Halloween en Cuba: ¿folclor de clase B?

Jorge Ángel Hernández
1/11/2017

Las festividades populares que arraigan en la tradición de los pueblos, provienen de diversas estancias evolutivas en la historia de sus manifestaciones. El carnaval, como ejemplo emblemático, lleva de fondo un largo periplo de ritual religioso y celebraciones paganas en Europa. Sus formas se han diversificado en América Latina y han dado lugar a espectáculos que son hoy patrimonio cultural para la humanidad. Por lo general estas fiestas propician la descolocación de la rutina industrial de la sobrevivencia e invierten las hegemonías del mundo en que viven los sujetos que de ellas participan. Cuando se cristalizan sus prácticas, algunas llegan a ser masivas, posesivas, irracionales en uno y otro evento de los que las conforman.
 

foto de Halloween en Cuba
 “Halloween ha intentado resurgir cuando nos hemos adentrado en el siglo XXI”.
Foto: Internet
 

Otras, como tantas de las que analiza Frazer en su clásico La rama dorada, centran su accionar en la relación misteriosa entre el ser humano y los espíritus que determinan el curso de su vida. Las cencerradas, diversas, que nutren el folclor universal, van de estos objetivos a la denuncia acusatoria de disyuntivas en el comportamiento ciudadano. Así tenemos en Cuba, por ejemplo, el toque de fotuto, que se ejerce sobre aquellos hombres que han aceptado una mujer que antes le fuera infiel, o lo dejara. Culmina su ritual –que no su fiesta– cuando el interpelado entrega la botella de ron a los tocadores de fotuto.

Las celebraciones de Halloween se han arraigado en el mundo anglosajón, sobre todo en el contexto norteamericano, donde la industria cinematográfica genera y reproduce patrones de conducta capaces de reproducir y generar productos que en serie se fabriquen. No es tan antiguo este boom, aunque la tradición tenga su origen en aquellos mismos tiempos en que se forjaban las prácticas paganas asociadas a las celebraciones de la Iglesia Católica, ideológicamente imperante en el mundo occidental; data, apenas, de la década del 70 del pasado siglo XX.

La puja por llevar a las costumbres populares un ritual que preanuncie la víspera de Todos los Santos, aunque esta olvide en su práctica el motivo religioso, como con tanta naturalidad ocurre en el folclor, se había mantenido en los Estados Unidos con cierta regularidad. No consiguió expandirse, sin embargo, como lo hiciera a partir de que el cine la incluyó en series de terror de clase B que lograron altos resultados de venta y de reproducción de sus patrones estéticos. Paradójicamente, rompe la norma católica de relación con la festividad pagana, pues los eventos emotivos de su trama se alejan del objetivo religioso, aunque el guion acepte ciertas coincidencias ideológicas. Tampoco, hay que reconocerlo además, es solo la serie de terror la que ha acudido a presentarla, pues en muchos otros filmes posteriores hallamos situaciones incidentales que muestran a los niños llamando a las puertas para pedir el "truco o trato" o, incluso, a personajes protagónicos que se preparan para recibirlos. Son escenas de tránsito en la trama que la memoria colectiva suele retener.

En Cuba, mayormente en La Habana, Halloween ha intentado resurgir cuando nos hemos adentrado en el siglo XXI. Lo ha hecho más a través de las fiestas de disfraces que del reclamo de aguinaldo, que es el que acompaña a la Iglesia a lo largo de su historia, y que a su vez permanece en el mundo anglosajón. Son los jóvenes consumidores de series de TV sus practicantes principales. Es difícil hallar en nuestra historia ejemplos que se le asocien, ni siquiera en la primera mitad del siglo XX, cuando tantos esquemas estadounidenses buscaron imponerse como norma de cultura a imitar. Los que lo hacían eran sujetos aislados, casi siempre encumbrados en las clases más altas, y sus acciones carecían de la capacidad de expansión que el folclor necesita. Era una imitación sencillamente ridícula, de escandalosa incultura y esencia de pastiche.

¿Arrastra el intento de este tiempo motivos más o menos análogos a los de aquellas señoras de dinero ignorante que se disfrazaban? ¿Hay un deseo de convertirse en personaje de la industria audiovisual cuando convocan a Halloween en La Habana del siglo XXI? Los personajes elegidos para disfrazarse acentúan esta idea, pues la inmensa mayoría tiene sus fuentes elementales y precisas en la industria del audiovisual. Desde Batman y Robin, Drácula, Spiderman o hasta el mismísimo Eduardo Manostijeras, son figurillas de cera de la industria del Hollywood.

Tampoco es barato el alquiler del disfraz, por lo que es de suponer que no son de escaso poder adquisitivo quienes se han embullado con la idea. Deslavado acaso de las incidencias concretas de la Guerra Fría, latente en los 70, cuando surge el boom, este intento de trasplantar Halloween a Cuba remeda esa intención de imitadores incultos que no sabían qué hacer con la información que recibían. Plagian, sencillamente, la costumbre anglosajona que la industria cultural ha conseguido descafeinar.

De momento, parecen estos los elementos visibles de la trama. Corresponde a la antropología cultural, si es que tenemos de verdad, estudiar el fenómeno, documentar sus prácticas, para que otras Ciencias Sociales decidan acercarse y emitir conclusiones. Cabe, seamos justos, la posibilidad de que algo insulso y efímero, tan desasido de las motivaciones populares cubanas de cristalización de tradiciones, desaparezca en tanto los estudios científicos intentan despegar. Valdría la pena, a fin de cuentas, que ocurriera. Le habríamos ganado una batalla concreta al ejército de la estupidez y la banalidad con que la industria cultural invade nuestras vidas. Y no hay científico serio que no se alegre de estar alcanzando esta victoria.

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