No voy a empezar citando a Nietzsche

Antonio Rodríguez Salvador
21/1/2019

Me voy a acordar de mi origen guajiro, y no voy a empezar citando a Nietzsche —según hace Juan Antonio García Borrero en su más reciente post sobre el Decreto 349— , sino a un antiguo refrán español: “A Dios rogando y con el mazo dando”.

Colocado el refrán en contexto, significa que hay dos vías primordiales para enfrentar cualquier tendencia negativa que afecte a los miembros de una sociedad. Una, referida a la promoción de valores que eduquen en las llamadas buenas costumbres, y otra, dirigida a reprimir tales desviaciones.

En fin, si con la implementación del Decreto 349 estamos, obviamente, hablando del mazo, me pregunto entonces por qué García Borrero pretende desviar el tema tan solo hacia Dios.

En toda generalización aguarda una trampa en contra de quien la enuncia. Quiero decir, lo que un simple individuo pretenda mostrar como el non plus ultra del universo, finalmente puede terminar resultando una exagerada simplificación de las cosas.

Me parece que García Borrero simplifica bastante cuando afirma que “todo lo que se ha escrito en las redes sobre el Decreto 349 ha sido generado para el mero autoconsumo de quienes se expresan”. De entrada, esta no solo es una visión muy particular, sino que destaca además por ser muy sesgada en su aspecto genérico.


 

Cabe preguntarse por qué tal énfasis en las redes cuando el más importante debate no es ese, sino el ocurrido en la calle. No recuerdo que en los últimos años se le haya dedicado a un decreto tanto espacio en la prensa, la radio y la televisión. ¿Y dónde están las protestas masivas, los debates críticos interminables en las paradas de ómnibus?

¿No será que la mayoría de la población entiende que este decreto viene a poner orden en cosas que mucho preocupan? ¿O es que el público no cuenta? ¿Acaso las personan en su día a día deberían soportar pasivamente cuanto bodrio le despachen como arte, aun cuando este se riña con principios éticos y estéticos arraigados en la sociedad?

Pero también de qué opiniones en las redes estamos hablando. No sé cómo será en la torre de marfil, pero, según mi experiencia a ras de tierra, la mayoría aplaude el Decreto. Sobre este particular, yo mismo he publicado varios post en Facebook, y tres artículos en diversos medios, incluyendo medios de prensa plana. En total estos han generado más de medio millar de comentarios, y si le sumo los “like”, y las veces que se han compartido, no me parece que el debate solo haya servido de “autoconsumo”.

Caramba, si yo, que no vivo en la capital, sino en un lejano municipio, he participado en debates cara a cara —y a teatro lleno—, primero con el propio ministro de cultura Alpidio Alonso, y luego con el viceministro Fernando Rojas… ¡Pero tampoco este es un tema de ahora, es una vieja demanda! ¿Desde cuándo se viene exigiendo poner coto a lo que se aproxima al relajo? Una exigencia que no solo proviene de creadores en asambleas de la Uneac o de Cultura, sino de la población en general.

De modo que García Borrero no solo simplifica, sino que invierte los términos del asunto. Porque el verdadero debate, el que legitima el Decreto, no fue ese posterior ocurrido en las redes, sino el anterior, provocado por un fenómeno al que se le exigía poner fin.

Vaya, si de pronto pareciera que yo debo quitarme el sombrero de campesino para parafrasear irónicamente a Nietzsche: ¡Dios ha muerto! ¡Viva el artista que lo ha matado! O el crítico de cine, en este caso.

 

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