Lucho por optimizar el tiempo

Fernando León Jacomino
25/10/2017

Tuve el privilegio de ver esta obra unas horas antes de su estreno, en lo que solemos llamar un ensayo general, concebido en este caso para propiciar una sesión de fotos. Era la víspera del huracán Irma, pero aquella tarde nos encerramos en el local de Argos Teatro como si contásemos con la información secreta de que tal amenaza no alcanzaría a concretarse y disfrutamos de un espectáculo intenso y formidable, que luego contaría con el beneplácito de la crítica y el público habanero. La obra rindió funciones durante todo el mes de septiembre y nos permitió reencontrarnos con el Abel González Melo director, del cual habíamos disfrutado apenas, gracias a su versión de Kassandra, de Sergio Blanco, interpretada por Giselle Sobrino.

Transcurridos los avatares del estreno y la posterior temporada, e interesados en develar algunas de las claves del proceso creativo y de la asimilación de la obra, en su relación con el teatro que se produce en Cuba, conversamos con el también dramaturgo y crítico teatral cubano residente en Madrid.

foto del dramaturgo cubano Abel González Melo
Abel González Melo

 

¿Cómo surgió este proyecto?

Cartas de amor a Stalin de Juan Mayorga me fascinó desde la primera vez que la leí, hace ya varios años. Pocas veces me he encontrado con un material que me interpele tanto, que hable de una manera tan visceral sobre la relación entre el artista y el poder; una obra que ponga de relieve, con tanta riqueza teatral, el conflicto de un ser humano que clama por la libertad para crear dentro de su patria o la libertad para abandonarla. En su universalidad, sentí que este texto hablaba de mí, de nosotros, y me vi urgido a preparar un proyecto para estrenarlo en La Habana. Lo presenté a Pancho García y a Carlos Celdrán, a quienes tanto admiro y respeto, y ellos lo apoyaron. De ahí que el espectáculo haya nacido como una coproducción entre las compañías El Túnel y Argos Teatro, pertenecientes al Consejo Nacional de las Artes Escénicas (CNAE), con el apoyo de la Consejería Cultural de la Embajada de España en Cuba y AECID.

Tengo entendido que el tiempo de montaje no fue muy extenso. ¿Cómo transcurrió el proceso? La dinámica aplicada en este caso, ¿se ajusta más a las prácticas internacionales o a la cubana?

Una vez aprobado el proyecto y convenido el equipo artístico, comenzamos el proceso de investigación, cuatro meses antes del inicio de los ensayos. Desde España, lancé sucesivas provocaciones al elenco para adentrarnos juntos en los universos referenciales de la ficción: las figuras históricas de Mijaíl Bulgákov, Elena Bulgákova, Iósif Stalin… Compartimos lecturas de Los días de los Turbín o Corazón de perro, biografías, nuevos análisis de la Revolución Soviética que aparecían ahora, justo en el año de su centenario. A la par, los actores avanzaban en el aprendizaje del texto y yo trabajaba en Madrid con el diseñador escénico Javier Chavarría y, a través de email, con el músico Denis Peralta. No podía ser de otra manera y todos estuvimos de acuerdo en que el trabajo de mesa presencial empezaría en La Habana, el 24 de julio y estrenaríamos el 8 de septiembre, en la sede de Argos Teatro. Siete semanas de ensayos intensos, de doble jornada, descansando solo los domingos. Seguramente una semana más nos hubiese venido bien, ¿pero cuándo no ocurre eso en un proceso teatral? Era el compromiso, lo cumplimos, y Mayorga, en su primera visita a Cuba, pudo disfrutar del estreno de la obra.

En este sentido, debo agradecer a todo el grupo por su entrega, en especial a los actores Alberto Corona, Liliana Lam y Pancho García; al asistente de dirección Roberto Dávila; a Manolo Garriga, Chavarría, Peralta y Elba Rosa Guisado, por ser tan óptimos colaboradores; al fabuloso equipo técnico de Argos (Alexis Avilés, Jesús Darío Acosta, Rafael Pire) sin el cual nada sería posible; y a Carlos Celdrán por su dedicación y su apoyo inconmensurables.   

En relación con el período de montaje al que haces referencia, creo que en las décadas recientes se ha abusado mucho en Cuba de que las artes escénicas estén subvencionadas y se ha olvidado que el público es el centro de nuestro trabajo y que a él nos debemos. Desconfío cada vez más de procesos infinitos de investigación escénica, muchos de los cuales nunca se abren al público, o lo hacen tardía o escasamente. Lucho por optimizar el tiempo, generar mundos inminentes y proponerlos al espectador, abrirme al foro cívico y que la misma experiencia de compartir la creación sea la forma de continuar fertilizándola.


Los actores Liliana Lam y Alberto Corona. Foto: Sonia Almaguer

 

¿Cómo llegas a la decisión de que eran estos actores jóvenes y no otros?

A Alberto Corona lo conocía de una lectura de mi obra Sistema, en Argos. A Liliana Lam nunca la había visto actuar. Me entusiasmaba que ambos habían trabajado juntos ya, bajo la dirección de Pancho, en Ay, Carmela, y que Celdrán les había dirigido algunas escenas durante el taller del Royal Court. También me animaba la idea de que fuesen pareja en la vida real: entendí que en esa relación había mucho mundo ganado para dibujar el viaje terrible del amor y la agonía que protagoniza el matrimonio de Mijaíl y Elena en Cartas de amor a Stalin. Pero más allá de que son actores inteligentes, bellos, disciplinados y con enormes deseos de crecer, lo que más me ha seducido de Alberto y Liliana durante estos meses es que son muy buenas personas. Y algo así, a estas alturas, es un lujo que no cambiaría por nada.

Impresiona en la obra la integración de Pancho García al elenco, sobre todo a partir de sus limitaciones de visión, que apenas se logran percibir desde la platea…

Uno dice Pancho García y son palabras mayores. Es un actor donde la pasión y la técnica se funden al punto de hacerse una. Desde el principio supe que era nuestro Stalin: la forma en que él entiende lo más recóndito de esa personalidad, los matices del temperamento que logra descubrir, todos los fantasmas que es capaz de exorcizar cada noche mediante su interpretación. Pancho posee tanta experiencia fecunda y tal intuición escénica que puede hacer volar la pauta que le propongas, enriquecerla con detalles que solo un gran actor consigue y que a un director ni le pasan por la cabeza. ¿Cuántos actores no se ven a diario sobre las tablas, con una visión perfecta pero que no alcanzan a cumplir con lo más básico de una partitura? Trabajar con Pancho García en Cartas de amor a Stalin me ha devuelto la fe en que la verdadera alma del teatro está en un sitio intangible y misterioso que solo unos pocos elegidos pueden tocar con auténtica maestría.  

¿Cómo han reaccionado la comunidad teatral y la institucionalidad cubanas a esta temporada? ¿Qué esperabas del público habanero y qué te has llevado finalmente en lo que respecta a la calidad de su recepción?

Estoy muy feliz de haber estrenado en la Isla a un autor de la altura intelectual y humana de Juan Mayorga y que el público haya acompañado la temporada. Tener la obra durante cinco semanas en Argos es ya el premio mayor. Nos han visitado muchos colegas de la profesión, y también representantes de las instituciones cubanas que coproducen, como el CNAE y el Centro de Teatro de La Habana. En general ha habido muy buen diálogo, la crítica ha abordado con bastante sinceridad los temas que la obra pone en perspectiva, y siento que los espectadores han logrado hacer suya esta historia, conectar con ella. Lo he sentido en la calidez de la escucha, de los aplausos y de las charlas posteriores a las funciones.

Se aprecia una relación directa, a nivel de lenguaje teatral, entre esta nueva experiencia de dirección tuya y la estética de Carlos Celdrán. ¿A qué se debe esto?

Carlos es mi maestro y eso es algo que no puedo y que no quiero ocultar. Presentar a Mayorga ante el público cubano tiene que ver con una idea que Argos ha sembrado desde hace tiempo en nuestro panorama: hacer que la gran dramaturgia internacional contemporánea hable de nosotros. He crecido como dramaturgo en Argos y, aunque llevo años dirigiendo en España y viendo teatro en diversos países, es inevitable que la huella estética de Carlos como director, tan nítida y poderosa, esté en mí. Él es un maestro muy generoso y, en el laboratorio de realidad teatral que es Argos, he tenido siempre la oportunidad de aprender de su oficio, de su sabiduría, de su manera artesanal de desarrollar la experiencia escénica. Amo la belleza, la transparencia y la verdad, en el escenario y fuera de él. Son cosas que he aprendido junto a Carlos y de las que me siento muy orgulloso.

¿Qué otros caminos esperan por estas Cartas de amor a Stalin?

Ojalá podamos programar una nueva temporada en Argos en el futuro. Ojalá podamos irnos de gira y que la experiencia consiga abrirse a otros paisajes y otros públicos.