Las otras vidas de Esteban Montejo

Pedro de la Hoz
3/6/2016

Varias vidas tiene Esteban Montejo. Una de ellas, en tiempo real, la que fue del nacimiento a la muerte, abarca más de un siglo de existencia. Otra, en tiempo poético, vino con Biografía de un cimarrón y no acaba todavía, y pienso nunca tendrá fin mientras la voz que le dio Miguel Barnet en ese libro imprescindible y fundacional siga diciéndonos cosas que necesitamos saber.

Pero a esas vidas hay que sumar otras —no hablo ya de las cerca de 80 ediciones hasta la fecha y sus traducciones al inglés, francés, italiano, alemán, ruso, portugués, checo, polaco, neerlandés y unas cuantas lenguas más, como la coreana que apareció en 2011—, que se derivan de una obra con razón considerada un clásico de nuestras letras y del personaje que la inspiró.

El propio Miguel ha contado de qué manera, por ejemplo, la narración y las reflexiones de Esteban Montejo, recreadas por él —dicho sea este concepto con absoluta propiedad, puesto que todos y cada uno de los pasajes del libro implican una auténtica re-creación—, impactaron en el célebre dramaturgo alemán Peter Weiss, el mismo de Marat–Sade y La indagación.

Weiss quiso conocer a Esteban y cuando estuvo ante este “le hizo una pregunta muy alemana, muy ontológica”, según recuerda Miguel: “Esteban, en sus ciento y pico de años, ¿cuándo cree usted que fue más feliz?”. El anciano luchador respondió: “Cuando yo era cimarrón”. Weiss insistió que cómo era eso, si en el monte era perseguido y tenía que inventar qué comer. Esteban le dijo: “Sí, es verdad, pero yo era joven”. Cuenta Miguel que Weiss salió a la calle en un estado de éxtasis porque con los cartabones de Hegel y Kant le resultaba difícil comprender esa rotunda frase con la que Esteban define su existencia: “Por cimarrón no conocí a mis padres, pero eso no es triste porque es la verdad”.

En 1968 el célebre actor Jean Vilar, director entonces de la Comédie Française, grabó para la Gramophon un disco con textos del Cimarrón en versión francesa.

El Cimarrón de Miguel alzó vuelo en la obra de otro gran alemán, Hans Werner Henze. Considerado como uno de los autores fundamentales de las vanguardias musicales europeas de la postguerra, Henze vino a Cuba en 1969, conoció a Barnet, leyó la novela testimonio y decidió crear “un recital para cuatro músicos”, que en realidad es una ópera de cámara, valiéndose del oficio del poeta y ensayista Hans Magnus Enszerberger en la adaptación de los textos para ser cantados y recitados.

Quién viera a Henze en los días en que de La Habana partían contingentes hacia los campos de caña a conquistar la zafra más grande de la historia. Iba y venía de un barrio a otro de la ciudad, en compañía de un joven pero ya importante escritor, atento al habla popular, a los toques de santos, al rostro grave de los negros de mucha edad, a la realidad de una isla en la que el tiempo obedecía a patrones muy distintos a los suyos, como lo comprobó durante el proceso de montaje de su Sexta sinfonía, estrenada en la capital cubana y a la que introdujo elementos rítmicos procedentes de la cultura musical yoruba. De aquel joven poeta le había subyugado un libro que comenzaba a dar la vuelta al mundo. Y agradeció, sobre todo, que le permitiera conocer al protagonista real de la novela, Esteban Montejo. Tanta fue la impresión que le produjo, que en sus memorias escribió: "Yo nunca había visto a un hombre tan viejo; parecía un árbol, con los ojos muy vivos".

Un año después estrenó la obra en los festivales de Berlín y Aldeburgh (Gran Bretaña), donde, por cierto, intervino el maestro Leo Brouwer en la interpretación de la guitarra, junto al barítono norteamericano William Pearson, el flautista alemán Karlheinz Zoeller y el percusionista japonés Satomu Yamashita. Otros festivales, casi de inmediato, acogieron la ópera, entre ellos los de Avignon, Edimburgo y Spoletto.

Debo recordar que en 1973 Henze trabajó también otro texto de Barnet, Canción de Rachel, en una especie de recuperación del vodevil que llamó La cubana o Una vida para el arte.

Volviendo a la ópera Cimarrón, sabemos que Henze revisó la partitura para la grabación que en 1979 realizó el sello Schwann. Esa versión de 87 minutos incluyó en el elenco al bajo Paul Yoder, y destacó por el trabajo del percusionista Mircea Ardeleanu, quien amplió la batería a 50 instrumentos y accesorios.

En 1986, al ser representada en Nueva York, el prestigioso crítico John Rockwelll escribió en The New York Times: “Hans Werner Henze es uno de los compositores interesantes más activos de este siglo, pero no todas sus obras parecen igualmente fuertes; él tiene una tendencia a la convencionalidad retórica. Sin embargo, una pieza que compuso en 1970, El Cimarrón, cuenta entre las mejores, por su intensidad dramática, que parte de su excelente libreto, y su originalidad. La noche del lunes en el Merkin Concert Hall, el grupo de nueva música Speculum Musicae tuvo un rendimiento artístico de primera”.

Aquí en Cuba asistimos, en 2011, a la puesta en escena del alemán Andreas Baesler, quien asumió la partitura con una visión espectacular, con la participación de dos cantantes (Marcos Lima y Yunier Gainza), el guitarrista Eduardo Martín, la flautista Zorimé Vega, el percusionista Luis Antonio Barrera, el actor Jorge Ryan, el bailarín solista Carlos Luis Blanco y tres parejas de la compañía Danza Contemporánea de Cuba.

Cimarrón también tuvo otras expresiones escénicas, como la que animaron Olga Flora y Ramón con su grupo de mimos en 1979, y la puesta que el esforzado Huberto Llamas montó con Teatro Plaza Vieja, asistido por el propio Barnet.

En 1967 Sergio Giral, impactado por la lectura reciente de la novela testimonio, realizó una película que pretendió transpolar a un plano metafórico la experiencia de Esteban Montejo. Mucho mejor acogida recibió Cimarrón, la historia de un esclavo, de Juan Carlos Tabío, una coproducción hispano-cubana de 2011. Es un material más cercano a la esencia del libro y del propio Barnet, quien ofrece su testimonio.

Al conmemorarse el cincuentenario de la edición príncipe del libro, Barnet fue convocado por la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM) para leer pasajes de Biografía de un cimarrón. Este registro, alentado por la promotora Ana Llerena y producido por uno de los más notables discógrafos cubanos, Jorge Rodríguez, no es propiamente lo que se ha dado en llamar un audiolibro (grabación de un libro leído en voz alta), puesto que solo recoge fragmentos de la obra a la vez. Se trata de una producción de mucho mayor alcance, en tanto los textos establecen un valioso contrapunto con la música seleccionada para redondear la entrega.

Discípulo de don Fernando Ortiz, etnólogo y antropólogo de obra fundacional en la cultura cubana, Barnet cultivó una larga amistad con Merceditas Valdés, extraordinaria cantante folclórica que acompañó al sabio en sus presentaciones en la Universidad de La Habana. El propio Barnet llevó a Merceditas a esos predios años después en homenaje a su maestro y a la cantante. En el presente disco la voz de la Pequeña Aché, secundada por los tambores del conjunto Yoruba Andabo, confirma las claves identitarias presentes en la obra del escritor.

También los pasajes de Biografía de un cimarrón cuentan aquí con el entorno sonoro de una partitura excepcional, Cantos yorubas de Cuba, de Héctor Angulo, interpretada por el boliviano Piraí Vacca. Esta composición figura entre las más representativas del repertorio de la Escuela Cubana de Guitarra.

Quienes escuchen el disco sentirán la intensa vibración de una voz indómita y raigal, la del cimarrón Esteban Montejo, y la voz de quien hizo trascender esa memoria, la de Miguel Barnet. Ante el oyente se abrirán muchos y venturosos caminos.