¡Para la rumba me voy!

Félix Bolaños Leyva
20/10/2017

I

Confieso que nunca he sido buen amante de la rumba. Quizá se deba a mis orígenes campesinos allá en el oriente cubano, donde la música más escuchada, en mis primeros años, era el son montuno, la guajira y la décima en las voces de Inocente Iznaga, "El Jilguero de Cienfuegos",  Celina González, Ramón Veloz y Radeunda Lima, entre muchos otros cultores de estos géneros, también tradicionales. Tendrá que ver, supongo, con que la rumba nace como un fenómeno de la zona occidental, con poca difusión en el oriente o, tal vez, por esa reticencia existente en muchas personas hacia esa llamada "música de negros", la cual solía terminar, según lo dictaba el prejuicio correspondiente, en riñas tumultuarias. Por esta última razón, cuando en las cercanías sonaba un tambor, los muchachos éramos recogidos y protegidos.


“La riqueza del ritmo, la gracia y la sensualidad de sus bailes y cantos”. Foto: Cubahora

 

Realmente esa suspicacia de una significativa parte de la población cubana acompañó desde sus orígenes a la rumba. No debemos olvidar que ella tiene su génesis, según el musicólogo cubano Olavo Alen (Occidentalización de las culturas musicales africanas en el Caribe, Ediciones Museo de la Música, 2011), en los barracones de esclavos, cuyos moradores luego, al decretarse la abolición de la esclavitud, no pudieron permanecer  en el campo, pues no eran propietarios de las tierras, razón por la cual buena parte de ellos terminaría trasladándose a la periferia de algunas ciudades del occidente, entre las que se encuentran las zonas infraurbanas y periféricas de La Habana y Matanzas. Allí se mezclaron entonces con trabajadores portuarios y otros grupos poblacionales, fundamentalmente integrados por obreros de muy bajos recursos económicos. Es así como la rumba nace en un entorno marginal y ello explica un poco que resultase mal vista por las clases menos desfavorecidas de la sociedad cubana de entonces.

Esos prejuicios llegan hasta nuestros días, a pesar de todo el esfuerzo realizado como parte de la política cultural de la Revolución, que ha priorizado el rescate de todas esas tradiciones que en su conjunto conforman la nacionalidad cubana, y de la obra de reconocidos músicos y agrupaciones, como Chano Pozo, Carlos Embale, Los Muñequitos de Matanzas, Los Papines, el Goyo y su Afro-Cuba. Tan poderoso resulta este influjo que alcanza a compositores sinfónicos como Obdulio Morales, Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, entre otros.

Comencé a valorar la rumba recientemente, a partir de su declaratoria como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, por la Unesco. La nota difundida en el sitio oficial del propio organismo internacional, apunta a que “este ritmo surgido en Cuba, pero de profundas raíces africanas, llegó a ser un símbolo importante de un estrato marginado de la sociedad cubana y de su identidad”. El texto enfatiza en que “este elemento del patrimonio cultural cubano es la expresión de un espíritu de resistencia y autoestima, así como un instrumento de sociabilidad que enriquece la vida de las comunidades que lo practican”.

II

En todo esto pensaba mientras dirigía mis pasos hacia la Casa del Alba Cultural, desde donde debía reportar todo lo acontecido en el Coloquio sobre la Rumba que allí tendría lugar, como parte de la Jornada por la Cultura Cubana, que por estos días de octubre se realiza en todo el país.

El evento fue convocado por el Instituto Cubano de la Música y la Sección de Músicos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y en su parte teórica participaron varios proyectos culturales consagrados a promover este género entre las comunidades donde se asientan, como Callejón de Hamel, Rincón de los Milagros, Patio de Tata Güines, y los cabildos Santa Teresita, de Matanzas y Cunalungo, de Sagua la Grande, entre otros, procedentes de los más insólitos lugares.

Allí pude escuchar el testimonio de sus representantes y comprobar cómo, contra viento y marea, han logrado traer hasta la actualidad sus proyectos relacionados con la rumba, que ya no solo es la fiesta de sus inicios, sino una acción compleja que incluye la promoción, la educación, el mejoramiento social y el incremento de la calidad de vida de las comunidades correspondientes.

Entre las problemáticas planteadas allí sobresalen la poca interacción entre la academia y estos proyectos; la insuficiente promoción por los medios de difusión masiva, y la inexistencia de un evento nacional que cada cierto tiempo convoque jornadas como este coloquio. A pesar de lo anterior se reconoció el trabajo realizado por las emisoras de radio: Cadena Habana, Metropolitana y Ciudad del Mar, las cuales incluyen programas sistemáticos dedicados a la difusión de la rumba, así como el surgimiento de nuevos espacios para su expresión, como el Palacio de la Rumba, por donde desfilan los mejores cultores de la actualidad.

Posterior a la parte teórica del coloquio pude disfrutar de la presentación en vivo de varias agrupaciones, como Los Muñequitos de Matanzas, Obbini Batá, Rumba Morena y Afroamérica, y confieso que me agradó mucho la forma en que asumen el género, cómo la sienten, el nivel de calidad que logran, la riqueza del ritmo, la gracia y la sensualidad de los bailes y cantos y toda la inmensa alegría que consiguen transmitir.

Fue así como descubrí que, pese a mi rechazo inducido de todos estos años, tengo sumergida un alma de bantú o de congo que, de alguna manera, me acerca al denominado Complejo de la Rumba y que ya va siendo hora de recuperar el tiempo perdido. Así que termino de redactar estas notas y… ¡para la rumba me voy!

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