La UNEAC: entre el deber ser y la praxis

Marilyn Bobes
30/3/2017

Era casi una adolescente cuando entré por primera vez en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), cuya sede nacional se encuentra en la calle 17, esquina H, en el Vedado habanero.

Entonces funcionaba allí, en lo que es hoy la cocina, el taller literario de los pocos jóvenes escritores que se agrupaban en aquella época en la Brigada Hermanos Saíz, antecesora de la Asociación actual que lleva el mismo nombre.


Foto: Internet

La UNEAC era entonces un sitio de reunión de escritores y artistas. En sus jardines y portales conocí a figuras como Eliseo Diego y Onelio Jorge Cardoso, por citar solo dos de las más prominentes.

Es indudable, sin embargo, que esta organización social que agrupa a la vanguardia de los creadores cubanos en las diversas manifestaciones del arte y la literatura, ha perdido y ha ganado algunas conquistas en los tiempos que corren.

Los jóvenes de aquella época nos sentábamos junto a los consagrados en un intercambio informal que es ahora casi imposible. No sé por qué, con el tiempo, se perdió esa bella costumbre de asistir a la casona de 17 y H solo para conversar o pasar el tiempo libre de una manera provechosa y enriquecedora.

Es indudable, sin embargo, que esta organización social que agrupa (o debería agrupar) a la vanguardia de los creadores cubanos en las diversas manifestaciones del arte y la literatura, ha perdido y ha ganado algunas conquistas en los tiempos que corren.

Ahora son 14 sus comités provinciales y está presente en esas zonas infelizmente llamadas del interior del país, donde se despliega un trabajo que tiene como objetivo fundamental promover la obra y la proyección social de los miembros, de manera que todo ello influya en la espiritualidad de las comunidades y se cumpla una máxima de la política cultural de la Revolución cubana: democratizar los bienes intangibles de nuestra nacionalidad.

Fundada el 22 de agosto de 1961 por Nicolás Guillén, la UNEAC ha tenido entre sus directivos a grandes figuras de la literatura y el arte cubanos. Entre ellos pueden citarse a Alejo Carpentier, José Lezama Lima y René Portocarrero.


Nicolás Guillén con Eliseo Diego en la UNEAC. Foto: Internet

Según uno de sus vicepresidentes, el crítico de arte Pedro de la Hoz, después del VIII Congreso “se consolida el sistema de festivales y eventos, se estimula la participación de escritores y artistas en espacios promocionales, se concretan proyectos comunitarios y se consigue un vínculo eficiente con el sistema de instituciones culturales”.

Sin embargo, siempre según de la Hoz, las dificultades económicas que ha atravesado el país en los últimos años resultan en un pobre financiamiento de los sellos editoriales.

Por otra parte, el mercado de las artes plásticas está aún en ciernes, y se echa de menos una atención más constante a los foros que hagan posible el desarrollo del pensamiento estético y la teoría de las artes.

Pero sobre todo, opina este vicepresidente, “debemos ser más rigurosos en la calidad de las propuestas para que ni la mediocridad ni la chatura nos venzan”.

Es quizás en este último punto y en la poca participación de los jóvenes donde se encuentra, en mi opinión, el talón de Aquiles de la organización.

Siento que los eventos que organiza la UNEAC —que, en honor a la verdad, ha estimulado en estos últimos años la participación de sus miembros en un sinnúmero de actividades culturales— deberían ser más atractivos para los más recientes grupos etarios.

Asimismo, a pesar de sus esfuerzos en esa dirección, esta asociación de artistas y escritores no ha conseguido influir lo suficiente en las ofertas que se presentan a los turistas en los sitios donde se desarrolla una cultura que, quizás, todavía no es la auténticamente cubana, sino la que se diseña para ellos.

Falta también una labor más mancomunada con los medios de difusión, especialmente la televisión, para incrementar la crítica y desechar esa mediocridad y esa chatura a la que se refería Pedro de la Hoz.

A pesar de la nostalgia que siento por aquellos años en que la UNEAC era lugar de confluencia para jóvenes y consagrados, no puede negarse que en las últimas décadas la influencia de la organización en términos de proyección social ha crecido, así como su prestigio entre una población que la reconoce y ve en ella un sitio donde se canalizan sus preocupaciones.

La UNEAC ha crecido y ahora sus funciones se expanden al ámbito de toda la sociedad. Es por ello, quizás, que exigimos más de ella, aun cuando entre el deber ser y la praxis exista un equilibrio que se irá haciendo mayor. Eso esperamos con optimismo tras un balance de sus años más recientes.