Pensamientos para pensar

Ricardo Riverón Rojas
27/3/2018

Parecerá una verdad de Pero Grullo. Pero no. Porque Pensamientos es un libro que nos obliga a pensar —para rectificar— los absurdos en los que aún se puede incurrir cuando, rebosantes de buenas intenciones, violamos los escaños que no por gusto establece la institucionalidad trabajosa, rigurosa y cuidadosamente estructurada durante décadas.

Pensamientos no es un libro; solo simula serlo, porque no tiene sello editorial, crédito de compilador, página legal, ni índice; solo un colofón que dice que fue impreso en la UEB Gráfica de Villa Clara en mayo de 2017. Lo identifica, además, un logotipo en el lomo (que no es editorial) donde se consigna "Villa Clara con todos". Lo definiría como un atado de papeles a los que les imprimieron, tal ensalada ecléctica, frases "célebres" y relatos de diversa índole y extracción.

 

No sé si los promotores de la idea tienen conciencia del absurdo editorial que constituye el volumen que ahora cuestiono, ni del flaco favor que le hacen a la difusión de algunas de las sentencias y figuras que incluyen; o de cuánto dañan el establecimiento de esa cultura profunda que, a contrapelo con las tendencias light, nuestra vanguardia intelectual, política e institucional intenta promover.

Hablo de un volumen de 347 páginas que mezcla pensamientos de Fidel, el Che, Lázaro Expósito, Confucio, Sócrates, Lao Tse, Tony Ávila —el trovador—, Goebbels —el del III Reich—, Paulo Coehlo, Jean Paul Sartre y muchos otros, sin distinción jerárquica, ni siquiera al amparo de valoraciones tipográficas, uno de los recursos del editor para establecer tales distancias. Lo veo como un subproducto cuya existencia debía proscribirse. Coherencia y buen acompañamiento merecen nuestros grandes pensadores. En el grupo que cito se hace evidente la disparidad.

Lo más preocupante, a mi juicio, es que se trata de una  tendencia que veo crecer en el ámbito cultural de la provincia donde resido y trabajo. Tengo la esperanza de que sea solo en ella. Se genera desde un voluntarismo entusiasta que, valiéndose de complicidades por mí ignoradas, viola las plataformas colegiadas para regalarnos ese ejemplar de tan lamentable factura. Doloroso accionar en un territorio que, tras mucho laboreo, ha logrado incluir sus sellos editoriales, por madurez y rigor, en la vanguardia de los proyectos de su tipo en el país. En el balance anual del Sectorial de Cultura, celebrado a inicios de año, hice pública mi protesta, no muy bien recibida, por cierto.

Si el procedimiento —que no me cansaré de cuestionar— fuera pensado por alguna instancia como legítimo, evidenciaría el reconocimiento de una insuficiencia de la institución a la que el estado le dio la misión de regir la política literaria en el territorio y concretar sus pautas ejecutivas. Sería equivalente, supongo, a reconocer que, para cuidar y mejorar la salud del pueblo, se necesitaran acciones al margen del Ministerio de Salud Pública, sin consultar a sus especialistas.

No olvidemos que hablo de un país que ha invertido buena parte de sus discretos recursos en la promoción de los saberes a través de la articulación, entre otras muchas opciones, de un programa de ediciones territoriales. Por elemental respeto a la idea fundacional del programa, que tuvo su mayor impulso en 2000, de la mano e inteligencia de Fidel,  nadie debía atribuirse autoridad para establecer cotos de validación por encima de las estructuras profesionales colegiadas —la mayor fortaleza— para de esa forma, con o sin los recursos del programa específico (recursos, en fin, del estado, que equivale a decir: públicos) editar libros atendiendo a apremios o entusiasmos.

Uno de esos ejemplos es el libro al que me vengo refiriendo. Pero no es el único: sé de otros títulos cocinados en la urgencia de las coyunturas, que se publicaron y publicarán pasándole por encima, no solo al Consejo Editorial —al cual pertenezco— sino también a los autores que, cumpliendo el tránsito de rigor, esperan desde hace meses, ya con retraso, por el procesamiento de sus originales.

La urgencia coyuntural nunca será un buen consejero para estos productos de la inteligencia, si algo hay bien puntualizado son las efemérides importantes y si se quisiera, todas ellas quedarían incluidas en los planes editoriales, sin violentar procesos ni ningunear a la inteligencia colectiva.

Celebro la idea general del proyecto Villa Clara con todos, mediante el cual el Gobierno y el Partido, apoyado en una ambiciosa plataforma inversionista, aspira a devolverle a la ciudad mucho de su preterido brillo urbano. También un crecimiento en calidad de los servicios, entre otras ganancias. No obstante, algunas de sus acciones, como esta que hoy comento, me parecen erradas.

Tengo la certeza de que un encargo a tiempo, sin violar los principios de participación colectiva que imponen los desempeños profesionales, dada la citada madurez y excelencia de esa plataforma de difusión cultural, hubiera concretado mucho mejor los propósitos que se persiguieron con Pensamientos. Igual los de todos los proyectos de ese tipo que se conciban. Bastaría con que un representante de esos intereses se integre al órgano colegiado y lleve las propuestas con el tiempo indispensable para la consulta y aprobación.

No vivimos tiempos de autoritarismos. El libro, a diferencia de la prensa, no necesita de la inmediatez, razón por la cual añado a mi inconformidad con Pensamientos que los gestores y decisores pudieron hornear, con esmero y mayor sosiego, un libro como Villa Clara: un huracán de recuperación (Editorial Capiro, 2017), también publicado en tiempo récord sin consulta con el Consejo Editorial.

Se trata, en este caso, de un dossier periodístico enfocado a testimoniar los trabajos de recuperación tras el paso del huracán Irma. Si sabemos del frecuente paso de huracanes por nuestro país, en lugar de un libro para cada huracán, lo útil —como libro, no como cobertura periodística–— tal vez sea un estudio, o testimonio, del programa de protección y recuperación de nuestro país frente a desastres naturales, seguramente uno de los más eficaces del mundo. La vida útil de ese utópico libro en que pienso, no caducaría cuando —ojalá nunca suceda— nos azote otro huracán.

Lamento profundamente hacer públicas estas severas reflexiones. La reticencia con que fue recibida mi crítica en el referido balance del Sectorial de Cultura, más el conocimiento de otros proyectos que ya están en marcha, me obligan, por conciencia cultural —que es también conciencia política— a amplificar mi sentimiento de inconformidad.