Nace la UNEAC y con ella, nosotros

Félix Contreras
26/8/2016

Mi relación con la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) comenzó desde el mismo nacimiento de esta institución cultural. Yo cantaba en el coro de la Escuela de Instructores de Arte, en el Hotel Comodoro, dirigido por Cuca Rivero. Una mañana temprano nos dieron uniformes y zapatos nuevos y, sin preámbulo alguno, nos dijeron: “prepárense, pónganse bonitos, esta noche (22 de agosto) cantan en la clausura del Congreso. “¿Congreso?… ¿Cuál congreso?”, preguntó alguien y nos explicaron: “Muchachos, el primer Congreso de los artistas y escritores cubanos”.

Poco antes había llegado de Pinar del Río y vivía en el asombro perenne de recorrer La Habana y sus rincones; cuando entré al Charles Chaplin (hoy Karl Marx) ese día 22 de agosto, el impacto fue tremendo.

Acabó el Congreso y La Habana quedó inundada de importantes figuras extranjeras, que permanecieron aquí unos días más. A cualquier hora del día las coincidencias resultaban una bendición. Caminando se encontraban figuras como el gran poeta turco Nazim Hikmet, el pintor brasileño Emiliano Cavalcanti, el poeta y ensayista guatemalteco Luis Cardoza y Aragón y el bardo haitiano René Depestre, entre otros.    

¿Qué se cantó por aquellos momentos? La respuesta es fácil: lo que la nación toda entonaba desde Maisí a Guanahacabibes: “Cuba, qué linda es Cuba”, canción que lleva la firma de Eduardo Saborit.

Y La internacional…

Arriba los pobres del mundo,
de pie los esclavos sin pan…

Qué orgullo esa invitación al plenario que recogió lo más brillante de la cultura artística y literaria, donde se encontraban, incluso, profesores nuestros como el poeta Félix Pita Rodríguez. ¿Quién más capacitado que Nicolás Guillén para dirigir la entonces novel UNEAC? La organización representa la cultura cubana en toda su esplendor y lleva como un símbolo de buena suerte todas las figuras ilustres que forman parte de su patrimonio.


Entrega de la condición Miembro de Mérito de la UNEAC a Daniel Viglietti. Foto: Cortesía Esther García Mariño

La UNEAC siempre ha sido mi refugio, el lugar donde encuentro inspiración para escribir, donde las palabras se convierten en poesía. Hace ya varias décadas fue mi casa —literalmente— porque al terminar mi trabajo como instructor de arte en Pinar del Río, no tenía dónde vivir y el guardia —aquel viejo italiano que cantaba áreas de ópera— me dejaba dormir allí con la condición de abandonar la “cama” —un sofá de la terraza— a las 6 a.m.

La organización representa la cultura cubana en toda su esplendor y lleva como un símbolo de buena suerte todas las figuras ilustres que forman parte de su patrimonio.Desde sus comienzos siempre fue un hervidero de personas que entraban y salían, en el Hurón Azul encontrabas un buen surtido de comestibles; por otro lado, estaba la excelente librería (ahora la sala de navegación), con ajedrecistas desperdigados por el patio, al igual que los escritores de ciencia ficción con Oscar Hurtado a la cabeza. Más allá, estábamos nosotros, los jóvenes, buscando un lugar bajo el sol: Miguel Barnet, Luis Rogelio Nogueras, Sigifredo Álvarez Conesa, Helio Orovio, Manolo Granados, Froilán Escobar, Víctor Casaus, Ivan Gerardo Campanioni.

Recién habíamos fundado la Brigada Hermanos Saíz y nos pasábamos la vida “cazando” visitas de los famosos que acudían con bastante frecuencia a la casona de H y 17, que presidía Nicolás Guillén, siempre fraterno y asequible, puntual con su café de las cuatro. Lo recuerdo junto a Eliseo Diego, Onelio Jorge Cardoso y Francisco de Oraá, hombres talentosos.

Si las matas de mango del patio hablaran, cuántas historias narrarían. Una la recuerdo bien: la cantante española Ana Belén— acompañada de Víctor, su esposo— musicaliza versos del Poeta Nacional, y me siento al lado de Guillén junto a Luis Rogelio Nogueras.

La artista española parece una diosa, vive su primer momento de esplendor; entonces Nogueras sopla al oído del bardo: “¿Maestro, bonita mujer, verdad?”. “Sí —responde Nicolás—, canta bien, pero si cantara mal se le podría perdonar (…)”.

Y así van 55 años de historias, unas muy conocidas y otras solo en la memoria de un poeta que guarda en su corazón la dicha inmensa de todavía andar por la casona de H y 17.