Los 15 cubanísimos años de La Jiribilla

Rubén Darío Salazar
29/4/2016

En uno de los días de andanzas por intranet encontré a La Jiribilla. Qué maravilla descubrir una publicación digital donde la cultura cubana era el principal asunto. Aquel choque literario avivó mi pasión por la escritura, la reflexión y el análisis exhaustivo de los procesos y sucesos que mantienen vibrante el crisol de nuestra nacionalidad, esa fundición metafórica que abarca todo lo que fuimos, somos y seremos.

Lo digo sin miramientos: me hubiera gustado ser parte iniciática de los primeros años de La Jiribilla, estar en esa primera siembra de ángeles intranquilos y ansiosos, serafines literarios que desde la primera salida han adornado a la revista con sus vuelos, saltos y sobresaltos.


Tapiz: Archivo de La Jiribilla
 

Antes de pertenecer a La Jiribilla como columnista, me “conformaba” con leer las diferentes secciones. Iba de El gran Zoo a Pueblo Mocho, sin dejar de revisar la cartelera, la galería, los artículos de opinión, caricaturas, viñetas y memorias. La sección que más me gustaba era En proscenio.  Leer sobre el teatro cubano, comentado por voces autorizadas —jóvenes, medianamente jóvenes o maduras—, fue y sigue siendo una tentación para mi voracidad de lector, de escrutador de ese cosmos sui generis que va de la tragedia a la comedia, que no olvida la experimentación, ni la mixtura de géneros y estéticas.

Me hubiera gustado ser parte iniciática de los primeros años de La Jiribilla, estar en esa primera siembra de ángeles intranquilos y ansiosos, serafines literarios que desde la primera salida han adornado a la revista con sus vuelos, saltos y sobresaltos.La Jiribilla, en su afán de bitácora del arte nacional, ha recogido, analizado y propuesto en estos 15 años, diversos caminos en pro del conocimiento de la escena criolla y de sus vínculos con las diferentes tendencias y maneras dramáticas del mundo. El abultado catálogo de dossiers ha incluido al circo, el ballet, la danza contemporánea, la pantomima, el canto lírico y la magia, ya sea producida en lo más recóndito de nuestro territorio o perteneciente a grupos y artistas reconocidos que llegan desde allende los mares.

Si hacemos un recorrido por la nutrida hemeroteca de la revista, podremos acceder a suculentos materiales teóricos dedicados a varias ediciones del Festival de Teatro de La Habana. Los ángeles jiribilleros, guardianes activos de todo lo referente al patrimonio artístico, han promocionado desde sus páginas la memoria e imagen de momentos irrepetibles de lo mejor que ha desfilado por las tablas de la capital, y en las extensiones del cónclave a otros sitios de la Isla.

Lo mismo ha sucedido con el Festival de Teatro de Camagüey. Para quienes no hayan podido participar en la fiesta bienal de la llamada “Ciudad de los tinajones”, el compendio jiribillesco ha sido una especie de paliativo. Todas las celebraciones escénicas de la nación, ya sea la temporada de teatro latinoamericano y caribeño Mayo Teatral, de Casa de Las Américas; las Jornadas Villanueva, en saludo al Día del Teatro Cubano; los Traspasos Escénicos, del Instituto Superior de Arte de La Habana; el mítico Seminario Nacional de Dramaturgia, de los años 60; el Festival de Teatro Joven de Holguín; Las Jornadas Magdalenas sin Fronteras, en Santa Clara, y la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa, entre otros ejemplos, han tenido su asiento en esta especial publicación.

Una casi ausencia saltaba ante mis ojos. Una distancia quizá involuntaria, pero distancia al fin y al cabo: la del teatro de títeres, manifestación de nuestra cultura poseedora, igualmente, de un linaje rancio, aunque lozano en años. Por ahí comenzó mi entrada como colaborador a finales del año 2009, junto al equipo comandado con amor y sapiencia por Nirma Acosta. Otros colegas como Freddy Artiles, Marilyn Garbey, Norge Espinosa, Omar Valiño o Maité Hernández Lorenzo, ya habían paseado sus opiniones acerca del teatro de figuras por las páginas online o impresas de la revista de marras, pero yo soñaba con más.


 

Un buen día me decidí y propuse una nueva sección especializada en teatro para niños y de títeres, el título sería Retablo abierto. Creía firmemente que nuestro retablo se había ganado tener su oportunidad en un registro digital de la altura de La Jiribilla. El universo de los títeres, sus creadores, seguidores y, por supuesto, destinatarios, serían el objetivo de este apartado, en el que me propuse hacer justicia a una de las más interesantes manifestaciones del arte escénico.

Estos cinco años de pertenencia a la fiesta de letras, pensamiento e ideas que es esta revista de cultura cubana, me han permitido lograr acercamientos lo mismo al Taller Internacional de Títeres de Matanzas, que a segmentos importantes de la historia titeril nacional, con sus personalidades icónicas, espectáculos, acontecimientos, efemérides y hechos inolvidables.


Guiñol Nacional de Cuba, 1960. Foto: Cortesía de la autor
 

Armar un equipo de colaboradores incluyó también presentar a nuevas firmas de personas interesadas y amantes de los muñecos. A los colegas antes mencionados, se han sumado nombres como los de Yamina Gibert, Blanca Felipe, Ulises Rodríguez Febles, Yudd Favier, Carmen Sotolongo, María Laura Germán, Yaismel Alba, entre otros compañeros de faena; más la siempre necesaria presencia de maestros como Armando Morales y René Fernández, que al juntar la teoría y la práctica dejan testimonios imprescindibles que definen y expresan, como solo ellos pueden hacerlo, las coordenadas más nítidas del teatro de muñecos en nuestro país.

Evoco ahora mismo dossiers como los dedicados a Freddy Artiles, en 2010, tras su prematura desaparición. Titulado Un hombre de una pieza, logró mostrar un mosaico teórico alrededor de su recia y consagrada personalidad, que arrojó claridad, por primera vez, sobre la real magnitud de su obra investigativa, ensayística y dramatúrgica.

Los 60 años de teatro para niños y de títeres profesional en Cuba, fueron asunto de otro dossier abarcador. Desde el Cabo de San Antonio a la Punta de Maisí, no hubo quien se negara a plasmar su opinión o sentir en un examen que urgía, no solo como celebración, sino también como recuento e incentivo de lo acaecido en seis arduas décadas.


 

El más reciente dossier Las 60 primaveras del mago, publicado en octubre de 2015 y dedicado al diseñador Zenén Calero —contentivo de una rica galería de bocetos, fotos, poemas, artículos, entrevistas y crónicas—, fue el completamiento del fresco más hermoso y merecido que se haya dedicado a uno de los artistas que con más ahínco ha laborado en la creación y defensa de un sello estético para nuestro teatro de títeres.

No guardo en las arcas de mis recuerdos ningún impedimento que haya puesto en peligro la salida en tiempo de Retablo abierto, cada jueves, viernes o sábado, según la decisión o las razones técnicas ajenas a la voluntad del equipo realizador. Tras el adiós de Nirma, llegó Sheyla Valladares al frente de la edición y he tenido en cada salida el mayor apoyo .

La confianza ha sido uno de los puntales de mi fe en una de las revistas culturales más queridas y seguidas en la Isla, y por qué no, en buena parte del mundo. Cada contribución teórica de quien plasma su opinión en ella, se convierte en un acercamiento que tiende puentes para el intercambio de conocimientos y criterios a veces divergentes, pero siempre dadores de nuevas luces y transparencias, de ideas nacidas desde lo mejor que genera nuestra intelectualidad, en un diálogo necesario con todos los que aman, respetan y cuidan la cultura cubana.