Nota por Locura progresiva, debut literario de una actriz

Laidi Fernández de Juan
27/12/2017

Una inquieta muchacha llamada Claudia Alonso (La Habana, 1989), graduada de Informática, egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso en el 2016, estudiante de francés, ex trabajadora del Instituto Cubano de Radio y Televisión, quien actualmente combina sus estudios de Comunicación Audiovisual en el ISA con su trabajo actoral en la compañía de Ludi Teatro, nos presenta su primer libro de narrativa.

Publicado en España por la Editorial Guantanamera (casa obviamente interesada en literatura cubana, ya que han sido incluidos escritores consagrados como Eduardo del Llano, Jorge Fernández Era, Laidelyz Herrera, entre otros nombres), con excelente diseño y buena factura, Locura progresiva, más que despertar admiración en términos técnicos, provoca sorpresa y, a la vez, cierta dosis de angustia.

Estructurado en cincuenta y dos piezas muy breves, el libro revela no solo el carácter de una principiante en lides narratológicas (con la ingenuidad, la frescura y la osadía que ello implica), sino, además, el estado de infelicidad que, por una parte provocan las rupturas sentimentales en esa etapa compleja que es la juventud, y, en otro orden de cosas, el caos social vivido en Cuba durante la angustiosa crisis de los años noventa. En este punto, me gustaría añadir que Claudia Alonso no aprovecha, como otros autores, el regodeo en las carencias, el hambre y la profunda incertidumbre de aquella época espantosa. Asumidos como “lo natural”, aparecen, claro está, la tendencia a la enajenación, la brecha socioeconómica que nunca más se ha logrado sanar, y el desvarío de una muchachada que nació y creció en medio de cuestionamientos de diversa índole. Como una “naif” auténtica, la Alonso se lanza al ruedo sin protección alguna: insegura y cándida, se atreve a ser reconocida como “probadora” de casi todo, como una criatura escéptica que, a pesar de todo, no deja de soñar.

Sobresalen algunas microhistorias, que recomiendo como muestra, porque en ellas el lirismo alcanza un nivel decoroso, anunciante de lo que posiblemente vendrá en futuras entregas. El cuento “94”, por ejemplo, resume de manera admirable el descalabro social de ese año, narrado desde la perspectiva de los ojos de una niña, quien, lógicamente, no es capaz de entender —ni mucho menos aceptar— que su familia se dispersa: “Hubo una navidad que tuvimos un árbol real”, comienza a contarnos, para finalizar con “recuerdo llegar a mi casa y ver a mi padre empacando unas maletas. […]. Mi madre dormía a la intemperie del sofá-cama y recuerdo que ya no éramos una familia”. Otra narración conmovedora es “Cara B”, en la cual la muerte es aprehendida como lo más natural de la vida, aun cuando apenas se tengan veinte años: “…cuando yo me muera, me quemas y metes las cenizas en una lata de chocolate Nesquik y te paras en la azotea de mi edificio y la lanzas. Ah, lo filmas todo para cuando yo regrese verlo”.

Resulta un juego macabro, donde el descongelamiento de ciertos temas aparece de forma constante. Desde intento de asesinato (Fernando vino a matarme), la violencia física (le dieron golpes con la culata, pero le dispararon a quemarropa. Cuando se cansaron, lo dejaron allí tirado, cerca de su barriada), hasta la automutilación (agarro las tijeras y me picoteo el pelo. Necesito no ver mi imagen),  y el desdén por el cuerpo que agoniza (me voy a morir en esta cama de hospital agrio cuando terminen de experimentar con este pedazo de rata que soy), este libro es espejo de las contradicciones inherentes a una juventud atormentada, infeliz, y al mismo tiempo, anhelante de horizontes libres de ataduras. Por último, el cuento “La playa”, quizás el que mejor resume la dicotomía existencial a la que hago referencia, nos permite un soplo de simpatía, de entendimiento empático hacia una muchacha anhelante y triste: “Ahora truena, relampaguea y la noche se ve morada. Que me dejen rendida, bailando.” Buen ejercicio imaginativo, que inquietará a nuestros lectores, y despertará curiosidades por más, es Locura progresiva, el libro de una principiante ingenua y osada, que por fortuna, no pretende nada más que contar.