La mala memoria o el regreso de Los Simpson a Cuba

Pedro de la Hoz
15/4/2016
Fotos: Tomadas de Internet
 

En octubre de este año Los Simpson se trasladarán a Cuba, como parte de la vigésimo séptima temporada de una de las series de animación para adultos más antiguas de la televisión norteamericana.

Según acaba de adelantar su principal productor ejecutivo, Al Jean, el cabeza de familia, Homero, llevará a su padre Abe a la Isla a ver si los médicos cubanos curan los males del veterano de la Segunda Guerra Mundial. Junto a ellos estarán, obviamente, la esposa de Homero, la inefable Marge, y los vástagos de la pareja: el travieso Bart, la egocéntrica Lisa y la agresiva Maggie, una bebé eternizada que apenas habla pero es capaz de portar armas de fuego.


 

Los Simpson no se podían quedar atrás. Si Obama viajó a La Habana, por qué no iban a hacerlo ellos. Si Los Rolling Stones, el grupo musical favorito de Homero, dieron un concierto para los cubanos, cómo perder la oportunidad de estar en la cresta de la ola. Cuba, para Jean y el equipo de producción, es una moda.

Con esto último no adelanto juicio de valor alguno, más bien describo actitudes e intereses. Hay quienes no quieren quedarse fuera y planean filmaciones, conciertos, exposiciones, porque intuyen que una estancia en Cuba es redituable para los circuitos de las industrias culturales donde realizan su mercancía. Hay quienes, simplemente, vienen a curiosear. Otros, con distinta vocación, se acercan sinceramente a tender puentes o tratar de comprender una realidad que les había estado vedada —ojo, que todavía, hasta que el bloqueo no se levante, el norteamericano común no podrá viajar libremente a Cuba, en calidad de turista.

Sin embargo, no se puede tener mala memoria. Homero Simpson ya estuvo en La Habana en el capítulo titulado en español Misión deducible y originalmente The Trouble With Trillions, transmitido en 1998 en la novena temporada de la serie.


 

Resulta que Homero es requerido por el fisco por falsear la declaración de impuestos. Para evitar la cárcel, accede a espiar a otro defraudador, el señor Burns, anciano propietario de la central nuclear de Springfield, que posee un billete de un trillón de dólares robado al gobierno. En medio de una trama rocambolesca, Homero, Burns y su asistente Smithers se fugan en un avión y llegan a Cuba, donde se supone que haya una crisis irreversible del sistema político y el Presidente ve en el billete una tabla de salvación, por lo que despoja a Burns del dinero.

Fue aquel no solo un chiste de pésimo gusto, sino una afrenta a la dignidad de los cubanos y a la ética que ha hecho respetable, tanto entre nosotros como en la mayor parte del mundo, incluso entre adversarios, a la dirección histórica de la Revolución.

Los cubanos derrochamos humor. Al mal tiempo solemos poner buena cara. Somos alérgicos a la solemnidad impostada y de buen grado nos reímos de las cosas más tremendas. Pero el humor no puede implicar la calumnia, ni el descrédito ni la mentira.

Si Homero y su familia de seres amarillos quiere pasear por La Habana y, como insinuó Al Jean, bañarse en Varadero, que lo hagan sin ofensas.

Alguien dirá: pero si son muñequitos, personajes de comedia que no pueden ser tomados en serio, no hay que coger lucha con eso. Fíjate que se metieron con Reagan y Bush, con Clinton y Obama.

Yo sí cojo lucha y no olvido.