Odiadores contra Martí

José Ángel Téllez Villalón
20/5/2020

Cuando vi las primeras imágenes, me dije: a falta de carne donde disparar su impotencia, apuntó a Martí, al símbolo más denso de los cubanos dignos. Luego vimos la foto, solo uno de los 32 disparos alevosos contra la Embajada Cubana en Washington dejó la huella del odio en la escultura del Héroe Nacional de Cuba que, desde el 1 de julio de 2019, honra la entrada de la representación cubana.

La de bronce es obra del escultor cubano José Villa Soberón, Premio Nacional de Artes Plásticas, y fue fundida por el artista Lázaro Valdés y su equipo ASUbronze en Miami. Está inspirada en una de las más conocidas instantáneas del Apóstol de nuestra independencia: la tomada en Jamaica, en octubre de 1892, como parte de sus periplos por las Antillas en tareas de organización de su “guerra sin odio”. “Jamás intentos más puros movieron el brazo de los hombres, ni se hizo nunca guerra que reúna, en igual grado, la voluntad inquebrantable de vencer, la ausencia completa de odio” —escribió en el cuartel general del Ejército Libertador, tres semanas antes de su deceso en Dos Ríos.

Disparos contra la Embajada de Cuba en Washington. Fotos: Internet
 

Los disparados por la AK han sido azuzados por disparos retóricos, por un clima agresivo, hostil, y sulfurosos discursos de odio, protagonizados por el propio presidente yanqui, por el Departamento de Estado y por la diluviana mafia anticubana. El “silencio cómplice” y el apañamiento han sido la respuesta del gobierno yanqui ante este ataque terrorista, como lo denunció nuestro canciller Bruno Rodríguez Parrilla en una reciente conferencia de prensa.

La reacción instintiva de los odiadores de Miami fue calumniar al canciller. Así lo hicieron los resentidos raperos Aldo El Aldeano y Silvito El Libre, quienes concentraron ofensas y vulgaridades para defender a otro instigador, Marichal, que es adorado por el perpetrador de los disparos en la Embajada Cubana. Vale compartir que este rapero —más de una vez— ha ofendido la memoria del Apóstol, tergiversando su legado; así hace en su tema “Despierta ya”.

Recordemos que Aldo fue uno de los más acérrimos defensores del furibundo movimiento identificado en las redes como Clandestinos, y que vandalizó varios bustos e imágenes de Martí en al menos 4 municipios de La Habana. Recordemos también que, escondidos por la oscuridad, intentaron corromper un símbolo con falsa sangre, a un hombre que es toda luz. No son más que vulgares mercenarios con un odio raquítico, estancado en la peor ignorancia, desconocedores de que “Solo el calor del sol engendra héroes”. Aldo insistió en la inocencia de unos de los ejecutores del vejamen, amigo suyo, y llegó a decir: “¿Qué pasó? ¿Por qué no se le puede echar un poco de sangre a José Martí?”.

“El amor, madre, a la patria no es el amor ridículo a la tierra…”
 

Aquella otra manifestación de odio tuvo lugar mientras celebrábamos otro enero de victoria y la persistencia digna, después que nos tiró a matar, el mismo gobierno que financia y alienta acciones como esta. Poco después, se informó que los ejecutores, aquí, eran simples delincuentes, alentados y pagados por un entramado subversivo contra nuestro país, encabezado por Ana Olema Hernández Matamoros. A finales de diciembre, la “artivista” había compartido en las redes sociales una foto junto al autor conceptual del irrespetuoso “performance”, el grafitero conocido como “el Sexto”, en la que mostraban, revueltos en sarcástica burla, un cuadro firmado en el 2016 donde se ve un busto del Apóstol descerebrado y entinto en sangre.

La descripción en redes sociales de este grupo anónimo cubano fue una frase del joven José Martí en su conocido poema Abdala: “El amor, madre, a la patria no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas; es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca”. Una frase que “parece contradecir la necesidad proclamada después por Martí de hacer una guerra limpia de odio”, cual apuntó la estudiosa Fina García Marruz en su imprescindible libro El amor como energía revolucionaria en José Martí. Como fundamenta la sensible martiana, el joven Abdala llama “odio” a lo que es una “activa indignación”, una “cólera de amor”, ante el crimen que se comete contra la Patria. “La diferencia —apunta la autora— es que en tanto el odio es de origen vengativo, o irracionalmente gratuito, esta especie de cólera hermosa procede siempre del amor”.  

Muchos comparamos estos vulgares actos contra los bustos con “el bochornoso vejamen que sufriera la estatua del más grande representativo de nuestra dignidad patria: José Martí”, ejecutado por el grupo de ebrios uniformados de la Navy, en el Parque Central, aquel oscuro 10 de marzo de 1949.

Pero Martí, como trascendente símbolo nuestroamericano, ha sido blanco de otros “abestiamientos” neofascistas. A finales de mayo del 2017, guarimberos venezolanos ultrajaron el monumento del Apóstol  cubano que se erige en el barrio caraqueño de Chacaíto. Colocaron sobre el rostro de la estatua martiana una capucha, similar a las que usaban durante sus violentas protestas. Eran los mismos que en su obsesión de aniquilar al Chavismo quemaron vivo a chavistas y a los que lo parecían.

 “Los hombres andan en dos bandos: los que aman y construyen y los que odian y destruyen”
 

No era la primera vez. En febrero de 2014, encaramado en el pedestal del monumento, el líder de Voluntad Popular e instigador del odio Leopoldo López convocó a sus seguidores a continuar los actos vandálicos en las calles venezolanas. En otros momentos, la plaza caraqueña había amanecido con graffitis alegóricos a la “democracia” o con una gorra tricolor parecida a la que usa el también opositor Henrique Capriles. Esta obsesión anti-socialista los llevó, además, a quemar banderas cubanas. Y es que Cuba es blanco del odio de la contrarrevolución venezolana, como Venezuela lo es del odio de la contrarrevolución cubana. Odio, alentado y financiado desde Miami, en resonancia con el odio antisocialista en el Congreso estadounidense, liderados por Marco Rubio, Robert Menéndez y Mario Díaz-Balart.

En la tierra de Sandino, durante los actos violentos que intentaron deponer al presidente Daniel Ortega, fue vandalizada una escultura de José Martí emplazada en la ciudad de Masaya, al oeste de esa nación centroamericana. Rompieron el perímetro del monumento, sustrajeron el busto del Héroe, así como una de las dos tarjas de bronce que lo acompañaban.

En noviembre del 2019, durante la consumación simbólica  del golpe contra Evo Morales, la extrema derecha de aquel país vertió su odio contra un monumento a José Martí, en la plaza que lleva su nombre en la ciudad boliviana de Santa Cruz. El mural se erigió  tres años antes, en el barrio Sirari, por el arquitecto Carlos Barrero y el artista de la plástica Lorgio Vaca, considerado entre los mejores muralistas de Bolivia y de la región.

Como ya señalé en “Cuba y Venezuela frente al mismo odio”, por complejos mecanismos, e impulsados por las trasnacionales de la desinformación y no pocos medios mercenarios, el anti-amor se reconduce desde la simple y pasajera repulsa afectiva hasta la pasión o el estado de ánimo enfermizo, patológico, con impacto en lo público. Produciéndose así un sujeto que se revela a través del discurso de odio, la incitación a la violencia, el delito o el crimen de odio. Una pulsión que se acrecienta hasta extremos fascistas, generando prejuicios, calificativos, ideologías, doctrinas, actitudes y actos violentos hacia una persona o agrupación, y denota su plus criminal en la medida en que envían un mensaje de advertencia, amenaza, o declaración de guerra a otros actores o sujetos, sus víctimas.

Como dijo el Héroe Nacional de Cuba: “Los hombres andan en dos bandos: los que aman y construyen y los que odian y destruyen”. El odio proseguirá atentando contra la Revolución cubana y su raíz más suculenta, José Martí. Nosotros con él, “Decimos al odio: detente! / Decimos al amor: avanza!