose de bailar y ya, algunos de ellos, sería imposible remontarlos.

Otros, muy empotrados en las funciones escolares, han dado síntomas de agotamiento. Es el caso de Baile de graduados, pieza que para reponerse ha de ser bien desempolvada.

Pero, a la par de lo anterior, aparecen coreógrafos jóvenes como Laura Domingo, toda una feliz maquinaria creativa de quien pudimos apreciar el pasado año El Inmortal, basado en un relato de Jorge Luis Borges y que ha resultado piedra de toque de una nueva visión del arte de coreografiar.

Durante las jornadas del Encuentro, los organizadores del programa hicieron énfasis en la presentación de determinados bailables donde el interés principal no radica en los papeles solistas que, por supuesto, son importantes y tienen nombres; pero también se busca trabajar con grandes grupos de estudiantes, quienes han tenido la posibilidad de indagar sobre la problemática estilística del cuerpo de baile, y temas como los acentos musicales. De ese modo, y a la par, se va nutriendo el repertorio de la Escuela.

Sueño de una noche de verano, de Laura Domingo

 

Impresionante fue la versión de Sueño de una noche de verano, creación de la joven coreógrafa Laura Domingo, quien sortea con acierto los obstáculos que una obra de tal complejidad pueda ofrecer a quien intenta hacer una traslación de un arte a otro. Equilibrio, armonía e ingenio son las cualidades de esta nueva pieza, vista apenas un mes atrás, como coreógrafa debutante con Cenit, creada para Danza Contemporánea de Cuba.

Pero, antes de tratar sobre la Suite de Giselle, la más polémica presentación del Encuentro, deseo comentar algunas de las ideas surgidas en torno a su entrega.

¿Debe esperar la Escuela porque las obras pasen antes por las compañías profesionales? Evidentemente, una escuela profesional ha de contar con un repertorio propio, que se ajuste a sus fines e intereses.


Suite de Giselle, interpretada por estudiantes de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso.
 

Una escuela profesional ha de contar con un repertorio propio, que se ajuste a sus fines e intereses.De hecho, la Escuela Nacional estrenó antes que cualquier otra compañía el Grand Pas de Paquita, montada por la profesora Adria Velázquez, del mismo modo ocurrió hace mucho con los pas de deux de El Corsario y el denominado El mercader y la esclava. O sea, que no hay ley escrita al respecto.

Tal vez, por tratarse de la gran creación de Alicia Alonso y uno de los caballos de batalla del Ballet Nacional de Cuba, sería prudente mantener ciertas consideraciones. Esta es una verdad y la otra es que en el mundo globalizado al que asistimos, los estudiantes de ballet, en las pantallas de sus laptops o tabletas pueden acceder a las visiones de Lavrovski, Marcia Haydée y Patrice Bart, o la más transgresora de Mats Ek, eso sin olvidarnos de la “diferente” del Ballet de Camagüey.

Las esencias, entonces, están en aspectos medulares del ballet cubano: la apropiación estilística y ese bailar sonriendo que nos señalara Haskell en la ya lejana década de los 60.

Una satisfacción resultó encontrarnos con la Suite de Giselle creada por los maestros y ensayadores de la Escuela Nacional de Ballet. Concebida para un solo acto, la creación se va apoyando en los bailables y prescinde, dentro de lo posible, de aquellas escenas y momento en los que los protagonistas encuentran sus momentos de lucimiento.


Suite de Giselle, interpretada por estudiantes de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso.
 

Las jovencitas Amanda Pérez Duarte y Katherine Ochoa Lípiz, fueron Giselle; junto a sus galanes; Narciso Medina y Haroldo Cueto Megret; pero lo que más impresionante fueron las labores de las estudiantes que tuvieron a su cargo el difícil y duro papel de Mirtha, Reina de la willis, abordado exitosamente por Esthefanía Hernández Sarduy y Alined Moreno del Cristo.

Quizá no haya plena conciencia y reconocimiento del papel de la Escuela ni de la dinámica que la hace funcionar como una verdadera fábrica de bailarines. Son rostros nuevos y frescos. Toda una promesa de buen futuro. Una fuente de buen bailar con acento y estilo.