La niña que riega la albahaca… 20 años después

Rubén Darío Salazar
29/6/2016
Fotos: Ledier Alonso
 

Los días 25 y 26 de junio del presente año volví a enfrentarme, con el espectáculo unipersonal titiritero La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón”, al público matancero. Han transcurrido 20 años desde el estreno de esta puesta en escena. Ocurrió el 17 de julio de 1996, en el patio interior del Museo Farmacéutico Ernesto Triolet, un sitio que sabe de retablos y muñecos debido a su origen francés, amante de las aventuras guiñolescas, celoso guardián de los añejos muñecos digitales y de guante, todavía conservados allí, otrora pertenecientes a los infantes de la familia.

Unas 50 personas acudieron al estreno en Cuba de uno de los textos icónicos dentro del teatro de títeres iberoamericano. La autoría de la pieza, atribuida a Federico García Lorca, es aún hija de la polémica, motivación de investigadores y especialistas. La niña que riega… está basada en un cuento popular andaluz que Lorca recreó titiriteramente con escenografías y muñecos diseñados y realizados por su amigo, el artista y profesor Hermenegildo Lanz, y con el gran Manuel de Falla al piano. Él mismo, con su hermana Concha, interpretó y animó las figuras para su pequeña hermana Isabel, junto a sus amigos y familiares, un 6 de enero de 1923, Día de Reyes.

Desde finales de los años 40 del siglo pasado, ya se representaban en la Isla sus obras inspiradas en títeres. Retablillo de Don Cristóbal, Los títeres de cachiporra, Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín, La zapatera prodigiosa e incluso sus diálogos imposibles Quimera, El paseo de Buster Keaton y La doncella, el marinero y el estudiante.

Teatro de Las Estaciones, fundado en 1994, era una célula creativa muy joven, ansiosa de encontrar las coordenadas que dieron origen a nuestro retablo profesional. Lorca estaba en ese inicio, en 1949, cuando los hermanos Carucha y Pepe Camejo, pioneros en este arte en nuestro contexto, quedaron deslumbrados por una representación del Grupo GEL, de Andrés Castro, en una función de Retablillo de Don Cristóbal, en el Palacio de los Yesistas. Mas, de la mítica función de La niña que riega…, en 1923, nada se decía o se representaba en el repertorio titiritero nacional.

La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón marca el salto de nuestro grupo en la búsqueda de una estética y un concepto de creación propio, salpicado de influencias, escuelas y quehaceres distintos, pero ya orientado en este espectáculo hacia lo que es hoy, dos décadas después, el sello de Teatro de Las Estaciones: cultura titiritera nacional e internacional, plástica atrevida y sugerente, integralidad del actor animador y sentido de respeto y atención hacia todos los públicos.

La obra, con un criterio espectacular íntimo, como lo fue en el estreno en Granada, recrea en el prólogo un romance de ciegos —género muy bien conocido por Lorca—, que narra la presencia de Federico en Cuba, en 1930, y luego con títeres de bastón, guante, marotes, planos y objetos manipulados, se recrea la historia de amor y desamor dentro de una maleta antigua, justo de la época en que el poeta desandó nuestra tierra de punta a cabo; todo aderezado con bailes y músicas populares de aquí y de allá, pertenecientes al período republicano.

España, Italia, Estados Unidos, México, Venezuela, República Dominicana y  Uruguay, han aplaudido esta pequeña pieza que rinde homenaje al genio poético de Federico y a su capacidad de encontrar en el pueblo el aliento mayor, la inspiración, la magia y la virtud de lo inusual y lo increíble. Justo eso debe haber sido lo que lo enamoró de ese cuento antiguo para representarlo en 1923. Qué importa si lo que ha llegado escrito a la actualidad pertenece fielmente a él o no; lo importante es que sigue inquietando su impronta literaria desbordada e inasible, poseedora del duende, el ángel y el demonio, todos juntos y en vuelo dinámico hacia todos los confines.

El público que asistió el fin de semana pasado a nuestra Sala Pepe Camejo era completamente nuevo, no conocía los resortes atractivos de la fábula amorosa donde un príncipe enamorado hace preguntas ingenuas a una niña de ojos negrísimos. Yo también era nuevo, a pesar de haber estrenado el montaje con 33 años y tener otra edad 20 años después. El teatro se reinventa cada vez que se hace. Es dueño de la eternidad de lo efímero, posee resortes que esta era tecnológica no ha alcanzado a copiar ni reproducir con fidelidad. Tiene la vida y su pálpito momentáneo y único.

Cuando terminó la función me sentí joven otra vez, y junto a mí estaba Carucha Camejo aplaudiendo La niña que riega…, como en el 2000, en Nueva York, y Federico, desde los aires de su casa veraniega en la Huerta de San Vicente, en Granada, donde tuve el privilegio de hacer el espectáculo en el año de su centenario, en 1998, entre azahares, aires de verbena, bebidas de anís, almendras tostadas, algodón de azúcar y luna mora en el cielo. La obra, aún en repertorio, no creo que necesite mucho más para seguir siendo desde su sencillez.

La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón

Inspirada en un cuento popular andaluz recogido por Federico García Lorca

Espectáculo unipersonal con títeres de Rubén Darío Salazar

Estrenado en el Museo Farmacéutico de Matanzas el 17 de julio de 1996

Diseño de vestuario, títeres y teatrino: Zenén Calero Medina

Coreografía: Lilian Padrón

Música original: Jorge Luis Montaña

Selección de música tradicional cubana y española: Rubén Darío Salazar

Adaptación y Romance de ciegos: Rubén Darío Salazar

Asesoría dramática: Oscar Jorge Marrero

Puesta en escena: Rubén Darío Salazar y Zenén Calero Medina